La lista de proyectos que tenía por concretar Lohana Berkins era larga, ambiciosa, y no por ello increíble. Quería ser presidenta de la Nación, aprobar una ley de reparación histórica para personas trans y que todas las personas tuvieran trabajo y casa, no como una premisa ideal sino como un deseo de su militancia comunista. Antes de su muerte, en febrero de 2016, planificaba también actualizar los datos de La gesta del nombre propio, el primer censo travesti que la tuvo durante meses yendo desde hospitales públicos hasta los bosques de Palermo, haciendo preguntas sobre violencia institucional, salud, educación y vivienda.
Al cumplirse diez años de aquella publicación pionera -y tomándola como guía-, se presentó La Revolución de las Mariposas, una investigación que tuvo como brazo encuestador al alumnado del bachillerato popular trans Mocha Celis y, como soporte institucional, al Programa de Género y Diversidad Sexual del Ministerio Público de la Defensa de CABA. El trabajo se puede descargar aquí.
La cita fue en el bar Piglia de la hemeroteca del Congreso de la Nación, donde la escritora María Moreno oficia de curadora del ciclo Palabra viva. Para entrar en calor, en las paredes de la entrada colgaban retratos íntimos y públicos de hombres y mujeres T, que fueron fotografiados durante la última década por Sebastián Freire y permanecerán exhibidos todo el mes.
A metros, en una de las oficinas que guarda archivos de revistas y diarios, los sobres temáticos todavía no tienen un catálogo específico si alguien llega y pide, por ejemplo, un folio con la palabra travesti. En el bar, junto a Moreno, disertaron Marlene Wayar (activista y fundadora del periódico travesti El Teje), Josefina Fernández (Programa de Género y Diversidad Sexual del Ministerio Público de la Defensa de CABA), Alma Fernández (ex alumna del Mocha Celis) y Cristian Alarcón (periodista, escritor y director de Cosecha Roja).
“Lohana nos comprometió a darle continuidad a La gesta del nombre propio”, dijo Josefina Fernández, pero “no solo quería actualizar los datos, sino que se hiciera dentro de un marco institucional” y de esta forma “producir cambios en las agendas políticas”.
A su lado, Alarcón recordó los años en los que debió cubrir como cronista de Página 12 las constantes detenciones a travestis a partir del artículo 71 del código contravencional, que penaba la oferta y demanda de sexo en espacios públicos: “Leer este informe dispara varias elipsis hacia lo que fueron los datos de La gesta del nombre propio. En esa época lo que se daba era un acontecimiento cotidiano contra la policía en la calle, peleando por el espacio público que era el espacio del trabajo sexual”, que se sumaba “a la pelea por la esquina, con lo único que quedaba que era el cuerpo”.
Para Alarcón, en los diez años de distancia entre las publicaciones, hubo una transformación con base en lo que algunas referentes trans como Berkins, Diana Sacayán y Wayar consiguieron en sus batallas: “Un lugar desde el cual no solamente decirse, sino también demandar y exigir”.
Las preguntas de La revolución de las mariposas no salieron de una probeta científica de censos, sino que fueron pensadas y escuchadas en base a la voz travesti, donde por ejemplo decir teje significa algo más que hacer un saco, y puede figurar la trama de un plan, hacer un pacto o cualquier palabra que no se quiera pronunciar para evitar quemarla, según el contexto en que se diga. Haciendo juego de palabras, Moreno dijo que el libro crea un espacio común para saberes académicos y no académicos, donde “tener calle y tener claustro no están divorciados, porque en la calle hay libros no escritos, y un claustro sin barro, es una bóveda”. La escritora vio en las estadísticas una fuerza crítica, para hacer a través del conocimiento una interpelación al Estado y una herramienta que nadie ignore: “Espero que aún en tiempos sombríos, la revolución supuestamente vencida o muerta sea capaz de levantarse como un zombie para hacer de la vida una revuelta sin jubilación”, arengó.
A lo largo de la publicación se resaltan balances comparados con el censo de 2005, teniendo como punto de quiebre la Ley de Identidad de Género, aprobada en 2012. Según se trate de mujeres trans/travestis o de hombres trans, el colectivo reúne dos tipos de injusticia: “La injusticia socioeconómica, arraigada en la estructura económica política de la sociedad, y la injusticia cultural o simbólica, anclada en los modelos sociales de representación, interpretación y comunicación, expresados, por ejemplo, en la dominación cultural, la falta de reconocimiento y la falta de respeto”.
Cada uno de los capítulos del informe refiere a un tópico y fue intervenido por reflexiones encargadas por el equipo responsable a personas comprometidas, desde sus diferentes ámbitos, con las reivindicaciones del colectivo. Así, aparecen textos de Say Sacayán (Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación), Alan Otto Prieto (Capicua), Dario Arias (Conurbanos por la diversidad), Karina Nazábal (diputada del Frente para la Victoria), Alba Rueda (Mujeres Trans de Argentina), Sebastián Amaro (especialista en vejeces trans), Emiliano Litardo (Abosex), Paula Viturro (activista feminista). También escribe Gabriela Mansilla -madre de Lulú, la primera niña trans en recibir su DNI- y hace un punteo de claves para escuchar a los niños y niñas sin violentar sus identidades: “En las escuelas debemos promover la indistinción de género ¡Basta de filas de varones y mujeres!¡Basta de educación binaria!”.
La mayoría no elige la prostitución
Cuando la ruptura con la cultura biológica del género se hace visible, el hogar expulsa. En el informe puede leerse que la acumulación de desventajas comienza en la infancia, momento en que aparecen los primeros juegos con la ropa y se construyen identificaciones con los roles femeninos y masculinos. Entonces llega el rechazo en el ámbito familiar y como consecuencia la deserción escolar: el 70% de mujeres trans/travestis dejó a su familia antes de los 18 años. Esta realidad empuja casi de forma exclusiva al ejercicio de la prostitución, situación que al menos para la mayor parte de las encuestadas, sería abandonada si existieran otras opciones para generar ingresos. Según el censo, este indicador disminuyó comparado a 2005 –el 89% se mantenía con la prostitución y hoy el 70%- aunque las cifras ponen una alarma: la edad de inicio coincide el alejamiento del núcleo familiar de origen, lo que significa en muchos casos irse del hogar con lo puesto y prostituirse antes de los 14 años.
“El sueño de todas mis compañeras era cambiar de vida”, dijo Wayar, “la Capital se presentaba como la única llama donde calentarse, donde conseguir experiencia, donde construirse, porque el mundo no se nos daba para construir nada”. El recuerdo en primera persona de Wayar emocionó a muchos, cuando relató una tarde en la que estaba haciendo esquina en Palermo: “Paraba con Nadia Echazú y se largó una tormenta fuerte, así que nos tuvimos que ir para la otra esquina bajo un techito. Una de las chicas que estaba ahí se vino con nosotras, tendría 14 años. En eso viene otra, de unos 12, y la empuja bajo la lluvia para que se le corra el maquillaje. Terminaron las dos embarradas, chapoteando bajo el agua. Fue ahí que nos miramos con Nadia y nos dijimos mirá lo que son estas nenas, son criaturas, y tienen que estar acá paradas. Hay un imaginario de que nos gusta la plata fácil, que de un momento a otro decidimos prostituirnos, y no siempre es así”.
Las encuestadoras, “Las Mochas”
Pegado a la estación Federico Lacroze, en el quinto piso de la Mutual Sentimiento, funciona el bachillerato popular trans Mocha Celis, bautizado con el nombre de una travesti que ganó el apodo de mocha por su cabellera frondosa como virulana, quien tuvo sus primeros aprendizajes de escritura en la cárcel, haciendo tiempo entre las tantas veces que la llevaron detenida.
En ese quinto piso, durante la cursada de Metodología de la Investigación Social, las Mochas –como se autodenominan las y los estudiantes- se pensaron como “investigadorxs subjetivxs-objetivxs”. Según cuentan en el libro, al principio del desafío tuvieron muchas dudas: “Por allá apareció la ciencia, lo cuantitativo, lo cualitativo y nos hicimos tantas preguntas hasta construir nuestra propia postura: el mundo y la ciencia necesitan categorizar y clasificar todo el tiempo y se mueven más por lo cuantitativo, pero cuando ya no quedan números posibles para señalar, en ese momento, ¿entramos en la tan innecesaria tarea de identificar con un rótulo lo que no podemos hacer con un número? ¿Por qué construir descripciones, números, rótulos, categorías todo el tiempo? ¿Quiénes son realmente lxs dueños del saber? ¿La ciencia es también política? ¿Cuál es la relación entre ciencia y Estado?”.
En la cursada pensaron posibles preguntas para sumar al viejo cuestionario de La gesta del nombre propio, y después se dividieron en grupos de trabajo para empezar las entrevistas de campo, teniendo en claro que los temas eran salud, vivienda, educación, trabajo y violencia institucional. La calle, como lo esperaban, no fue fácil: “Contactarnos con chicas interesadas y que después no coincidiéramos, caminar toda la tarde con lluvia y no hacer ninguna entrevista nos frustró (a muchas hasta nos dio una gripe fatal), pero igual nunca bajamos los brazos. Caminamos el territorio todxs juntxs y en ocasiones fuimos a llevar preservativos a las zonas rojas para hacer también un enganche con las compañeras”.
Según las Mochas, las chicas del Hotel Gondolín fueron las más cálidas y predispuestas a la hora de participar: “Junto a ellas confirmamos que todavía da mucho miedo hablar con otrxs de temas tan serios para nosotras como la salud, y es que ‘los trapitos se lavan en casa’, como decía la Berkins”.
Abrazanos mamá trava
Antes de la performance de Julia Amore, hacia el final de la presentación, Alma Fernández contó que cuando viajó a los trece años desde Tucumán para vivir en Capital Federal le preguntó a Berkins qué tenía que hacer si la detenía la policía: “¡Vos corré para el otro lado!”, recuerda que le dijo. “¡Y me la pasé corriendo!”, se rio Alma, “y hoy me rio porque el humor trava hace que todo lo feo termine en risas”. Después, la ex alumna del Mocha que pasó por la experiencia de encuestar, leyó un poema que le dedicó a Berkins apenas se enteró que había muerto, y que fue incluido en el libro:
“Abrazame mamá trava, abrazame
porque me asustan las sirenas
Marcame el paso en este corso
Porque ya te fuiste en brillos
Y yo todavía tengo que bailar
Abrazame mamá trava, abrazame”