Por Candelaria Schamun – Clarín.-
Vera, Nicolás y Jerónimo dormían en la planta alta. Sus padres, Marcela Monzón y Mauricio Severi, discutían en el living. Los gritos y el balazo no lograron despertar a los chicos. Luego Mauricio actuó rápido: limpió las manchas de sangre del piso y las que habían salpicado las paredes del pasillo. Al final, cargó el cuerpo de Marcela en su camioneta Dodge Caravan. Días después, Mauricio fue detenido y el juez Alberto Baños lo procesó por “homicidio calificado”. En ese momento Severi confesó: “Hubo una discusión y un arma de por medio. Ella se metió el arma en la boca. Hubo un forcejeo y el arma se disparó. No me acuerdo si enterré su cuerpo en un descampado de Ezeiza o si la tiré en un baldío de Lomas”. Pero luego se desdijo, para declarar que era inocente. Desde aquella madrugada del 25 de septiembre de 2009, Marcela sigue desaparecida.
-Papá mató a mamá – le dijo Vera, un mes después, a su hermano de 11 años.
Según un informe de la “Asociación Civil La Casa del Encuentro”, en 2011 hubo 282 femicidios y como consecuencia de estos crímenes 212 menores de 18 años quedaron huérfanos de madre y en algunos casos, como el de Vera, Nicolás y Jerónimo, también perdieron a su padre porque está preso. “Es la primera vez que medimos las consecuencias de la violencia de género en los hijos”, dice Ada Rico, a cargo del informe.
Vera (16), Nicolás (14) y Jerónimo (9) –son nombres ficticios– quedaron al cuidado de su tía materna, Marita. Continúan viviendo en el mismo caserón, en el barrio porteño de Villa Pueyrredón. Desde 2009 los chicos comenzaron a ir al psicólogo. Al principio Marita pasaba las noches sin dormir porque sus sobrinos tenían miedo. Jerónimo a veces se dibuja a sí mismo con una parte buena y otra parte mala; en terapia dice que no quiere volver a tener la vida de antes, y se pone nervioso si piensa que su padre puede quedar en libertad.
Severi es juzgado en el Tribunal Oral Criminal N° 15. El viernes pasado, el fiscal Gustavo Gerlero pidió que lo condenen a la pena de prisión perpetua. Para el fiscal está claro que en la madrugada del 25 de septiembre de 2009 Severi asesinó a tiros a su esposa, y que luego cargó el cadáver en su camioneta y lo hizo desaparecer en algún descampado de Lomas. El fiscal también expuso el vínculo obsesivo de Severi con Marcela.
“El 1° de octubre me hice cargo de ellos. Perdí mi trabajo, dejé mi casa en Wilde, tuvimos que levantar una deuda de 6.000 pesos porque si no nos cortaban la luz. Ahora estamos sin gas por falta de pago. Vivimos con mi fondo de desempleo. Por suerte los chicos están becados en el colegio. Sólo cobré 2.400 pesos de un subsidio. Y en dos años Mauricio mandó 1.000 pesos para los chicos. Él hizo un inventario de todo lo que hay en la casa. Le tuvimos que pedir permiso para vender unos avioncitos para poder tirar unos meses. Necesitamos urgente un microondas, que de tanto usarlo se quemó y no tenemos plata para comprar otro”, dice Marita.
Desde el día en que Marcela desapareció, la casa quedó intacta: la foto del casamiento y los ceniceros de vidrio que ella fabricaba descansan sobre la mesita ratona del living, como los aviones en miniatura que construía Mauricio. Están los adornos que trajeron de Planet Hollywood, cuando veraneaban en Miami. La familia tenía un buen pasar económico y una vida llena de lujos: Mauricio, ingeniero aeronáutico (51), en ese momento trabajaba como representante de una empresa de Estados Unidos. En la casa había dos mucamas y dos camionetas 0 km. Mauricio estaba obsesionado por Marcela: le revisaba los mails y los celulares. El matrimonio estaba separado pero continuaban viviendo en la misma casa. Mauricio sabía que Marcela tenía una nueva relación y eso jamás lo soportó. Una semana antes del crimen, la camioneta de ella apareció incendiada.
Fabiana Túñez, cofundadora de la Casa del Encuentro, explica: “Hay casos en que los nenes quedan en manos de la familia paterna. Por ejemplo los hijos de Rosana Galliano, donde la ex pareja está acusado de asesinarla. Pedimos la pérdida automática de la patria potestad del femicida. Que los chicos tengan un subsidio y asistencia”.
Durante los días de búsqueda de Marcela, sus hijos decían “papá está ayudando a la Policía a buscar a mamá”. Luego fue: “Papá tiene algo que ver en la desaparición de mamá”. Hasta que lo detuvieron. “Mi hermana quería el divorcio. Y él estaba obsesionado con ella”, dice Marita. En el allanamiento, la Policía científica descubriría, utilizando el reactivo luminol, las manchas de sangre que Mauricio había tratado de limpiar. También, en la parte de atrás de la camioneta, junto a un revólver calibre 22 que había sido disparado hacía muy poco tiempo.
Una noche, los familiares de Marcela estaban reunidos en el caserón de Villa Pueyrredón. Entre ellos estaban, sentados en la mesa del living, Vera y Nicolás: -Papá mató a mamá – le dijo Vera a su hermano de 11 años.
-¿Por qué la va a matar si se querían? – preguntó sorprendido Nicolás.
-Eso no era amor. Eso era obsesión – contestó Vera, que sabía muy bien cómo su padre perseguía a su mamá.
Luego hubo silencio.
Foto: Diario Clarín.-
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