El proyecto para la interrupción voluntaria del embarazo llegó al recinto de Diputados y logró media sanción. Se anunció con el grito sororo de los cuerpos de las mujeres en las calles, en medio del frío. Salga o no salga la ley, el 14 de junio de 2018 en Argentina va a ser recordado como el día en que ganamos.
Foto: Consuelo Cabral
“Estamos hablando de aborto legal o clandestino. Quisieron apropiarse del concepto de defender la vida, pero en este debate sólo hay una propuesta que defiende la vida y es la propuesta por la legalización del aborto”. La voz de la legisladora del PRO Silvia Lospennato resonó en el recinto de Diputados durante el debate del 14 de junio. No era sólo su voz.
Algo ocurrió en Argentina durante los últimos años, los últimos meses y, en especial, los últimos días. Las voces de las mujeres comenzaron a fundirse unas con otras. Se hermanaron. No todas, claro. Sino aquellas que comenzaron a reconocer la grieta con que el patriarcado siempre buscó separarlas, enfrentarlas, hacerlas desconfiar unas de las demás, competir, señalarse, incluso defenestrarse.
Ese grupo de mujeres viejas, jóvenes, adolescentes y niñas, empezaron a escucharse, a confiar. Como ante el fuego, se sentaron juntas y se enamoraron unas de otras. Sintieron el dolor ajeno como propio y, en una montaña rusa emocional, se cuestionaron desde la educación recibida a las ideas propias. La gesta no comenzó ahora. Estuvo fogueada por los femicidios cotidianos, por la historia de la amiga de la amiga que abortó en malas condiciones y que quedó estéril, por la tía que intentó suicidarse porque no quería tener más hijos, por la compañera de la escuela que se murió desangrada en algún sucucho abortero, por las abuelas muertas que nos traspasaron la vergüenza del tabú, por el hartazgo de la hipocresía de algo que se hace de a dos pero se paga de a una.
En pleno invierno, abrazadas unas a otras, alrededor de una hoguera improvisada sobre el asfalto, con mantas y pañuelos color savia, así, en tribu ancestral, permanecimos en vigilia y al acecho de una ley necesaria para sobrevivir. De una ley que obligue al Estado y a los distintos actores de la sociedad a hacerse cargo de una problemática que existió, existe y existirá. De una ley que anteponga la salud pública por sobre las creencias individuales y las diferencias sociales. Una ley que iguale para que además de las ricas, puedan abortar sin morir las pobres. Una norma que priorice la vida de una mujer antes que la de un embrión menor de 14 semanas. En definitiva, nada demasiado distinto a la ley de fertilización ya aprobada en Argentina y utilizada, paradójicamente, por muchas personas de las que se oponen al aborto legal, seguro y gratuito en defensa del ‘embrión ingeniero’.
Es inevitable preguntarse por qué estas mismas personas no se inmutan ante los miles de embriones congelados desechados. Sólo una de las contradicciones de las tantas que quedaron demostrada en estos dos meses de debate intenso. Como el caso de la chica de 20 años que murió a causa de un aborto clandestino en Salta, mientras el bloque de diputades de esa provincia votaba de forma unánime y “en nombre de la vida”, en contra de la ley.
(Diputades, dije. Con ‘e’. Porque la primavera argentina también nos enseñó que sin inclusión discursiva, no hay inclusión feminista. Y que la fórmula binaria de la ‘a’ y la ‘o’ no alcanza, ni alcanzó. Y que indignarse ante un ‘todes’ y reclamar un ‘todos’, no es ingenuo ni inofensivo. Porque lo que no se nombra, no existe. La colonización machista del lenguaje también es responsable y también tiene que caer).
A 100 años de la Reforma Universitaria otra revuelta argentina hace historia. A esta primavera de invierno la están haciendo las vivas, las muertas, las que esperaron toda la noche al calor del fuego, los que acompañaron, pero principalmente las pibas que se le rieron a los insultos con memes, y que se lanzaron a las calles con el pañuelo verde en la mochila y glitter de guerra en la cara, impregnándolo todo de aplomo, libertad y felicidad, una combinación tan brutal como conmovedora. El mundo entero comienza a conocer esta gesta como “la revolución de las hijas”, como la bautizó la periodista Luciana Peker. Tarde o temprano, ojalá más temprano que tarde, será ley. Porque no hay nada que pueda detener a la primavera cuando está en pleno estallido.