Los jurados bonaerenses están dando importantes señales de sensatez y sensibilidad hacia dentro y fuera del sistema penal. Me propongo comentar breves y pequeñas anécdotas que dan cuenta de ello.
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Facundo D. y Mario D. habían intentado robar una joyería en San Pedro, pero la Policía fue advertida del hecho. Ingresaron de manera oportuna al local y ambos asaltantes alzaron sus manos y se entregaron. Sin embargo en ese momento sonó un disparo que impactó en el comisario Juan Gabriel Reyna, que falleció en el acto.
D. y D. fueron acusados por homicidio criminis causa, amenazado con pena de prisión perpetua. La causa había sido manipulada por una fiscal que luego fue llevada a juicio político, y la bala que se pretendió hacer aparecer como la homicida era de calibre 22, de idéntico calibre que el arma que portaban los imputados.
Pablo Vacani fue el defensor público que asistió a D. y D., en una esforzada tarea pudo demostrar en el juicio que el disparo mortal era 9 mm y había salido del arma de otro uniformado.
Los jurados que resultaron electos para intervenir en el juicio fueron muy particulares. Tal como relata Andrés Harfuch , en su mayoría se trataba de personas muy humildes y trabajadoras, isleños que llegaron al tribunal en ojotas y bicicleta. Uno de ellos iba a la sala de audiencias a caballo, que dejaba atado en una plaza lindera. Otros dos llegaban en carros, también tirados por caballos.
Al cabo del juicio y tras una larga deliberación, los jurados rindieron un veredicto no condenatorio por el homicidio y condenatorio por el delito de robo con armas en grado de tentativa.
Roxana Medina, una de las integrantes del jurado, contó que después del fallo cruzó la plaza y se puso a llorar: “Durante los tres días del juicio sentí que si los dos detenidos era condenados a perpetua no iba a poder volver a dormir en paz”. Roxana es ama de casa y dijo que: “Somos gente común y como jurados analizamos como lo que somos. Quizá un juez los condenaba y seguía con su vida tranquila. Es una mirada más fría la de ellos”.
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El juicio a Fernando Farré por el femicidio de su esposa fue, probablemente, una de las pruebas de fuego para los jurados. Ariel, de 24 años, fue el más joven de los jurados, que en este caso estuvo compuesto por amas de casa, un colectivero, un empleado municipal, jornaleros, desempleados, una docente y una persona que no había terminado la escuela primaria. Ariel cuenta en una entrevista con un diario que un día estaba tomando una cerveza con sus amigos y al otro día le tocó juzgar uno de los casos más resonantes de los últimos tiempos: “Es fuerte, de repente estaba dentro de una historia que no me pertenece y que tenía que decidir. Al principio alguno de los jurados expresaron malestar, pero con el correr de los días todos se fueron metiendo en la historia y ya ninguno se quejó”.
El periodista lo interroga: “¿sos consciente de que Farré estará en la cárcel más de lo que vos tenés de vida?”. Ariel responde: “Si, y no es algo de lo que me sienta orgulloso. Es una carga que voy a llevar en la espalda el resto de mi vida, aunque considero que hice lo que tenía que hacer. Yo no decidí estar ahí, me tocó y ya. Pero es algo que me pregunté durante varios días ¿Quién soy yo para decidir sobre el futuro de una persona?”.
Finaliza: “Fue una de las decisiones más difíciles de mi vida, aunque no la más importante. Si pudiese elegir no sé si lo volvería a hacer, pero sí será una experiencia que no voy a olvidarme nunca”.
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El 8 de mayo de 2017 amaneció muy lluvioso en Mercedes, como había estado todo el fin de semana. La jueza Myriam Rodríguez temió que el juicio por homicidio contra Fernando Moreno podía fracasar, ya que ella misma tuvo grandes dificultades para llegar con su vehículo hasta tribunales.
Enorme sería su sorpresa cuando vio una fila de 40 personas, esperando bajo la lluvia que les abrieran las puertas de los tribunales. Eran los potenciales jurados que desafiaban las inclemencias climáticas. Minutos después llegó el jurado 41, en moto, empapado de pies a cabeza, pidiendo disculpas por la demora.
Finalizada la audiencia que seleccionó a 12 jurados titulares y 6 suplentes, la jueza tuvo que despedir a los restantes. En un momento se le quebró la voz de emoción frente al sacrifico que habían hecho las ciudadanas y los ciudadanos para llegar hasta allí. La reacción fue inmediata. Los 41 se pusieron de pie y comenzaron a aplaudir a la jueza durante varios minutos.
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En marzo de 2017 se juzgó a Juan Figueroa por la muerte de Jonathan Guerrero. El juicio tuvo una particularidad: tanto los familiares del acusado como los de la víctima reclamaban por la inocencia de Figueroa.
El fiscal sostuvo la acusación y pidió a los jurados que rindieran un veredicto de culpabilidad por el delito de homicidio agravado por el empleo de un arma de fuego o que, en su defecto, condenaran al acusado por homicidio culposo.
Las ciudadanas y ciudadanos se retiraron a deliberar y poco después de una hora anunciaron: “Nosotros, el jurado, encontramos al acusado Juan Figueroa NO CULPABLE”.
Las madres de Figueroa y Guerrero se fundieron en un emocionado abrazo e intercambiaron las camisetas que habían vestido durante el juicio: la mamá de la víctima se puso la que decía “Libertad para Figueroa” y la del acusado la que decía “Justicia para Guerrero”.
Uno de los momentos más emocionantes se vivió cuando los jurados se retiraron de la sala, flanqueados por los familiares de las partes, que los despidieron con un cerrado aplauso.
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En abril de 2017 se juzgó en San Justo (partido de La Matanza) a Isabelino Melgarejo Zacarías y Cecilio Pereira por el homicidio de Emiliano Balbuena, a quien ambos habían ido a reclamarle por haberle robado algunas pertenencias. Testigos presenciales relataron que en esas circunstancias Balbuena habría extraído un arma de fuego, haciendo lo propio Pereira. En esas circunstancias se habría producido un intercambio de disparos, uno de los cuales hirieron a Pereira y otro de los cuales terminaron con la vida de Balbuena.
La fiscalía postuló el homicidio calificado por el empleo del arma de fuego, mientras que la defensa sostuvo la legítima defensa y en su defecto, el exceso en la legítima defensa, que es lo que en definitiva decidió el jurado.
En este caso es relevante la opinión de uno de los abogados defensores, Miguel Angel Raccanelli, que al cabo del juicio expresó que se encontraba: “gratamente sorprendido del sentido común de la gente que participó en el jurado, ese sentido común que a veces falta en la justicia profesional”, resaltando que “a los jurados se les puede hablar en un idioma común, como si uno estuviera en la cola del banco, lo cual facilita muchísimo la tarea de los abogados”.
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El 20 de abril de 2017 se juzgó en La Matanza a Daniel Emiliano Garay y a su hermano, Jonathan Leonel Garay, por el homicidio de Ernesto Rodas, ex marido de una de las hermanas de ambos.
El juicio comenzó de manera puntual a las 8 de la mañana y tuvo un trámite intenso. A última hora de la tarde los jurados se retiraron a deliberar. Pasado un tiempo prudencial se les ofreció la cena, que rechazaron ya que estaban muy concentrados en su labor y no se querían distraer. En una extensa deliberación los jurados abandonaron la sala reservada para su tarea a las 5 de la madrugada del día siguiente, rindiendo veredicto de culpabilidad por homicidio para el autor del disparo y de participación secundaria para el restante acusado.
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Uno de los juicios que quizá no trascendió demasiado fue el que se realizó en septiembre de 2015 en Mar del Plata. Roberto Echarry llegó acusado por el homicidio agravado por el uso de armas en perjuicio de Faustino González. En el debate se puso en evidencia que a Echarry no le había quedado otro remedio que terminar con la vida de González para defenderse de los abusos de que era objeto junto al resto de su familia.
Hasta el fiscal había coincidido que Echarry era “un buen hombre””, pero que había cometido un delito, y si bien modificó la calificación inicial por la de homicidio agravado con exceso en la legítima defensa, la defensa sostuvo que se había tratado de un ejercicio de legítima defensa y, por ende, inculpable.
El presidente del jurado, muy joven, no pudo contener la emoción cuando anunciaba el veredicto de no culpabilidad, rompiendo en llanto. Lo siguieron en la emoción casi todos sus compañeros, pero también Echarry, sus familiares y los abogados de la defensa.
Una vez terminada la audiencia y recuperada la libertad Echarry declaró que: “No lo esperaba, sabía que la gente buena no iba a fallar. Para mí son todas buenas personas, tampoco esperaba estar enjaulado. No sé si lo merezco, pero me pasó. Yo estoy arrepentido todavía, era un ser humano igual. Le agradezco a todos”.