Juliana Mendoza – Cosecha Roja.-
Llegó el día para Jorge Mangeri. Después de 22 audiencias, los jueces lo condenaron a la pena perpetua por el crimen de Ángeles Rawson. Durante todo el juicio, no pronunció una palabra más que para declararse inocente y apuntar a los policías que lo amenazaron. El encargado tuvo el apoyo de su familia: tomaban apuntes dentro de la sala y mates en los recesos. Del otro lado, los papás de la adolescente de 16 años se reunían en uno de los pasillos del sexto piso de Tribunales. Lee las mejores escenas en el TOC 4.
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Los familiares de Mangeri se ahorraban el viaje al penal de Ezeiza y aprovechaban para saludarlo. “Dios te cuide, Jorge”, le dijo su suegra una vez al final de una audiencia. Una de sus cuñadas le tiró un beso y él se lo devolvió. Otra vez la misma mujer le dijo a un hombre que estaba sentado al lado suyo: “Desde acá se ve la verdad”, Mangeri se quedaba en la sala durante el cuarto intermedio, a veces tenía un buzo de polar verde, otras se ponía el azul para las audiencias. Un día trajo de la cárcel unos anteojos negros, otra le acomodó los papeles a su abogado defensor Adrián Tenca. En un cuarto intermedio, abogado y cliente se reían a carcajadas.
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La primera audiencia del juicio empezó a las 9.30. Los jueces pidieron a la secretaria que lea el auto de elevación a juicio. En la sala estaban Franklin Rawson y Jimena Arduriz, los padres de Ángeles, junto a su abogados Pablo Lanusse. Afuera quedaron Diana – esposa y una de los 180 testigos de la causa- y sus parientes, que alentaron al encargado cada vez que aparecía en pantalla. “¡Inocente!”, gritaban.
En la investigación determinaron que estaba desnudo de torso y con los pantalones bajos: “Impedido de consumar su agresión sexual, con el fin de ocultar su crimen y garantizar su impunidad, Mangeri decidió quitarle la vida con sus propias manos, asfixiando y ocasionando la intencional muerte de Ángeles Rawson”. “¡Mentira, mentira!”. A cada acusación de las lecturas, el público afuera de la sala gritaba.
“El acusado Mangeri descartó el cuerpo de la adolescente a través de un mecanismo que le resultaba conocido y propio, como es el sistema de recolección de residuos, esto queda constatado por el hallazgo de ADN del encargado en la soga con la que Ángeles estaba atada”. “Mentira”, otra vez.
En el receso de 20 minutos, alrededor de las 11, Diana corrió hasta la sala para saludar a Mangeri. Los parientes se abrazaron, tomaron mate, comieron facturas y masas como si estuvieran en una merienda familiar.
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En una audiencia que duró ocho horas, Tenca preparó un cuadro sinóptico en una pizarra blanca para explicar el proceso de análisis del ADN que incriminó a Mangeri. El encargado estaba atrás de su abogado, tenía un buzo azul y la mirada en el piso. La familia de Mangeri, como durante los cuatro meses que duró el juicio, lo acompañaba. Su esposa Diana salió antes del primer cuarto intermedio para abrazar a la sobrina y jugar con su nieta de ocho meses. Adentro, los papás de Ángeles y el hermanastro escuchaban los alegatos del abogado.
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Cuando terminó el primer cuarto intermedio, cerca del mediodía, Diana Saettone fue al baño de los tribunales porteños en el séptimo piso. Ahí, una mujer le pidió sacarle una foto para mostrarles a mis amigas. “Mi marido también está acusado”, le dijo la esposa del encargado. “Hay que saber esperar y confiar en Dios”, contestó Saettone. Minutos antes, Mangeri se había quedado dormido en la mitad de las declaraciones y estaba saliendo de sala para no volver: el tribunal había aprobado el pedido de la defensa de no asistir a todas las audiencias.
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Aduriz y Jerónimo se abrazaron en la puerta de la sala cuando el tribunal pidió el cuarto intermedio. Diana salió acompañada de su hermana. “Muy bien diez, felicitado”, gritó la mujer del encargado en el pasillo haciendo alusión al testimonio del hermano mayor de Ángeles. Después del receso y del comentario, no volvió a entrar y se fue de Tribunales.
Foto: Mariano Armagno / Infojus Noticias
[Nota publicada 14/7/2015]
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