Texto: Marcela Meneces/DemocraciaAbierta
El 23 de enero comenzó a circular en Facebook la foto de un muchacho que horas antes había sido golpeado por miembros de la policía de Ciudad de México y subido a una patrulla sin que desde entonces se supiera de su paradero.
Todo comenzó cuando Marco Antonio -el joven desaparecido- y un amigo volvían de un museo. Ambos transitaban por una calle del norte de la Ciudad de México cuando cruzaron con un grafiti que llamó poderosamente su atención y Marco Antonio le pidió a su acompañante que le tomara una foto. Al momento de estar posando, un par de policías que transitaba por ahí pensaron que el joven estaba asaltando y se lanzaron sobre él para intentar detenerlo.
En México, uno sea culpable o inocente, víctima o victimario, se sabe que lo mejor es alejarse lo más posible de la policía, así que Marco Antonio corrió hacia una estación del Metrobús para evitar su detención, pero los policías lo alcanzaron, lo derribaron, lo golpearon y pidieron una patrulla de apoyo para trasladarlo. En ese momento, en el suelo y siendo golpeado, un testigo alcanzó a tomarle una foto – la misma que circuló ampliamente por las redes sociales para denunciar lo sucedido y para difundir que, desde entonces, nada se sabía de su paradero. La llamada de auxilio se dirigía entonces a la ciudadanía, pidiendo información para encontrarlo.
La imagen del joven derribado y golpeado por los policías sirvió como una poderosa muestra del abuso al que había sido sometido un joven que no había cometido delito alguno, pero que aun así había sido víctima de abuso policial y, peor aún, de desaparición forzada. La indignación aumentó al enterarnos de que se trataba de un menor de edad – 17 años -, estudiante de la Preparatoria 8 de la Universidad Nacional Autónoma de México, un chico sano, deportista: un joven varón cualquiera, un joven común y corriente de la ciudad.
Así pasaron varios días, sin tener más noticias de su paradero y con la duda y el temor en aumento. “¿Dónde está Marco Antonio?” comenzó a proliferar por las redes sociales, con la sospecha creciente de que, al estar desaparecido, posiblemente jamás volveríamos a saber de él – como ocurrió con los 43 jóvenes desaparecidos en 2014, estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos, en Ayotzinapa, Guerrero, de quienes seguimos sin saber qué fue de ellos, aunque todo indica que en su desaparición estuvieron involucrados policías municipales y soldados del 27 batallón de infantería del ejército, en colusión con el cártel del narcotráfico que reina en la zona; o como ha ocurrido con las más de 33.000 personas en condición de no localizadas, según reporte de la Secretaría de Gobernación presentado a mediados de 2017, de los cuales la mayoría son jóvenes.
Por fortuna, Marco Antonio apareció con vida, 5 días después de su desaparición, en un municipio del estado aledaño a donde fue apresado y en condiciones indignantes: sumamente golpeado, sucio, con ropa distinta a la que llevaba cuando desapareció, sin un zapato, desorientado, desconectado, completamente abusado.
Hasta el día de hoy se desconoce qué ocurrió con Marco Antonio desde el momento en que fue subido a la patrulla hasta que fue localizado gracias a una denuncia ciudadana -un vecino avisó a las autoridades que en su calle se encontraba un joven con las características del que se estaba buscando.
Marco Antonio está ahora hospitalizado, se la ha diagnosticado delirium mixto y no ha podido rendir declaración, pues no reconoce ni a sus padres. A Marco Antonio lo torturaron y lo narcotizaron, todo parece indicar que los mismos policías que se lo llevaron. Marco Antonio es un símbolo de lo que le puede ocurrir a un joven en México por el simple hecho de serlo, condición de por sí riesgosa, pero que se agudiza cuando, por un infortunio, cruza su camino con quienes supuestamente encarnan la responsabilidad del Estado de proteger a sus ciudadanos: la policía.
La historia de Marco Antonio nos permite también cuestionarnos el derecho de las y los jóvenes a la ciudad al espacio público, el derecho a la libertad y el derecho al debido proceso. Durante los días que estuvo desaparecido, las autoridades de Ciudad de México guardaron silencio y no fue hasta su aparición cuando se han expresado únicamente para negar los hechos y desacreditar al agraviado y a su familia, perpetuando así el riesgo de todos en México de desaparecer sin recibir justicia.
Publicamos este artículo gracias a la alianza entre Cosecha Roja y DemocraciaAbierta. Lea el contenido original aquí