Me acuerdo perfectamente la sensación de encierro e impotencia que nos provocó a tantos ver aquellas primeras imágenes en la que cientos de personas eran perseguidas, reprimidas y golpeadas públicamente por su orientación sexual cuando se promulgó la Ley Contra la Propaganda Homosexual en Rusia en el año 2012. Es un recuerdo que permanece casi tan fresco como aquella noche, unos años después, en la que leímos desde un portal de noticias europeo que existía un diario independiente en esa misma Rusia que había publicado información sobre la existencia de campos de concentración en la vecina República de Chechenia, donde personas gays, lesbianas, bisexuales y trans eran retenidas de manera ilegal, torturadas y asesinadas por las fuerzas militares de turno, amparadas bajo un fuerte consenso social cultivado por la presencia imperativa de complejas tradiciones religiosas.
Quizás sea la escalofriante resonancia en la memoria de nuestros cuerpos de aquellas imágenes terroríficas, que supieron conectarnos con la persistencia genocida del odio hacia la otredad sexual, lo que potenció un rechazo masivo e inmediato a la desafortunada campaña publicitaria de TyCSports en torno al próximo torneo de la Copa Mundial en Rusia.
El comercial en cuestión, producido por la agencia Mercado McCann, construye un diálogo en clave humorística entre una voz en off, que condensa el lenguaje afectivo del hincha, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin, principal responsable de la promulgación política de legislaciones de odio hacia la comunidad de gays, lesbianas, bisexuales y trans. En ese diálogo, que en un principio podría leerse como una forma de aproximación irónica sobre la violencia heterosexista que organiza las culturas públicas en torno al fútbol, con un narrador que asume en primera persona y de forma orgullosa el profundo afecto que caracteriza la pasión argentina en torno a este deporte desde un doble sentido sexualizado, se terminan multiplicando los peores estereotipos de la homofobia estructural que sostiene dicha forma de entretenimiento masivo: se usa la expresión “amor entre hombres” para referir a una amistad masculina que desexualiza los vínculos entre varones, se utiliza la imagen de un jugador con el ano sangrando como expresión del “sacrificio sexual” por un otro y finalmente se pronuncia el afecto masculino como un tipo de enfermedad que revuelve los dolientes fantasmas del contagio. Todo esto mientras se humaniza al presidente de Rusia representándolo tan sólo como un hombre duro de otras tradiciones.
Lo que para algunos resultó ser un comentario humorístico propio de la fraternidad chabona, para miles de otros no fue más que otra técnica de control que busca vigilar los umbrales temblorosos de la ansiedad heteromasculina. Esa inseguridad intempestiva que necesita con desesperación cumplir con las expectativas de una normalidad sexual y génerica, sirviéndose del lenguaje disciplinante de la humillación, la vergüenza y la violencia física como un modo de garantizar su efectiva continuidad. Porque lejos de contribuir de manera crítica a la tan necesaria visibilización de las precarias condiciones de vida en la que buscan sobrevivir las comunidades de gays, lesbianas, bisexuales y trans en países como Rusia, el spot en cuestión produce una pedagogía sexual correctiva donde la presentación irónica de aquella incontrolable cantidad de prácticas homoeróticas que polulan en las culturas futboleras termina desactivada en su connotación sexual por medio de la burla homofóbica, afirmando así un régimen de verdad sobre lo que implica ser hombre. Un hombre en serio. Tan, pero tan hombre que incluso puede manipular a su favor la amenaza latente de su posible homosexualidad.
Si bien podíamos imaginarnos que la participación de nuestro país en el mundial replicaría estos pactos de silencio sobre los sistemas de exclusión, violencia material, discriminación cultural y exterminio físico, que enfrentan en dichas geografías aquellas sexualidades corridas del guión de lo normal, no esperábamos un uso promocional semejante de nuestra vulnerabilidad. Pero no. No vamos a permanecer amarrados a la clandestinidad del silencio, y de la misma manera que aprendimos históricamente a decir que no a la imposición forzada de modos de vida que no pronuncian nuestros deseos, también decimos que no a toda imagen que pretenda entretener utilizando nuestro dolor, nuestros cuerpos y nuestras historias para someternos desquiciadamente a la continuidad de un orden de poder sexual en el que se ponga en juego nuestra vida. No es no. Nosotr*s ya aprendimos a decir: no en nuestro nombre.