Guillermo Garat – Vice News.-
A finales de mayo, la Secretaría Antidrogas de Paraguay (SENAD) descubrió 13 toneladas de marihuana en un carguero navegando a través del río Paraguay. El capitán del barco, alertado de que un fiscal lo escoltaba, se suicidó antes de llegar al muelle.
La marihuana decomisada del navío “salió de acá”, explica a VICE News un campesino que hace 17 años siembra, cosecha y vende cannabis en Kamba Rembe, una colonia agrícola de 4.600 habitantes perdida entre caminos de tierra roja en el departamento de San Pedro a menos de 200 kilómetros de la extensa frontera seca del Paraguay con Brasil.
El labriego dice que en el pueblo, nueve de cada diez consiguen su renta del cannabis. Este cultivador llegó a cosechar cinco hectáreas él solo. Siembra 10 kilos de semillas por hectárea y vende en su casa a cinco euros el quilo de marihuana prensada.
El ‘ladrillo’ lo llevan a la capital, Asunción. Pero también a las ciudades de Capitán Bado y Pedro Juan Caballero — fronterizas con Brasil —, a Encarnación — límite con Argentina en el Río Paraná — y hasta Uruguay o Chile.
En San Pedro, siete de cada diez hombres se dedican a la agricultura, la silvicultura, la caza, la agricultura o la ganadería. Kamba Rembe no es la excepción. Pero la falta de tecnología, de compradores honestos, el bajo precio de la mandioca y las extensiones de soja, donde trabajan pocas personas, no ayudan al desarrollo del campesinado.
La mandioca, uno de los orgullos de la colonia agrícola fundada hace 25 años, se vende a siete mil guaraníes, es decir a un euro, la bolsa de 70 quilos. Hace diez años casi la mitad de la población de San Pedro tenía alguna necesidad básica insatisfecha en su vivienda.
Uno de cada tres sampedranos estaba subocupado o desempleado. En esa época creció la plantación de cannabis. “Era la única forma de pagar a las financieras y los bancos”, destaca cerveza en mano un agricultor de cara curtida por el sol, nariz enrojecida por la bebida y uñas negras en manos ásperas.
Primero la yerba mate dejó de ser rentable, luego el precio del algodón se fue al piso. La tecnificación del cultivo de maíz, tabaco y mandioca también golpeó a los agricultores locales. Apostaron por el sésamo y volvieron a perder. El precio bajó y los compradores les pagaron — les pagan — lo que quieren. Muchos pequeños productores volvieron a endeudarse.
“Los pequeños productores cosechan 1200 kilos de maíz por hectárea. Mientras que su vecino, que produce tecnificado, tira 8000. Además, en la chacra campesina hay plagas y enfermedades. El cannabis se ‘culturalizó’. Es como cualquier otra planta. Es el cultivo más rentable”, se lamenta a VICE News Marcelino Araní, educador popular de la Escuela Técnica Agraria de Kamba Rembe. “Hace tiempo que el cannabis está a la vista de todos, incluso de las autoridades”, destaca.
El jornalero rural, que en Paraguay trabaja con machete y azada, puede ganar hasta nueve euros por día durante la cosecha de cannabis que no requiere la última tecnología, sino manos. En el distrito de general Resquín, al que pertenece Kamba Rembe, jóvenes y adultos cultivan cannabis como en otras localidades de San Pedro y de los vecinos Amambay, Canindeyú, Concepción, departamentos fronterizos con Brasil donde el cultivo comenzó a finales de los años sesenta.
Abastecer al mercado suramericano
La demanda de cannabis paraguayo en Brasil es altísima. La Autoridad Fiscalizadora Internacional (JIFE), estima que el 80 por ciento de lo que se fuma en Brasil es paraguayo. También es el que se consume en el Mercosur, Chile y últimamente cruza el Chaco desértico hasta Bolivia.
La JIFE calcula que 6.000 hectáreas anuales se plantan en Paraguay. Las autoridades de la SENAD hablan de 7.000 hectáreas.
La última incursión de la SENAD en Kamba Rembe, se anunció en las radios locales. Los campesinos corrieron de las parcelas. “No buscamos detener al eslabón más débil. Cuando erradicamos es ostensible. Nos contactamos con las radios del interior del país”, explica a VICE News, Luis Rojas, director de la SENAD.
Era finales de agosto, época de cosecha, faltaban pocos días para cortar el “buche” [la flor]. Las hojas ya habían amarilleado y comenzaban a caer.
Los cultivadores sembraron una variedad llamada “mentolada”, que por sus cualidades organolépticas parece autofloreciente, se cosecha en tres meses y fue introducida en los últimos tres años.
Con la clásica planta paraguaya, una sativa que alcanza dos metros sin esfuerzo, se obtienen unos 800 kilos por hectárea. Con la nueva semilla se pueden obtener hasta 2.000 y se cosecha tres veces por año. Además, el cannabis cada vez se esconde menos y convive con la huerta familiar, por lo que se ve y se huele.
Aquella última semana de agosto la policía antidroga no fue tan brutal como antes cuando, además de violencia de género, practicaban el robo de gallinas, chanchos y/o saqueaban las heladeras de un jornalero y su familia muerta de miedo.
Los niños no están tranquilos en la escuela cuando escuchan las aspas de los helicópteros o ven los camiones militares alborotar la calma pueblerina. “Los procedimientos eran muy temidos. Se creaba toda una psicosis, un problema psicológico para las criaturas”, rememora a VICE News René Noguera, director de la Escuela Técnica Agraria de Kamba Rembe.
Esta vez, la policía especializada entró en ciertas casas sin orden judicial. El cuerpo de elite robó cigarros, cerveza, carne y otros víveres a una despensa del pueblito. Fueron prepotentes, pero no golpearon, ni se llevaron a nadie detenido.
Los ‘antidrogas’ estuvieron unos días en la zona. A puro machetazo eliminaron 120 hectáreas de cannabis en unos días de trabajo. Es decir destrozaron el sustento económico de casi todo el pueblo.
Gabriel Dos Santos, dirigente del Comité de Desarrollo Sustentable de Kamba Rembe, tiene un tractor para dar vuelta la tierra de sus vecinos. Pero hace un mes que no lo mueve porque el pueblo está paralizado.”Tenés que ver lo que es el hambre, cuando hay fuego en la olla pero no hay carne”, lamenta a VICE News.
La realidad parece darle la razón. El 2 de septiembre, unos días después de la operación policial, 3.000 campesinos se reunieron en una hora para elaborar un plan de desarrollo y presentarlo al gobierno. Pararon el pueblo, llamaron a los medios de comunicación que llegaron con fotógrafos, micrófonos y cámaras.
El 3 de setiembre pararon el pueblo, educación, transporte y otros trabajos. Fue la primera comunidad que le puso cara al cultivo de marihuana.
El gobierno tuvo que responder. Una delegación gubernamental de veinte personas de traje y corbata se sentó en los pupitres de un aula. Enfrente, los campesinos con ropas teñidas de rojo como su tierra, hablaban de pasar a los cítricos, hortalizas, forestación, lechería y hasta gusanos de seda.
Los agricultores caminería, invernaderos, reforestar 800 hectáreas, tecnificar el cultivo de mandioca, innovar con la stevia e impulsar la caña de azúcar. También quieren aprender a gestionar las cuencas hídricas y proteger el suelo. Además anotaron necesidades en salud, vivienda y educación.
Después de la primera reunión, consiguieron 40 mil plantines de tomates, aunque faltan herramientas, tractores, media sombra y fertilizantes, están tratando de vender esa producción a un supermercado.
De sustento a ‘hierba maldita’
En Kamba Rembé nadie quiere plantar marihuana, le dicen “la hierba maldita”. Tampoco les interesa el debate de la legalización. El pueblo no quiere más marihuana, pero está en la encrucijada.
“Cuando termina un rubro económico hay dos opciones. O subsistir hasta vender la tierra o plantar cannabis. Si no el campesino vende la tierra y emigra. Así va desapareciendo la colonia”, destaca a VICE News el ingeniero agrónomo Noguera que trabaja en Kamba Rembe desde los años noventa.
Hubo un compromiso con el gobierno: habrá ayuda si terminan el cultivo de cannabis. El pueblo en asamblea, aceptó. El cultivador que llegó a cosechar cinco hectáreas él solo ya no planta. No quiere involucrar a la comunidad.
Noguera dice que algunos cultivadores podrían emigrar del pueblo, como pasó con Lima, un poblado que expulsó a los campesinos del cannabis que hace quince años se instalaron en Kamba Rembe y alrededores.
La marihuana “está mal, porque un joven puede perder su vida, su futuro y hasta su familia. Quedás mal con la sociedad, ya no te verá como un adolescente normal. Ya no te darán más trabajo. Quedarás aparte. No directamente, pero ya no te brindarán más oportunidades”, dice serio y sin gesticular a VICE News, Ángel Darío Villalba.
El joven de 19 años gusta de las hortalizas y sobre todo del tomate. Próximamente regresará de la Escuela Técnica Agrícola de Kamba Rembe.
Ángel Darío quiere un trabajo “digno” para su futuro cercano. “Si trabajás técnicamente”, la horticultura “puede dar más que el cannabis”, al menos así lo cree.
Foto: Guille Garat
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