Foto: Tiago Santana
La noticia de que Tula Pilar Ferreira había muerto circuló el jueves 11 de abril y sorprendió a todas y todos. “No puede ser”, la frase que resume la reacción de la mayoría de las personas que, de repente, se encontraron en una San Pablo sin Tula.
Según información de familiares, la poeta no se sintió bien en esa semana. Aparentemente, lo que le causó la muerte fue un paro cardíaco. Alcanzaron a llevarla a la sala de urgencias Dr. Akira Tada, en Taboão da Serra, en el conurbano de San Pablo, pero los médicos no lograron reanimarla.
Tula eligió ser poeta en un mundo racista. Fue empleada doméstica, niñera, cocinera, funciones que tantas mujeres negras y pobres ocupan y ya ocuparon en Brasil. Sin embargo, en todas las profesiones que desempeñó jamás fue sumisa. Y en los últimos años de su vida eso lo demostraba en sus textos, sus rimas y declaraciones.
En homenaje a su trayectoria y memoria, el colectivo Nós, mulheres da periferia [Nosotras, mujeres de la periferia] publicó un perfil escrito por Brenda Torres y Sabrina Nascimento. El texto fue publicado originalmente en el libro Identidade e Força Ancestral: histórias de mulheres dentro da periferia de San Pablo [Identidad y Fuerza Ancestral: historias de mujeres dentro de la periferia de San Pablo”, en libre traducción].
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Hay un tema de Criolo, un rapero de la periferia de San Pablo, que dice que cada corazón es un universo y encima tiene que bombear la sangre. Quien nos enseñó con su experiencia lo que la canción trae en su esencia fue Tula Pilar, la primera mujer que pensamos en llamar para registrar parte de su historia con nosotras. Y lo más impresionante de la individualidad de Tula es que ella se mezcla con las infinitas posibilidades de historias de otras mujeres.
Su jornada se asemeja, y mucho, a la de Carolina María de Jesús [campesina, poeta y cronista negra brasileña], una de sus principales referentes, como también lo es para tantas otras mujeres brasileñas que luchan diariamente, contra opresiones e impedimentos que se justifican bajo una estructura racista y misógina. Cuando habla de Carolina, tal vez, Tula esté hablando de sí misma.
Negra de rasgos fuertes, normalmente usando ropas que destacan su piel y su larga sonrisa, ella no espera por preguntas y se relaja para presentarse, siempre llena de energía.
Su historia arranca en Minas Gerais [estado del sureste de Brasil]. Su madre, Doña Antonia, era cocinera, lavandera y trabajadora doméstica en Belo Horizonte. Sola, la madre de siete niñas vivía en la villa Alto del Minero y, como la casa de la patrona estaba lejos de ahí, Tula y sus hermanas pasaron a vivir en la casa donde la madre trabajaba para no quedarse solas.
A las chicas nunca les gustó quedarse en la casa de las patronas. Una vez que se veían obligadas a trabajar, les tocaba hacerlo siempre. Tula se acuerda, incluso, que un día una patrona le cortó una parte de su pelo que todavía no le crece bien. Ella y sus hermanas estudiaron en la misma escuela de los hijos de la patrona de su madre, pero un día les prohibieron seguir estudiando: “Todo iba bien hasta que las negritas empezaron a lograr más éxitos que los hijos de la patrona. No era aceptable que las hijas de la empleada tuvieran mejores calificaciones”, dice ella.
Después de un tiempo, la madre se mudó al barrio de San Benedito, cerca del Jockey Club de Belo Horizonte [capital del estado de Minas Gerais], un lugar mejor, pero aún muy lejos de donde trabajaba. En esa época, las hijas ya eran más grandes y no querían seguir viviendo de esa manera, entonces empezaon a huir de la casa una y otra vez, a escondidas de la madre. Tula recuerda que en ese tiempo ellas eran felices. Fue en ese período que las niñas empezaron a trabajar para ayudar a la madre con los gastos de la casa. Sin embargo, en las ocasiones en que no tenían trabajo, seguían huyendo para jugar y disfrutar. “Mientras mi madre no nos conseguía un trabajo, ¡era todo juegos! Trepábamos en los árboles, nadábamos en la laguna del Jockey Club, nos quedábamos en la calle. Mi madre se enojaba, la pobre, y nos decía ‘fugitivas'”, recuerda.
Tula comenta que su madre murió temprano debido a un problema de corazón y presión alta. Además, enfrentaba la depresión por haber sido echada y no poder trabajar más. “Ayudé mucho a mi madre durante la adolescencia. Trabajaba con ella en las cocinas, así que tuve una relación muy importante con ella. Fui una de las hijas que más la ayudó”.
Tula nunca supo quién era su padre. Siempre desconfió que fuera un hombre con quien la madre estuvo casada un tiempo, lo mismo que consta en sus documentos como padre, pero nada nunca le quedó claro. “Mi madre era como yo, y tuvo un hijo con cada hombre porque creía que ellos la iban a ayudar. Así como yo que también tengo tres hijos de padres diferentes. Creía que los tipos me iban a ayudar, pero cuando nos ven con la panza lo primero que hacen es tomar el palo”.
La única cosa que sabe sobre el padre es que se parecía a Milton Nascimento [célebre cantante negro de la Música Popular Brasileña, la MPB] cuando joven. Eso era sólo lo que le contó su madre. Y, por esta razón, Tula dice que el canto es una de sus pasiones. A pesar de la curiosidad, ella afirma que la presencia paterna no hizo tanta falta. Y realmente parece no importarle. “Lo que extraño de hecho es que no haya tenido una convivencia con mis abuelos, tenía ganas de haberlos conocido. Sólo me enteré de ellos por las historias que mi madre contaba, que vinieron acá como esclavos y, cuando se acabó la esclavitud, mi abuela tenía 12 años de edad. Me gustaban tanto esas historias que las pongo en mis poesías”.
Recuerda que desde chica a ella le gustaba escribir y que en la casa de las patronas tomaba los libros de las estantes y se inspiraba para escribir sus propias palabras. “Un día, cuando era niña, escribí un poema. La patrona me vio con el papel, lo tomó para leer y preguntó si estaba loca por leer y escribir en vez de trabajar. Igual me cuestionó en donde yo había aprendido a escribir. Le dije que a mi me había gustado lo que había leído en el libro y que eso me había inspirado. Ella lo miró de vuelta, rompió el papel y lo arrojó en la alfombra, diciendo que yo debería limpiarlo, que yo estaba en su casa nada más que para trabajar y que si ella me viera escribiendo, yo iba a sufrir las consecuencias. Después, ella agarró y cortó parte de mi pelo y me pellizcó”.
Alrededor de los 14 años, Tula fue a Río de Janeiro, en donde nació su madre, junto con la familia con la cual trabajaba. Allí tuvo su primera profesión como niñera, camarera, copetera, una mezcla de todo. Como siempre fue muy atrevida, Tula nunca se quedó de largo en ninguna casa, por lo que se le atribuyó a ella la fama de conflictiva en todas las agencias en que se había registrado, dificultando así su búsqueda por nuevos lugares para trabajar. Cuando regresaron a BH [Belo Horizonte], Tula se dio cuenta de que quería seguir su camino.
“Quería ir a otros mundos. Yo era adolescente, muy testaruda, tenía sueños y muchos deseos y allí sabía que no iba a conseguir nada. En ese momento surgió la oportunidad de venir a San Pablo a trabajar como empleada doméstica. Traje a mi madre y otras tres hermanas, pero sólo yo y mi hermana mayor nos quedamos aquí. A mi madre no le gustó. Las patronas de acá le parecían raras y acabó por volver a Minas Gerais”.
En San Pablo, ella encontró su camino. Creció, maduró, tuvo dos hijas y un hijo. Cuando percibió que no podía seguir trabajando en casas ajenas, salió a vender convenios de obras sociales y suscripciones para diarios en la calle. Pasó por una época difícil, llegó a recolectar residuos para poder comprarle pañales a su hijo. Nunca vivió en la calle, pero trabajó como Agente Comunitaria de Salud (ACS) con la población callejera.
Tula nunca dejó de escribir. Nunca tuvo problemas en relacionarse y conocer a personas. Con una libido aflorada, a ella siempre le gustó contar sus historias y experiencias sexuales en sus poemas, aunque sin mostrarselos a nadie. Hasta que un día, Binho, coordinador del “Sarau do Binho”, comenzó a desarrollar algunos ciclos de poesía erótica en un bar cerca del Terminal Campo Limpio. Ella fue a todos los ciclos. Un día leyó un poema suyo y fue un éxito.
“Siempre escribí en base en aventuras que vivía con los chicos con quien estuve y después de ese día en que recité pasé a tener más inspiración para escribir. Me empezó a gustar [la experiencia de presentarse en público] y ver que a la gente también le gustaba, fue un incentivo.
Escribí una poesía cuando aún participaba en la Cooperifa [muestra cultural en la periferia de San Pablo] llamada ‘Formas Feminis’ que es muy sensual y por lo tanto pasé a ser etiquetada como “la que habla de esas cosas”. Eso hace unos doce años, me veían como una aberración. Pero algunas mujeres empezaron a inspirarse en mí y a querer hablar también. Surgió una ola de mujeres poetas más osadas. Fue a través de Binho que empezó todo porque yo ya escribía poesía erótica, pero tenía vergüenza de hablar”.
Actualmente, Tula vive en Taboão da Serra, hace más de diez años es vendedora de la revista Ocas [de la misma red de la revista Hecho, de Buenos Aires] y es artista periférica independiente. Escribe poesía erótica, participa de ciclos en la periferia de San Pablo y creó su propio colectivo, el RAIZARTE, formado por ella, por su hijo de 22 años y por la hija menor de 14. Es inspiración e influencia para sus hijos que desde temprano se interesaron en el arte. Dice que antes a el hijo no le gustaba mucho la poesía, pero con el tiempo se fue involucrando y hoy recita y toca en grupos de culturas populares como Jongo, Coco y Tambor de Criolla [géneros musicales de origen africana]. La hija más chica creció en el seno de los ciclos y no la podían detener. En la escuela, recita poemas sobre racismo, prejuicio y violación. La profesora, por esa razón, un día la llamó a Tula. La madre afirma orgullosa que la niña quiere hablar y no hay otra manera. La hija mayor nunca se sintió parte de los movimientos culturales y siguió su vida como peluquera.
Con esperanza y algún pesar, afirma que es muy difícil ser artista sin facultad y que sería más fácil para ella crear espectáculos teatrales y hacer investigaciones de campo sobre la cultura africana, uno de sus sueños, si tuviera alguna formación académica o una beca en alguna universidad.
Tula tiene un denso interés por el conocimiento y rescate de la cultura africana. Resalta que necesitamos leer más sobre nuestros antepasados, que mucho de nuestra historia está siendo borrada o repasada de forma errónea, lo que ayuda a fortalecer un sistema de desigualdad y alienación. Muy productiva, frecuenta clases de danza africana, presentaciones teatrales en que ya representó a Carolina María de Jesús y da clases de danzas africanas en algunos espacios culturales, escuelas y CEUs [Centros de Educación Integrada, espacios públicos administrados por la prefectura de la ciudad de San Pablo]. Además, cursa clase de canto y guitarra.
También ha cursado clases de tango que a ella le gustaría seguir, pero es caro y no tiene plata para eso. Practicó danza árabe. Recuerda una presentación en la que ella era la única negra, lo que le causó extrañeza al público. “Una mujer negra puede presentarse y practicar danza árabe, ¡obvio!”.
Un día, Tula nos llamó para ir al “Fecha Nunca” [“Nunca cierra”], un bodegón de esquina en Campo Limpo [barrio periférico de la ciudad de San Pablo]. Parece que en todos los barrios hay un bar con ese mismo nombre, ¿no? Llegamos allí y era el mismo lugar en el que almorzamos el 2015 cuando hacíamos la cobertura de la Feliz (Feria Literaria de la Zona Sur). Tula buscó por un lugar en la esquina donde no había tanto ruido, pidió una cerveza y nos advirtió que tenía poco dinero. Sin saber que también bebemos alcohol, se quedó con la cerveza para ella. Intrigadas con su historia, preferimos engancharnos a lo que ella nos contaba. Allí pareció sentirse más relajada. Dijo que suele frecuentar el bar con amigas y amigos y normalmente ese es el lugar para enterarse de los chismes.
A Tula siempre le gustó tener relaciones afectivas y se muestra una mujer pasional que se involucra rápido. Recuerda sus pasiones y sus relaciones casuales con una sonrisa de niña. Incluso, en un viaje a Buenos Aires, para la Feria Internacional del Libro, se enganchó con un argentino. En ese viaje encontró a una hermana que vive allá y a la que no la veía desde hacìa mucho. Cuenta que la relación entre ellas nunca fue muy buena y que la hermana se enojó con ella cuando dijo que era poeta y artista. “Cuando nos vimos, mi hermana lloró, pero yo no. Ella era muy mala conmigo cuando éramos chicas y yo no la creo”.
Tula comenta que tiene muchas ganas de escribir un libro sobre la vida de su madre. Es importante registrar estas historias, pero dice que es difícil tener apoyo, dinero y tiempo para tantos proyectos. En cuanto a feminismo, Tula tuvo su primer contacto con el movimiento cuando Marisa Dandara -mujer negra, periférica y feminista de Campo Limpo, gran referencia para muchas mujeres de la región- la llevó a algunas reuniones de la Marcha de la Mujer. Después de eso, empezó a participar en los encuentros, a marchar y a viajar con el grupo. Esta fue el primer paso para que Tula también pasara a participar en la Marcha de las Mujeres Negras.
En 2015, participó en la marcha en apoyo a Dilma Rousseff [expresidenta de Brasil, depuesta el 2016 por el Congreso Nacional en un proceso que muchos consideran un Golpe de Estado] en Brasilia, que reunió cerca de 50.000 mujeres en el período de votación del impeachment.
A pesar de todo el envolvimiento y crecimiento junto al activismo, Tula dice que en los últimos tiempos se decepcionó mucho con cuestiones políticas y sociales de modo general y, por eso, se alejó un poco de ellos. “Ya participé bastante, pero ahora participo en paralelo porque estoy muy cargada con mis trabajos y muy decepcionada con algunos retrocesos. Pero nosotras tenemos que estar listas para luchar todos los días o, al contrario, no venceremos”.
La poetisa toma sus luchas y vivencias y las traspasa a su trabajo con orgullo y entusiasmo. Como mujer negra, afirma que tiene el deber de seguir adelante con su arte, a fin de mostrar y diseminar su cultura. “Siento que tengo la obligación de traer mis antepasados, mis raíces, nuestra cultura afro-brasileña y nuestros orixás . Yo no soy religiosa, pero tenemos que hablar de esa hermosa cultura. Si hablan de los dioses griegos, ¿por qué no hablar de los orixás, que igual son dioses? Dioses africanos”.
Recientemente, trabajó bastante y participó en varios proyectos. Pero no se queja, dice que es bueno porque “hace una platita” y puede ejercer lo que a ella tanto le gusta que es su arte. “Con mi trabajo quiero cambiar el mundo. Alicia Ruiz, en una presentación en que participé en la Bienal del Libro, dijo que yo transmito mucha fuerza y verdad en lo que hago. Me pareció muy interesante eso que ella dijo porque esa verdad con la que escribo viene de mi historia y de mi niñez, que son muy importantes para mí. A mi me gustaría que mi madre estuviera acá para poder contarme y inspirarme aún más. Siempre intento estar ligada en mi base familiar, mis orígenes, ancestralidad y con el feminismo. Nosotras luchamos para que otras mujeres vean que es posible, que tenemos que levantarnos y seguir adelante”.
Tula es una representante de mujeres, negras, periféricas, empleadas domésticas, artistas, poetas, madres solas, existentes y resistentes. Tula vive y deja vivir de forma hermosa y esperanzada. Enfrenta las adversidades y se fortalece diariamente desde la relación con sus hijos y de lo que construyó hasta ahora.
En sus poemas destaca que la lapicera es su trofeo, que quiere bordar las palabras en el papel y en todo lo que quiera decir. Porque es tiempo de hacer ecoar los tambores y oír los rumores: ¡poder y voz a las mujeres negras! Tula es poesía, una chica osada y sus pies la llevan a donde quiere ir, a donde pueda soñar.
El texto fue publicado originalmente en el libro “Identidad y Fuerza Ancestral: historias de mujeres dentro de la periferia de San Pablo” y en el sitio “Nosotros, mujeres de la periferia”.