La tele que encarcela

Series como El Marginal crean o refuerzan el imaginario social: la cárcel aparece como escenario de violencias y corrupción a través de escenas que construyen la vida cotidiana a partir de excepcionalidades o mitos como las salidas a robar o las empanadas hechas con un guardia asesinado.

La tele que encarcela

Por Cosecha Roja
12/11/2019

Por Miranda Matías, Inés Oleastro y  Pitarquis Darío*

¿Cuál es el problema que plantea “la inseguridad”? ¿Qué respuesta hemos dado históricamente? ¿Qué lugar ocupa la cárcel en todo esto? ¿Quiénes la transitan? ¿Y quiénes están habilitadxs para hablar sobre el tema? ¿Por qué sigue siendo un problema en aumento, si supuestamente los gobiernos intervinieron a través de políticas de seguridad? La pregunta sobre la inseguridad nos lleva a la única respuesta que política y socialmente se ha dado: La Cárcel.

La cárcel a través de los ojos de El Marginal como ficción televisiva, tiende a crear o reforzar el imaginario social sobre la violencia en la cárcel de quienes la transitan. La serie, más allá que pretende ser un programa de entretenimiento, como todo medio de comunicación produce subjetividades en las personas que la miran. En este caso, la cárcel aparece en la pantalla chica como escenario de violencias, corrupciones y desmesura donde tanto los detenidos como los penitenciarios sobreviven en una lucha constante por el poder y el control del establecimiento. A través de escenas que construyen la vida cotidiana carcelaria a partir de excepcionalidades o mitos como las salidas a robar por parte de los presos, empanadas hechas con un guardia asesinado o mujeres que ingresan por un negocio alrededor del trabajo sexual generan en un público heterogéneo la desinformación sobre lo que sucede verdaderamente.

Series como estas, o las entrevistas realizadas por Mauro Z para canal 11, donde “conversa” con detenidos bonaerenses, refuerzan el estigma sobre la realidad que se vive en la cárcel, mostrando una versión alterada para consumo mediático que se apoya en la violencia desmedida. Los efectos, finalmente, tienen que ver con el afianzamiento del miedo y el pánico social al delito, a quienes se encuentran detenidos pero pueden recuperar la libertad y por lo tanto, siguen abogando al problema de la “inseguridad”.

¿Por qué creen entonces que los medios muestran un recorte intencionado de la realidad de la cárcel? ¿Cuáles son los riesgos de que este recorte empalme con esos sentidos socialmente circulantes sobre la misma?

Las decisiones no son ingenuas. En El Marginal, el director retoma una película que muestra prácticas de cárceles rusas para recrear un ring de combate con apuestas y muertos como forma de espectáculo que lejos está de la realidad en nuestro país. En todo caso, los ring en las unidades penales se parecen más a centros de entrenamiento en boxeo, coordinados y pensados para las actividades recreativas, la descarga de energía y la competencia como ejercicio de superación. O “la villa” en medio del patio, que reproduce los peores estigmas sobre los detenidos que viven allí.

Suele conocerse como “la villa” a los pabellones de población, pero el director optó por desplegar una especie de asentamiento en la cárcel que nada tiene que ver con lo que verdaderamente sucede en ese patio: la canchita de fútbol, ese espacio de encuentro, donde el cuerpo y la mente tienen la posibilidad de encontrar en un picadito las mejores sensaciones de libertad. Las decisiones no son ingenuas. Las peleas son siempre del lado de los presos que pareciera que solo pueden vincularse para negocios o enfrentamientos.

Lejos está la ficción de mostrar la realidad cotidiana de la cárcel, esa que se afirma en la solidaridad, el compañerismo, la empatía y los espacios de construcción colectiva. Si la pena se aplica individualmente, el tránsito por la cárcel es siempre con otros y esto nos lleva indefectiblemente a pensar en los lazos de construcción cotidianos que en la cárcel son necesarios y fundamentales.

Ñeris, ranchos, compañeros, espacios recreativos, educativos, la escuela, los talleres. Estas experiencias que no se ven en la ficción, o que se muestran de forma despectiva y subestimada, son en realidad espacios de lucha, de resistencia, de reflexión y de transformación subjetiva.Finalmente, son aquellos los espacios que deberían fortalecerse y ser foco de políticas y financiamiento.

Si bien muchos de los que transitan las cárceles son conscientes de que fueron parte del problema que nos convoca, también es cierto que a través de la educación en sentido amplio, han podido reflexionar y transformar su vida buscando ser parte de una propuesta que ayude a pensar soluciones eficaces e integrales a la realidad y no a las falsas intervenciones que vemos repetirse en esta materia.

Nos preocupa la cárcel, pero la cárcel no es El Marginal. Nos preocupa la cárcel porque nos preocupa la sociedad: el problema es de todxs. Las cárceles son parte de un problema más amplio, de desigualdad, de distribución de riqueza, de consumo, de oportunidades, de corrupción, de políticas públicas, etc. Entonces, los riesgos de series y programas como estos tienen que ver con seguir reproduciendo las mismas respuestas vacías que desoyen realidades complejas en las cárceles y en otros territorios.

* Integrantes de un centro de estudiantes universitario en contexto de encierro.  Matías Miranda es profesor en Comunicación Social de la UNLP y Darío Pitarquis estudiante del profesorado de Historia de la UNLP, ambos privados de su libertad. Inés Oleastro es licenciada en sociología UNLP y docente en el Centro.