Silvina Tamous – Cosecha Roja.-
La Gitana y el Fantasma, una célebre pareja de ladrones, aparecieron asesinados en un camino rural a Pérez. Los dos cuerpos se suman a una larga lista de muertes con el signo mafioso de la venganza: una manera de instituir una justicia paralela de un mundo paralelo que queda en una misma ciudad, en general por afuera de los bulevares. Allí la muerte es moneda corriente. A veces representa grandes venganzas de los grupos narcos que controlan la venta. Otras, pequeñas broncas barriales que se dirimen a los tiros. Son los cuerpos que se acumulan y forman parte de los 247 homicidios de 2014 y de los casi 50 de este año.
La gitana Marisel Pérez no parecía tener relación con el mundo narco. Con más de 40 años, su especialidad eran los robos calificados. Una muñeca brava pocas veces vista, dueña de una inusual belleza, capaz de defenderse a los tiros desde arriba de una moto en una persecución policial. “Era muy brava”, recuerda un viejo policía, un coleccionador de las figuritas difíciles del hampa, personajes más atractivos que los traficantes. Sobre el fantasma Alejandro Viteli recuerdan una causa por droga en Corrientes. Se unía con la Gitana en la vida y en el delito y sus apariciones siempre estuvieron vinculadas al robo. Pero los que lo conocían no descartan alguna vinculación con el mundo narco.
Ambos tenían una muy liviana condena si se suman los cuatro robos calificados por los que cayeron en desgracia. Un juicio abreviado con seis años de condena, con un beneficio de salidas transitorias a los pocos meses les permitió ganar rápidamente la calle. Y allí llegó la venganza, enmascarada de justicia, adoctrinamiento.
Son dos muertos más de una larga lista. Pero también son dos casos más que muestran lo lejos que están las instituciones del Estado del mundo del hampa. A la sombra de estas fallas, crecen en los barrios personajes a los que la impunidad vuelve peligrosos. Personajes que cargan sobre sus espaldas muertes, tiros, balas y están en libertad y generan miedo y poder.
El Triple Crimen de Villa Moreno, que en noviembre dejó preso a un peso pesado del hampa como Sergio Quemado Rodríguez y a otros tres jóvenes (Daniel Teletubi Delgado, Brian Sprio y Mauricio Palavecino), es claro para analizar cómo funcionan las bandas, en este caso una segunda línea de la famosa Los Monos.
El Quemado, que había sido imputado de delitos graves como tentativa de homicidio estaba en libertad. Los otros tres jóvenes habían participado junto al hijo del Quemado, Maximiliano Rodríguez, en un intento de homicidio dos días antes de la masacre. Habían arremetido a balazos contra un chico que entonces sólo tenía 17 años, Facundo Osuna. Si la Justicia o la Policía hubiesen intervenido en la balacera a Osuna, podrían haber detenido una interminable cadena de venganzas que le costó la vida a los tres militantes sociales de Villa Moreno, pero siguió también con la muerte de Facundo Osuna y el hijo del Quemado. Si el Estado estuviese presente para limitar las acciones de las balas con la de la Justicia, la muerte no hubiese fluido de esta manera.
Mientras la venganza se cobra vida, una epidemia de baleados llega a diario a los hospitales públicos. Muchas veces, las declaraciones de las víctimas son escuetas. Cuando son inocentes, por miedo, cuando son culpables porque esperan la venganza.
Las bandas narcos funcionan como las barrabravas. Cuando se pierden las cabezas que las conducen empiezan las peleas. Y es entonces cuando los grupos pequeños comienzan a pelear a sangre y fuego el territorio. Con el retiro de las Fuerzas Federales, un emblema rosarino como los búnkers de drogas volvieron rápidamente. Y con ellos el incremento de la violencia. También las ocupaciones de viviendas por parte de las bandas. Rosario se convirtió con los años en un territorio que pide a gritos la acción del Estado para que esos mundos paralelos se unan.
La justicia por mano propia también aparece en otros hechos, como el asesinato de David Moreira, donde un grupo de vecinos enfurecidos lincharon a un pibe de 18 años que había robado una cartera. Uno de los detenidos por ese hecho ya está en libertad y en los próximos días el otro acusado correrá la misma suerte. Un permiso encubierto de la Justicia para que la mano propia siga, al margen del Estado.
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