Laureano Barrera.-
El comisario Fabián Domski, jefe de la policía Departamental de La Plata, confirmó a la televisión los pormenores de un robo: dos ladrones armados, uno de 21 años y el otro de 16, llegaron en moto a un maxikiosco céntrico. Apuntaron con sus armas -una 9mm y una Bersa- al empleado y tres clientes, se llevaron la recaudación y los celulares. Hubo un llamado al 911. Policías de la comisaría primera los persiguieron y los capturaron. Los siguieron ocho cuadras hasta que la moto se quedó sin nafta. El mayor se entregó luego de intentar subirse a un colectivo.
El mayor de los detenidos era Carlos Gabriel Burgos. Es uno de los dos absueltos por el ataque contra Carolina Píparo. Burgos había purgado tres años de prisión preventiva, y había pedido que se limpie su nombre y honor. “Este era un final anunciado”, dijo su abogado Rubén Carrazzone en diálogo con Infojus Noticias. “Desde que salió hasta ahora, nadie hizo nada por Burgos”.
Burgos es uno de esos pibes de los barrios marginados que de adolescente empiezan a recalar en las comisarías. Varios miembros de su familia habían caído presos: el padre, un tío materno, el novio de la hermana. Una noche, cuando era menor de edad, asaltó a mano armada una pizzería con otro chico. Quedó filmado en las cámaras de seguridad del comercio, empuñando un arma, una filmación que los canales de televisión reflotaron ayer y también cuando estaba detenido por el ataque a Píparo.
En ese juicio le dieron una pena de tres años y seis meses. El defensor oficial apeló la sentencia y la Cámara la disminuyó a tres años. Esa quita de seis meses, y ciertas condiciones que reunía Burgos para las leyes juveniles vigentes, le permitían salir excarcelado cumpliendo ocho meses de pena. Había pasado más de ese lapso encerrado en el instituto de menores El Nuevo Dique, y quedó libre.
Una semana después, con la mayoría de edad recién estrenada, Burgos despertó con dos policías de civil en el living de su casa. Le pedían que se presentara en la comisaría. Burgos supuso que tenía que ver con la causa anterior, y hasta llamó para preguntárselo al defensor oficial. Ante la negativa del funcionario se presentó por las suyas: una muestra sólida de credulidad.
El día anterior, en una salidera bancaria, habían herido de muerte a Píparo, embarazada. La madre, María Ema Cometta, lo había señalado en el álbum fotográfico de la seccional, un cuaderno de sospechosos que está prohibido por una medida cautelar en todo el territorio provincial. Allí, sin aviso al fiscal ni al juez, sin un defensor oficial ni las llamadas telefónicas de rigor, Burgos declaró en la sede policial. Tiempo después el fiscal Marcelo Romero y el juez César Melazzo lo procesaron como el autor material del balazo contra Carolina Píparo, que incluyó la agonía de la embarazada y la muerte de su bebé, a una semana de nacer. “Nadie que hubiera cometido semejante acto se presentaría así en la comisaría”, razonó un funcionario judicial que conoció la causa. Era un perejil casi tallado a medida: un pibe con varias entradas a la comisaría, blanco frecuente del verdugueo de la seccional, con un padre preso por otra salidera.
Los tres años en prisión, dijo el propio Burgos en las escaleras de Tribunales la tarde que se decretó su inocencia, fueron un “infierno”. Aunque pasó un tiempo corto en la cárcel de Melchor Romero, la mayor parte estuvo en la Unidad 9, a treinta cuadras del palacio municipal. “Él entró con una etiqueta difícil, parecida a una violación”, explicó Carrazzone. Ser “matabebé”, como le gritaban en los pasillos de la penitenciaría, es un estigma difícil de revertir en el código de convivencia tumbero. Al principio, fue destinado a un pabellón especial y con custodia, pero eso era –en algún punto- aceptar la culpabilidad.
Burgos juraba una y otra vez que era inocente. Pidió que lo pasaran a los pabellones comunes con el resto de la población. “Como él me decía: tuvo que batallar todos los días. Algunas veces ganó y otras no, pero incluso en las que perdió se fue haciendo de un respeto”, graficó su abogado. Con el tiempo, y algunas entrevistas que dio a la prensa, la duda sobre su rol fue creciendo. El Tribunal terminó por desvincularlo por las declaraciones de la propia Píparo, que en el juicio oral lo tuvo por primera vez enfrente y señaló a Carlos Moreno, otro de los acusados, como el tirador.
Los primeros tres días de los 63 que pasó en libertad, Burgos tuvo puesta la misma ropa. El resto de su vestuario lo había dejado en el lugar al que ya no quería volver: su camastro en el penal. Afuera, vuelto a las calles del Gran Buenos Aires, no recibió ningún tipo de ayuda: ni becas, ni empleo, ni tratamiento.
Intentó algunas changas durante ese tiempo, como ayudar a cuidar caballos, pero sólo recibió negativas. “Fue a inscribirse a la escuela 14 y le dijeron que no había cupo”, cuenta sl abogado. Marcela, la madre, no había notado que Burgos había vuelto al consumo de drogas. El sábado pasado fue a pedir empleo en una empresa de limpieza. No se lo dieron. “Volvió furioso”, recordó Marcela para Infojus Noticias.
El domingo, después de la juerga nocturna, Burgos volvió a su casa muy empastillado. “No entendía nada -cuenta la madre-. Le dije que se quedara en casa, pero me tuve que ir”, se lamentó. Cuando volvió, su hijo ya no estaba. En el interín, habría decidido salir a jugarse la suerte. “Lo busqué toda la noche. No estaba en ningún lado. No atendía el teléfono ni me contestaba los mensajes de texto”, contó. “Al día siguiente me enteré que estaba detenido”.
Ese día siguiente, Carrazzone fue a verlo a la alcaidía donde estaba detenido. Pero Burgos apenas lo reconoció. “Tenía una ingesta de pastillas notoria. Primero lo negó, después me dijo que no se acordaba de nada”, contó el letrado. “Algo hay que hacer con los Burgos, y no lo digo como un premio. Si fue él quien lo hizo deberá responder por ello. Pero algo hay que hacer para sacarlo de las calles y reinsertarlo en la sociedad”, consideró. Burgos tenía chichones en la cabeza y dijo que la policía lo había golpeado.
Ayer, Burgos debía declarar ante la fiscal juvenil Silvina Pérez, pero antes su abogado iba a corroborar si se había esfumado por completo el efecto de las pastillas. El otro detenido, menor de edad, se negó a hacerlo el lunes. Es la primera vez que cae preso. “No parecía drogado”, contó una fuente del fuero juvenil. “Pero creo que tenía algún problema, no sabía su fecha de nacimiento”, remarcó. El defensor juvenil Ricardo Berenguer pidió para hoy una pericia psicológica.
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