Emanuel Balbo entró al estadio Mario Alberto Kempes para ver el clásico cordobés del sábado: Belgrano contra Talleres. En la tribuna local vio al asesino de su hermano Agustín, Oscar “Sapito” Gómez. Las imágenes de la pelea que terminó en la muerte del joven circularon durante el fin de semana. Varias versiones intentaron averiguar qué pasó pero una cosa es segura: la disputa entre Balbo y Gómez no puede explicarse sólo como un episodio entre hinchas o como un acto irracional o salvaje. Los une una historia de venganzas: no era la primera vez que ponían a prueba sus masculinidades.
En noviembre de 2012, Agustín Balbo de 14 años y Enrique Díaz de 15 andaban en moto por el barrio cordobés Ciudad Ampliación Ferreyra cuando un Golf rojo que corría una picada los embistió y los asesinó. El conductor era Sapito Gomez. Después de velar a uno de los adolescentes, el hermano mayor de Agustín, Emanuel, y su grupo del barrio apedrearon la comisaría donde Gómez estaba detenido. Después fueron a la casa de la suegra, donde vivía, y la prendieron fuego. También incendiaron el Volkswagen Golf. La justicia liberó a Sapito al mes, imputado por homicidio culposo y agravado. El juicio aún espera fecha.
Cinco años después, Balbo de 22 años y Gómez de 35 se volvieron a encontrar. Las versiones de los testigos que estaban en la cancha dicen que Emanuel reconoció a Sapito y lo fue a enfrentar. Cuando Gómez se dio cuenta lo señaló al grito de “es de Talleres”. Los hinchas se abalanzaron sobre él, lo golpearon con banderas, paraguas y puños cerrados. Emanuel bajó corriendo hasta llegar a la baranda y en un intento por escapar quiso saltar pero lo empujaron y se reventó la cabeza contra el piso. Falleció dos días después por muerte cerebral en el Hospital de Urgencias de Belgrano.
La disputa entre Balbo y Gómez no puede explicarse sólo como un episodio entre hinchas o como un acto irracional o salvaje. “Son violencias horizontales entre pares que aparecen como formas colectivas y atractivas de construir prestigio social y masculinidades”, dijo a Cosecha Roja Eugenia Cozzi, Magíster en Criminología e investigadora. Esta cadena de venganzas que se tejía desde hacía cinco años entre Balbo y Gómez es una demostración de masculinidad a través de una violencia “sumamente regulada”: quiénes son las víctimas, quiénes son matables, contra quien se puede medir la masculinidad y a quiénes se define como pares. “La necesidad de mostrar el aguante por medio de la violencia contra alguien construido como un otro permite probar la masculinidad”, explicó Cozzi.
Al gritar que Balbo era hincha del club rival, Gómez se armó de su escudo, sus pares: aquellos que golpearon y empujaron a Balbo y quienes se convirtieron en espectadores de la persecución y la caída al vacío. En las imágenes que circularon en los medios y en las redes se ven hinchas riéndose o simplemente siendo indiferentes a lo que pasaba a pocos metros. Para Cozzi eso es una construcción social. Algunas víctimas generan empatía mientras otras provocan rechazo. “Los protagonistas de estas situaciones comparten con su contexto cultural general las definiciones de víctimas de este tipo de violencias. Los criterios de masculinidad son compartidos socialmente, cómo se disputa y cómo se defiende”, explicó.
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