Por Carlos E. Flores en La Periódica
Arte: Jael Díaz Vila
Marcelo y Lorena tenían la idea de que habían encontrado, por fin, una escuela para su hijo e hija. La mujer detrás del escritorio, sonriente y muy dispuesta a atender todas las dudas, les aseguró que había dos cupos. Era un centro educativo privado en Quito, cuyo nombre, Lorena prefiere no decir.
En ese ambiente de sonrisas y cordialidad, Lorena decidió preguntar dos cosas puntuales. Ella quería saber si sus hijos iban a recibir una buena formación en inglés. “Para nosotros como hoteleros eso es vital”, subrayó. Por supuesto, dijo la mujer que les atendía, y con evidencias a la mano resaltó la formación bilingüe del centro educativo. Lorena y Marcelo se sintieron satisfechos.
Seguidamente, Lorena, sin medias tintas, hizo la segunda consulta:
—Yo tengo una hija trans, ¿eso les representa un problema? Mi hija nació como niño, pero se identifica como niña y la tratamos como tal.
Congelada como un hielo, la mujer tras el escritorio no salía de su asombro. Los segundos se hicieron eternos, hasta que finalmente dijo: ah, sabe qué, déjeme revisar algo, por favor. Giró el cuerpo hacia su computadora, tecleó y cliqueó en el equipo. El tono gentil dio paso a uno breve y seco: revisé bien, lo siento, no tenemos cupo.
Lorena Bonilla y Marcelo Kaviedes son la madre y el padre de Amada, la primera niña transgénero que cobró notoriedad en Ecuador. El hecho relatado —cuentan ambos— sucedió cuando decidieron que su hija dejara la escuela de corte católico ya que iba a ser un problema para la transición a su identidad de género autopercibida.
A la mujer que les negó el cupo, se sumaron quienes pedían que la menor cambie los datos de cédula de identidad o que se opere. En total fueron catorce los centros educativos privados en Quito que rechazaron a Amada. Para Lorena, todo responde a un hecho netamente discriminatorio ya que estaban dispuestos a pagar el valor que fuera necesario para asegurar la educación de su hija.
Al recordar este episodio, Lorena y Marcelo aún fruncen el entrecejo y buscan con la mirada alguna respuesta, desconcertados. Con la experiencia de los años, son conscientes de que otros padres y madres pueden pasar por la misma situación. Por esa razón, con el propósito de dar asesoría e información a las familias, crearon la ONG Fundación Amor y Fortaleza. Ambos tienen claro que las madres y padres no saben qué hacer cuando el niño o niña se muestra diferente. Dicho de otra forma: si tiene un comportamiento que no corresponde al sexo de hombre o mujer asignados al nacer. Lorena y Mauricio se dieron cuenta de eso cuando Amada tenía cuatro años. Aparte de juntar información o conversar con algunas amistades cercanas, también decidieron llevar a su hija a algunos especialistas, aunque muchos de ellos expresaban asombro o terminaban juzgando su rol como madre y padre.
—Incluso un especialista le diagnosticó [a Amada] trastorno obsesivo compulsivo y quería darle medicamentos, recuerda Lorena.
A los seis años, en medio de las dudas que tenían y a pesar de que varios especialistas diagnosticaron el caso de su hija como si se tratara de una enfermedad, Lorena y Marcelo decidieron apoyar la transición. Es decir, aceptar la identidad de género de quien ahora es Amada. Entonces, dejaron de cortarle el pelo y permitían que se vista como niña para ir a la escuela.
Luego de ese paso, el padre y la madre de Amada conocieron a Edgar Zúñiga, coordinador de la Red Ecuatoriana de Psicología por la Diversidad LGBTI. Él ya tenía una amplia experiencia trabajando con personas trans adultas, aunque iba a ser la primera vez que recibía a una niña trans. Al escuchar todo el camino que recorrió la familia con los diferentes médicos pudo reconocer que hubo mala práctica profesional ya que veían la infancia trans como una enfermedad que se puede curar o corregir. Las y los profesionales necesitan responder con los mejores y más actuales estándares internacionales que hay sobre el tema, explica Edgar. Se trata de identificar la condición de género de la persona y “orientar a las familias a entender a la diversidad de género como una expresión natural de la sexualidad humana”.
Sin embargo, hay muchos profesionales que, cuando reciben a familias con niñas, niños y adolescentes transgéneros, potencian los miedos de los familiares. Edgar dijo que muchas veces se magnifica la idea de que han sido unos malos padres o madres porque le dieron permiso al hijo para use un vestido, como si lo estuvieran incentivando. O hay situaciones —continúa el especialista— donde los progenitores terminan afrontando una paradoja, ahondado por el temor: violentan a sus hijos o hijas trans porque creen que así buscan lo mejor para ellos.
El niño o niña transgénero, por otra parte, también evalúa si su entorno es seguro para desarrollar su identidad. Zuñiga explica que si un niño juega con muñecas, este espera una respuesta verbal o no verbal de su padre o madre para saber qué hacen con la muñeca. Si el padre o la madre se quedan consternados y no saben qué hacer, él seguirá jugando, pero si le prohíben o le sancionan, él ya no lo hará. Aunque —continúa— eso no dejará que sea un niño trasngénero, al contrario, se reprimirá porque hay una necesidad psicológica superior de pertenencia a una familia.
—Es muy doloroso esto porque hay una necesidad de lealtad hacia su familia, entonces, se sacrifican a sí mismos por hacer feliz a sus padres [y madres]. Eso es lo que vas a encontrar en la mayoría de personas trans que vivieron reprimida su infancia. Esa búsqueda de aceptación de sus padres
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Otro desafío para la niñez y adolescencia trans es reconocer el nombre que corresponde a su identidad de género en la cédula de identidad, para dejar en el pasado los nombres masculinos o femeninos que se les asignó al nacer. Y aunque para las personas heterosexuales esa demanda puede ser un capricho, ese cambio asegura que puedan ser reconocidos por el Estado. Un ejemplo puede graficar esta situación: si una niña trans requiere inscribirse en un colegio y el nombre masculino de su cédula no corresponde con la identidad de género femenino de la menor de edad, hay un problema. Eso puede impedir que acceda al derecho de la educación
Conscientes de eso, a los nueve años de edad, Amada, Lorena y Mauricio, junto a la Fundación Pakta, decidieron emprender un largo proceso legal que inició en enero de 2017. Tras el pulseo legal con el Registro Civil, un 27 de noviembre de 2018, que coincidió con los 21 años de la despenalización de la homosexualidad en Ecuador, Amada se convirtió en la primera niña trans que cambió su nombre acorde a su identidad autopercibida.
Pero, el camino que abrió Amada aún presenta obstáculos. El abogado Christian Paula, de la Fundación Pakta, explica que si bien la niña, en la actualidad, tiene una cédula de identidad con su nombre y género femenino aún “en los sistemas de identidad del Ecuador y del Registro Civil aparece como niño”. Esto se explica por la apelación que hizo la entidad estatal luego de que Amada recibiera su cédula con su nombre femenino e insisten que, según el Art. 94 de la Ley Orgánica de Gestión de Identidad y Datos Civiles, la sustitución del campo sexo por el de género y el respectivo cambio de nombres solo es posible para las personas que han cumplido la mayoría de edad (18 años), quienes deben acudir de manera voluntaria, por única vez y con la presencia de dos testigos que acrediten una autodeterminación contraria al sexo del solicitante y por al menos dos años.
Ese artilugio legal, a favor del Estado, impide que los menores de edad transgéneros en Ecuador puedan gozar de sus derechos. Por eso, el caso de Amada se encuentra en la Corte Constitucional con el fin de que se pueda generar una jurisprudencia vinculante. Pero, Paula recuerda que el caso de Bruno Paolo Calderón puede favorecer el proceso iniciado por Amada. Se trata de un hombre adulto transgénero quien, en 2017, recibió una sentencia favorable de la Corte Constitucional para cambiar el nombre y sexo en sus documentos personales. Como medida de reparación, la Corte le dio un año a la Asamblea Nacional de Ecuador para que realice las reformas que considere necesarias para evitar la vulneración de derechos de todas las personas trans.
—Sin embargo, han pasado cuatro años y no se han hecho estas reformas. Esto [caso Bruno Paolo] permitiría que las personas trans no tengan límite de edad para acceder al cambio de datos en sus documentos, tampoco que necesiten dos testigos —que es la parte más vulneratoria de derechos— y que el cambio no sea por una sola vez. La autopercepción es cambiante, sostiene Paula.
Además, el abogado también precisa que Ecuador fue el primer país que utilizó la Opinión Consultiva 24/17 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en decisiones judiciales para el reconocimiento de derechos de las diversidades sexuales, donde se abordan los temas de acceso al matrimonio igualitario, garantía de los derechos filiativos y la homoparentalidad (madres y padres del mismo sexo) y el reconocimiento de la niñez y adolescencia trans. Este documento es de obligatorio cumplimiento para todos los Estados Parte como lo es Ecuador.
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Pero, las respuestas institucionales tardan y eso complica la vida y el desarrollo de los niños, niñas y adolescentes trans. Lucía, madre de una adolescente transgénero y que prefiere el anonimato para esta publicación, tuvo dificultades para inscribir a su hija en el colegio. Ella tiene todas las características asociadas a las mujeres, pero en sus documentos se registran aún los nombres masculinos asignados al nacer. El desafío se presentó —como en el caso de Amada— cuando Lucía y su hija decidieron dejar el colegio en Ambato, una ciudad de la sierra-centro de Ecuador, para mudarse a Guayaquil (costa ecuatoriana). Desde entonces ninguno de sus compañeros y compañeras en Ambato saben de la transición que Rocío comenzó. “En el colegio donde estaba no lo iban a permitir. Por eso la traje a Guayaquil, aquí nadie la conoce” afirma Lucía.
Rocío aún no cumple los 18 años de edad para que pueda cambiar los nombres en sus documentos, como plantea el Registro Civil. Por eso Lucía sigue viviendo muchos problemas para explicar que los nombres masculinos sí corresponden a la persona con aspecto femenino que tienen al frente. A eso hay que sumar “el qué dirán las personas” cuando ven que alguien llama a Juan y aparece una mujer en tacones y vestido, explica Lucía.
La infancia de Rocío también representó muchas interrogantes cuando Lucía notó que había diferencias. Desde temprana edad, el niño de entonces, pese a que el ambiente masculinamente deportivo se dejaba sentir con la presencia del padre, prefería buscar los tacones de la mamá o usar el maquillaje. Estas actitudes, en un inicio, no generaron mayor sorpresa entre su madre y padre, pero el constante comportamiento despertó muchas dudas.
Eso hizo que llevaran a su hijo a realizarle exámenes de todo tipo: médula, cromosomas, hormonales. Inclusive, Lucía creó un árbol genealógico —orientado por un genetista— para identificar si en su familia existía o no personas homosexuales o trans. También empezaron a controlar más al hijo: si veía series infantiles asociadas a las niñas, Lucía cambiaba de canal; o, de la mejor manera posible, inducían al niño a jugar cosas asignadas a los niños.
Lucía recuerda que Rocío a la edad de trece años ya tenía un aspecto queer. “Si tú lo veías por la calle, vestía como niño, con ropa apretada, pero se maquillaba, se pintaba el cabello y usaba uñas acrílicas. Era muy femenina”. Así llegó el momento en el que Lucía preguntó: hijo, ¿qué es lo que tú quieres? Él, con toda sinceridad le respondió:
—Mamá, yo siempre he querido ser mujer, soy una mujer, no sé por qué hasta hoy me he vestido como hombre.
Entonces, aún con sus dudas, Lucía apoyó esa transición. “Como madre, siempre estoy para salvaguardar la felicidad de mi hija, su integridad emocional”, dice, al tiempo que recuerda que en la escuela sufrió la burla y los insultos. Hubo momentos en que Rocío se deprimía, pero ella siempre tuvo una actitud arrolladora para superar esos momentos, afirma.
La realidad que viven los niños, niñas y adolescentes trans en las escuelas y colegios no tuvo una respuesta por parte del Ministerio de Educación. Pese a las gestiones realizadas para entrevistar a algún vocero o vocera, la entidad, en un primer momento, abrió la posibilidad para tratar el tema. En diversas llamadas la funcionaria pedía más detalles ya que le resultaba extraño el pedido, aunque el silencio terminó imponiéndose.
El único instrumento que se conoce en el ámbito educativo es la Guía de orientaciones técnicas para prevenir y combatir la discriminación por diversidad sexual e identidad de género en el sistema educativo. Se trata de una herramienta que el Consejo Nacional para la Igualdad de Género (CNIG) diseñó junto con el Ministerio de Educación en el 2018. Como respuesta a un pedido de información, el CNIG dijo que ha realizado algunos talleres para socializar esta guía con las y los docentes para que puedan implementarla. Parte de sus acciones de observancia consiste en dar seguimiento al Ministerio sobre el avance de esta guía, un asunto que no se ha podido realizar debido a la pandemia, explicaron en un documento.
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Amada y Rocío, en este momento, van dejando atrás la infancia para entrar a una nueva etapa: la adolescencia, que viene con los cambios en la voz, los genitales o el vello corporal. Conscientes de eso, los padres y madres tomaron la decisión de iniciar el proceso de hormonización en sus hijas con el propósito de modificar el cuerpo en función de la identidad de género. Dicho de otro modo, con el acompañamiento de un equipo médico interdisciplinar, el o la adolescente trans consume hormonas para tener una voz más grave (características masculinas) o tener menos vello corporal (características femeninas).
Lucía explicó que la transición hormonal de su hija corrió por su propia cuenta, aunque reconoce que la inversión es costosa. Ella puso como ejemplo el caso de unas inyecciones que impiden que los huesos se ensanchen. Estas tienen un valor mensual que oscila entre los 500 y 600 dólares. Si bien intentó gestionar la hormonización por el sistema de salud pública, ella encontró dos barreras. La primera se refiere al tiempo de asignación de la cita, que se estimó para dentro de tres o cuatro meses. Ese tiempo —sostiene Lucía— afecta la salud mental de su hija por la angustia que le produce el hecho de no continuar con el desarrollo de su identidad de género. Lo segundo, continúa, es que al esperar la cita, Lucía ya sabía lo que le iban a responder: “lo siento, no tenemos ese tipo de medicamentos” y, aún así teniéndolos, afirma, no se los entregarían porque el caso de su hija no es por enfermedad.
Amada, por su parte, ha contado con algunos especialistas para que acompañen su desarrollo en la adolescencia. Pero, esto no hubiera sido posible sin la gestión y esfuerzo de Lorena, su madre, quien tuvo que realizar trámites engorrosos y largas reuniones ante un Estado que no sabe cómo responder a las demandas de salud de la niñez y adolescencia transgénero.
Pese a la tenacidad de Lorena, el Estado no responde con la prontitud que se requiere y el cuerpo de Amada no conoce de trámites ni plazos administrativos. Por esa razón Lorena también ha tenido que acudir a especialistas privados, quienes le han ofrecido una información detallada y minuciosa de lo que necesita su hija. Ella sabe que las familias necesitan un equipo multidisciplinar de médicos (pediatras, psicólogos, urólogos, endocrinólogos, entre otros), un asunto que, si el Estado no garantiza ese derecho como parte de la salud integral, las familias que no tienen recursos económicos difícilmente podrán asumir.
Lorena ha recibido tanta información que tranquilamente puede explicar estas cuestiones médicas a cualquier persona de la función pública que no tenga idea sobre lo que el Estado debe hacer para atender el derecho a la salud de las familias que tienen niños, niñas o adolescentes transgéneros.
—Yo les explicaba a los [funcionarios] del Ministerio de Salud que no son medicamentos traídos de Marte. Los bloqueadores están en el Cuadro de Medicamentos del Ministerio.
Buscamos una respuesta del Ministerio de Salud, y de la misma forma que en el Ministerio de Educación, la institución optó por el silencio luego de tres meses de gestión. Los dos ministerios son claves para atender las demandas de las familias de niños, niñas y adolescentes transgénero. La ausencia de respuestas abre el camino para que las familias busquen soluciones por sus propios medios, un argumento que tanto Lucía como Lorena comparten. Lorena, incluso, afirma que se debe continuar insistiendo con el Estado porque se necesita “cambiar este sistema”.
El silencio institucional subraya los miedos que existen sobre la infancia y adolescencia trans. Las familias prefieren no exponerse a las habladurías y a los prejuicios. “La falta de información para los padres [y madres] hace que ellos no sepan explicar qué pasó con su hijo” sostiene Lucía.
Y aunque parezca un tema nuevo, Edgar Zúñiga sostiene que, por el contrario, “son realidades más audibles”. Poco a poco puede haber una realidad donde los niños y niñas pueden vivir su identidad y expresión de género acorde a como se autoperciben, aún hay un ambiente transfóbico o transodiante —como afirman otros autores, dice Zúñiga—. Este ambiente hostil llega a los oídos de las niñas y niños, se inhiben y sus voces se hacen inaudibles, añade.
—Quiero decir a los padres [y madres] que no desconfíen de su sabiduría. No hay que pensar que lo que te diga el cura, el pastor, el sicólogo, el médico, está por encima del amor que sientes por tu hijo. Si son capaces de conectar con eso, esa sabiduría los llevará a buscar a profesionales que no menoscaben las posibilidades de desarrollo de sus hijos. Sabrán aprender a escuchar a sus hijes y respetar su autonomía.
A Zuñiga le llama poderosamente la atención que aún hay profesionales que realizan un diagnóstico cuando se trata de infancias trasngénero. Sobre todo cuando en el 2015 —subraya el especialista— el DSM5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría) reconoció que las identidades trasngénero no son una enfermedad y, en el 2018, la Organización Mundial de la Salud hizo lo mismo.
—Entonces, cuando me dicen, yo no creo en la posibilidad de la existencia de identidades trans en la infancia, yo les digo, tu opinión es irrelevante. Esto no es de creer o no creer, no es un dogma o una creencia. Es una realidad que va a tocar tu puerta, como padre, como profesional, sentencia Zuñiga.