La familia de Yuliana Andrea Samboní vivió siempre en la región del Cauca, un departamento del suroccidente de Colombia. En agosto de este año se mudó al barrio Bosque Calderón de Bogotá en busca de nuevas oportunidades. La mañana del cuatro de diciembre, Yuliana, de siete años, jugaba en la puerta de su nueva casa. Hasta que se le acercó Rafael Uribe Noguera arriba de una camioneta y la secuestró. El hombre, de 38 años, la llevó a su departamento, la violó y la estranguló hasta asfixiarla. La Justicia lo imputó y Noguera negó el asesinato. Pero los fiscales recopilaron más de ochenta pruebas y lo obligaron a hablar: el miércoles confesó que era culpable y quedó detenido en la cárcel La Picota.
Después del asesinato de Yuliana, Noguera tomó mucho alcohol y se drogó. Tuvo un colapso y su hermano lo llevó hasta la Clínica Navarra. La policía colombiana se enteró que estaba internado ahí y llenó el lugar de agentes. “Según los estudios médicos, consumió las sustancias alucinógenas con el firme propósito de que esto retrasara las investigaciones”, explicó una fiscal de la Unidad de Vida durante el procesamiento. Después, le imputó los cargos de femicidio agravado, secuestro simple, acceso carnal violento y tortura. La condena máxima que puede recibir es de 60 años de prisión y según el Código de Infancia Colombiano, la pena no se reduce en los casos de crímenes contra menores. Los fiscales también investigan a Catalina y Francisco Uribe, los hermanos del acusado. Creen que fueron cómplices y ocultaron evidencia en el departamento de la calle Equus 66, donde Noguera asesinó a Yuliana.
Fernando Merchán tenía 58 años y era el encargado del edificio del barrio Chicó. En su declaración ante la Justicia dijo que no sabía nada de Yuliana. Pero el 10 de diciembre una de sus hijas lo encontró muerto en el cuarto de su casa. Tenía las muñecas, el cuello cortado y a su lado había una nota: “Perdonenme pero no quiero volver a la cárcel. No quiero dañarles la navidad. Soy inocente”. Carlos Valdés, director del Instituto Nacional de Medicina legal confirmó en rueda de prensa que fue un suicidio: “La causa de la muerte obedece a una falta de oxígeno”.
Yuliana estuvo desaparecida más de doce horas. La policía siguió su rastro por las cámaras de seguridad de la zona. Vieron cuando se subía a una camioneta gris y como entraba viva al departamento a las tres de la tarde. Cuarenta minutos después, registraron la entrada de los hermanos de Noguera. Los agentes encontraron restos de la ropa de la nena y el cuerpo. Cuando le avisaron a la madre, ella se desmayó y quedó internada en un hospital.
“El femicidio, la tortura y la violación de la que fue víctima ha conmovido a la sociedad colombiana y generado indignación y rechazo. Nada justifica estos hechos de violencia. Crímenes como estos son cotidianos en el país, la mayoría de ellos no solo quedan impunes, sino que ni siquiera son denunciados”, publicó hace dos días la Casa de la Mujer de Colombia en Facebook. La Secretaría Distrital de la Mujer de la Alcaldía Mayor en Bogotá le dio a la familia a una abogada especialista en género “para evitar que el hecho quede en la impunidad”.
En la capital del país se realizaron dos marchas el día después de la muerte de Yuliana: una en la puerta de la escuela donde iba la niña y la otra en la clínica donde se encontraba Noguera. La gente cortó la calle con un cordón humano el día que velaron a la niña. La mayoría sostenía velas y le lanzaba flores al cajón. Después, la familia llevó los restos de Yuliana a la región del Cauca.
* Foto gentileza Semana.com
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