(Nota publicada el 14 de octubre de 2016)
– Poco a poco fuimos aprendiendo del horror – dice Inés Sánchez. Con la voz firme y un poco cansada, la fundadora de la agrupación Proyecto Galgo Argentina, enumera lo que sus ojos ya se acostumbraron a ver: perros lastimados, fracturados, desnutridos, con síndrome de abstinencia a las drogas y problemas orgánicos graves. A pesar de que pasaron tres años desde la primera vez que fue testigo del calvario de los galgos, no olvida las historias de los 1200 perros que rescataron de la explotación.

¿Cómo es la vida promedio de un galgo de carrera? El relato no se parece en nada a los días felices de un perro con su familia. En su afán de dar con la mejor versión de la raza, los galgueros los crían indiscriminadamente. Después de las montas forzadas, seleccionan entre los recién nacidos a los que se perfilan como buenos deportistas. Con ellos comienzan los entrenamientos: corridas en cintas, atados a coches o detrás de un señuelo vivo; les aplican inyecciones de drogas como cocaína líquida, arsénico, estrignina, anfetaminas, cafeína y hasta viagra para mejorar su rendimiento. Mientras esperan los días de competencia, viven hacinados en pequeños caniles y, cuando llega su hora de correr, los trasladan encerrados en los baúles de los autos o, con suerte, en algún carrito inseguro, especialmente diseñado para la ocasión.
Después de años de sufrir esta rutina, una vez terminada su “vida útil” como corredores, los descartan tirándolos en alguna ruta o los matan. Inés asegura que la mayoría de los perros que sobreviven a la explotación, mueren por degeneración a nivel hepático, porque dejan de asimilar los nutrientes de los alimentos. Vio galgos que podrían haber vivido 14 años y no duraron más de dos o tres.
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Cada 15 o 20 días se hacen carreras de galgos en más de 30 localidades de todo el país (Inriville y Marcos Juárez, en Córdoba, son los Palermo y San Isidro caninos). En los canódromos o en pistas improvisadas los perros compiten por alcanzar una liebre de juguete. Fuera del campo de juego, los humanos corren detrás de los 500.000 pesos que mueve la actividad durante un fin de semana, entre entradas, apuestas, premios y derivados (por ejemplo, un galgo “ganador” puede llegar a costar 200 mil pesos y si triunfa en la carrera más importante del circuito, su dueño embolsará más de 100 mil).
A pesar de que existen en el país desde hace más de cuatro décadas, hoy las carreras de galgos  están en el centro del debate social y parlamentario: en julio de 2015 la Cámara de Senadores le dio media sanción al proyecto de ley para prohibirlas en todo el territorio nacional y, un año después, los proteccionistas lograron instalar el tema en la opinión pública (Tinelli, Vidal, Carrió y Macri se mostraron a favor de prohibirlas) para que se trate en Diputados antes de diciembre.

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La imagen de decenas de familias asistiendo a las carreras o llevando a competir a su galguito, vestido con una capa cosida a mano, cualquier sábado o domingo de sol, contrasta con los relatos del horror de los grupos proteccionistas. Para defenderse de las acusaciones de explotación y maltrato animal, los galgueros argumentan que lo suyo es un deporte como cualquier otro, donde  se cuida, protege y entrena a los atletas. Sin embargo, desde la Confederación Argentina de Deporte declaran que no es una actividad deportiva: no involucra la participación de una habilidad y/o destreza humana.
En definitiva, la oposición a lo que los galgueros llaman “pasión, deporte o hecho cultural” se basa  en el uso del animal con el fin de ganar dinero, reconocimiento o para recreación. La meta es terminar con esa explotación, más allá de que haya simpatizantes de la actividad que no maltraten a sus perros.

“En Buenos Aires no conocen bien las carreras, ni saben que dan trabajo, en las ciudades chicas o pueblos del interior, a casi un millón de personas, entre laboratorios, veterinarias, comida y artículos para perros”, explicó Miguel Ángel Nodar. El presidente del Kennel Club Argentino (donde se registran oficialmente los perros de raza de todo el país) y criador canino, se une a la polémica y defiende lo que considera una “tradición nacional y un hecho cultural”. Nodar dice no tener galgos ni participar en las carreras, y presentó un proyecto de ley para regularlas en el que, por ejemplo, se prevén hasta siete años de prisión efectiva para los maltratadores. Para él, es la ausencia del Estado como regulador lo que facilita la explotación: “Si sale esta ley y se prohíbe, la actividad va a pasar a la clandestinidad absoluta y a la caja de las policías provinciales”.

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La salud de los galgos está en discusión. “Son perros que necesitan entrenarse para estar saludables. Por su estructura física – diferente a la de todas las razas – tienen que correr para no estresarse”, explicó Miguel Nodar. Para Miguel Costa, veterinario y director técnico de FUNDACO – Fundación para la defensa y protección del animal comunitario –, un galgo puede vivir muy feliz toda su vida durmiendo arriba de un sofá y corriendo una pelotita. “Esta raza de perros está genéticamente concebida como un atleta. Tiene una fisiología de huesos, articulaciones y músculos preparados para correr y un corazón más grande que el resto de los perros. Eso le permite hacer grandes esfuerzos. Pero no significa que necesite hacerlos o que se estrese por no realizarlos”, contó Costa. Y agregó: “Para mí la clave de todo este conflicto está en el gran negocio que representan las carreras de galgos”.

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Antonieta estaba en una casa en Carmen de Areco, junto a otros seis perros, todos desnutridos y sarnosos. La dejaron de alimentar porque se había fracturado una pata en una carrera. Después de un aviso anónimo fueron a buscarla voluntarios de Proyecto Galgo Argentina. Al momento del rescate, pesaba 12 kilos y tenía los primeros síntomas de moquillo neurológico. Anto tuvo suerte: se recuperó totalmente en tres meses, al poco tiempo la adoptaron y comenzó a disfrutar de la normalidad de una familia, lejos de las carreras y los entrenamientos.

Sólo ocho países en el mundo permiten las carreras de perros. En Argentina, la ley nacional 14.346 que penaliza la crueldad animal – en todas sus formas- no resultó suficiente marco de intervención. Tampoco leyes provinciales y ordenanzas municipales, como la 12.449 que las prohíbe en la provincia de Buenos Aires desde el año 2000.
El proyecto de ley que tiene media sanción en Senadores – presentado por Magdalena Odarda (Alianza Frente Progresista, Río Negro) – estipula penas de prisión de hasta cuatro años y el pago de multas de hasta 80 mil pesos a quien “organice, participe o promueva” estas competencias. Desde agosto de 2015 está en Diputados, en la Comisión de Legislación Penal que preside la diputada María Gabriela Burgos (UCR, Jujuy). Luego de las reuniones informativas – una para recibir a los galgueros y otra a los proteccionistas – el 12 de octubre salió el dictamen por mayoría en la comisión penal. Queda esperar la decisión de la Comisión General y la votación en el recinto, dicen los diputados que hay grandes posibilidades de que sea tratado el mes próximo.  

Fotos: OmarCurrosSimón / Proyecto Galgo Argentina