Imaginá un cuerpo flotando en el río. Un cuerpo que tiene ropa que te resulta familiar. Un cuerpo que podría ser el que estás buscando hace más de 70 días. Un cuerpo que puede ser el de tu hermano, pero no sabés. Imaginá eso: que no sabés si es el cuerpo de tu hermano, pero querés creer que no. Porque hace frío y el río debe estar helado y si tu mamá pudiera iría a tirarle una manta encima, a abrazarlo y a salvarlo. A revivirlo.
Ahora pensá, enterate de que esto pasó. Que no es una película. Pensá que pasaron siete horas y que Sergio Maldonado y Andrea, su pareja, siguen ahí. Quizás se turnen, quizás se hayan levantado para estirar las piernas, para ir al baño. Quizás. Pero estuvieron ahí. Desde las 13 hasta las 20 del martes estuvieron ahí, custodiando un cuerpo que flota. Y que aún no saben si es el de Santiago. Pero puede serlo. No pueden tocarlo. Porque las pericias y qué se yo. Pero tampoco pueden dejarlo. Intuyen, presienten, saben que si lo dejan se puede pudrir todo.
“No confiamos en nadie”, dijo Andrea ayer en la conferencia de prensa. ¿Cómo podrían confiar en un Estado que desde el primer momento les dio la espalda, no les creyó, los ninguneó y elucubró teorías insólitas sobre un Santiago inventado, un Santiago que no es el que ellos conocen, el que ellos abrazaron tantas veces, tocaron, besaron? ¿Cómo creer en medios de comunicación que publicaron esas teorías insólitas, en “periodistas” sin alma que publicaron fotos de un cuerpo destrozado que aún no saben si es el de Santiago? ¿Cómo creer en una sociedad –que no es toda pero ¡ay! cuántos son- que se subió también a ese tren fantasma de la mentira y diseminó información falsa sobre Santiago? ¿Cómo podrían haber abandonado ese cuerpo helado, que flotaba en el río, y dejar todo en manos de alguien que no son ellos mismos, su pequeño y amoroso círculo de confianza?
Que la familia de Santiago Maldonado se haya tenido que quedar siete horas al lado de ese cadáver es el resultado del entramado corrupto y atroz de complicidad que se tejió alrededor de la desaparición. Pero también es culpa nuestra, pienso. De nosotros y nosotras como parte de esta sociedad que se volvió mezquina, desalmada. Que se volvió siniestra. Los y nos destrozamos. Nos devoramos entre nosotros y nos vomitamos peores, con más odio y rencor que antes. No aprendemos. Nos estamos despedazando en nombre de vaya a saber qué ideología, qué partido, qué dirigente político que escasas veces está a la altura de las circunstancias. Nos desangramos.
Hace tiempo que la familia de Santiago Maldonado (como antes la de Luciano Arruga) nos está explicando por dónde es, de qué va la cosa. La conferencia de prensa de ayer fue una lección para periodistas y para ciudadanos “comunes”. Fue otra muestra de entereza, pero también una lección de vida, aunque suene a lugar común.
Imaginá un cuerpo flotando en el río y vos al lado. Imaginá que puede ser tu hermano, tu mamá, tu mejor amigo, tu compañera. Imaginá. Y tratá de no morirte de miedo.