ricardoragendorferCosecha Roja.-

Durante ocho encuentros en Casa Defensa (Agencia Télam), el periodista Ricardo Ragendorfer exploró los inicios literarios y periodísticos del género policial. Comenzó con Edgar Allan Poe y el diario Crítica y atravesó los reflejos políticos y sociales de la noticia policial a través del caso del “Descuartizador de Barracas” (1955) y el femicidio de Ángeles Rawson (2013).  Navegó por los vínculos entre el género policial y las narrativas urbanas, el rol del periodista ante un caso delictivo, las diferencias entre el lenguaje gráfico y el audiovisual y la administración de los tiempos en el relato urbano. ¿Cuántos formatos existen para narrar un crimen? ¿Cómo pensar una crónica que tenga una mirada diferente?

Los desafíos de la prensa gráfica

La masacre de Ramallo, aquella toma de un banco que terminó con rehenes y asaltantes muertos en 1999 y que resultó un escándalo preelectoral de la Bonaerense, fue cubierto por todos los medios gráficos, radiales y televisivos del país. Todo pasó en vivo y en directo frente a los ojos del público. El desafío para los reporteros de medios escritos era cómo hacer una cobertura distinta.

Así lo contó Ragendorfer: “Quienes estábamos ahí por el periodismo gráfico debíamos tener en cuenta que, en competencia con  la inmediatez de la TV, era notable nuestra desventaja. Había que buscar un punto de vista para que nuestra descripción tuviera alguna originalidad. Yo me había enterado que las hijas de uno de los rehenes muertos (el gerente de la sucursal) había visto en vivo y en directo los acontecimientos desde un televisor en el estudio de la radio local. Entonces conté la historia desde ahí”.

Betina supo con certeza qué estaba pasando. En ese instante la radio transmitía avisos y en el estudio todos guardaban silencio. Los tiros sonaron muy cerca, y ella, tapándose los oídos con las manos, en un vano intento de preservarse del horror, rompió en un llanto tan profundo como desgarrador: —Esos son los tiros que están matando a papá.

Del texto al lente y viceversa

Ragendorfer

El lenguaje escrito, la prensa gráfica tiene reglas precisas. En 1925, cuando Gustavo Germán González escribió sobre la muerte del concejal Carlos Rey, no había otra forma de contar los hechos. A comienzos de los noventa, Fabián Polosecki transformó la manera de narrar el mundo del hampa. En el primer episodio de ‘El otro lado’, policías y ladrones se confiesan en cámara.

– Mirá pibe, a los chorros de la pesada no los vas a encontrar con facilidad, están bien guardados -le dice el periodista Enrique Sdrech a Polo.

“Todos los que hicimos ese programa formamos parte de una asociación ilícita”, dijo en broma Ragendorfer, que trabajó en El Otro lado. Los personajes lo acompañaron durante mucho tiempo y, cada tanto, volvían a parecer. Como una historia visual puede disparar otras historias, así fue que llegó hasta Juan Ramón Morales y Eduardo Almirón Sena, dos jefes operativos de la Triple A, custodios de López Rega. Antes habían sido policías federales, tal como se ve en “Parapolicial Negro: prehistoria de la triple A”, un documental en el que Patán investigó y entrevistó -junto a un equipo- a Isabel Sarli, Marcelo Larraquy, Julio Santucho y Osvaldo Aguirre, entre otros.

Cómo diagramar una crónica policial

Convertir un hecho delictivo en una crónica policial es el territorio más brumoso del proceso periodístico. Una crónica no es sino el ordenamiento de las piezas que conseguimos a lo largo de la investigación. Siempre surge el miedo de que nuestra la reconstrucción no supere las expectativas, de malograr la historia. En casi todas las academias de periodismo se habla de esas cinco o seis preguntas que tienen que encabezar todas las notas: dónde, cómo, qué, por qué, quién, cuándo, dónde. A veces son necesarias pero no siempre permiten un uso virtuoso de los recursos literarios. También juegan otras decisiones como cuál es el punto de vista del narrador, quién es el sujeto de la crónica y cuáles son las voces que atraviesan el relato.

Se trata de pensar la arquitectura del texto periodístico y su relación con la cronología de la investigación. Y su ingeniería. Es decir, la lógica interna de la crónica, los dispositivos a través de los cuales vamos hacia atrás, adelante y a los costados, esos que permiten administrar el tiempo del relato.

El evangelio de la seguridad urbana

El periodista indagó en la construcción del enemigo social que hacen los medios de comunicación. ¿El modo? Con crónicas policiales que relatan la percepción de la violencia urbana con un efecto espectacular y la creación del subgénero de la “inseguridad”, el nuevo sensacionalismo.

Ragendorfer comparó los robos de principios de siglo XX, que eran en sí mismos espectaculares y cuyos delincuentes no se convertían en una amenaza para toda la sociedad. Desde fines de la década del noventa, en cambio, los robos pequeños pero con mayor frecuencia empiezan a poner en riesgo a las clases más acomodadas. Y son los medios los que los difunden: “asaltaron 20 veces al mismo kiosquero”. Así, las señoras temen al ladrón de la TV. Mientras tanto, por cada kiosquito, “las bandas de piratas del asfalto se afanan dos camiones, y eso no le interesa a nadie”.

Los tiempos actuales complejizaron las tramas delictivas. Según Loïc Wacquant -uno de los autores de la bibliografía- los hechos violentos de los marginados son una reacción al fin del Estado de Bienestar y el avance de las políticas neoliberales. El proceso de inseguridad tiene raíces y motivos: la cantidad indeterminada de excluidos que se dedican a actividades delictivas no es un dato tranquilizador para esa clase media propietaria.

Esa sensación no afloja cuando, tanto en Buenos Aires como otras provincias, la Justicia es auxiliar de la policía. El enorme flujo monetario que pasa por las arcas policiales sirve para engordar bolsillos, autofinanciarse y, por lo tanto, autogobernarse. No son casos aislados los comisarios corruptos, tienen el poder de liberar zonas para aumentar la sensación de inseguridad. En la jerga policía lo llaman “poner palanca en boludo”.

Los medios no cuentan nada sobre el rol de la policía en la producción de la inseguridad y los políticos enarbolan esa bandera como la más preciada. Entonces crece la industria de la autoprotección: sensores, cámaras, rejas. Es la criminalización de la pobreza en términos de Wacquant.

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Cámara oculta

En Un bello film, Guillaume Apollinaire narra la historia del barón D’Ormesan, un hombre que quería registrar un crimen con una cámara oculta. Secuestra a una pareja y consigue un verdugo, que accede con una condición: cubrirse el rostro con un pañuelo a través del cual sólo se ven sus ojos.

-¿Están ustedes conformes? -nos preguntó-. ¿Puedo ahora arreglarme un poco?

Lo felicitamos por su labor. Se lavó las manos, se peinó, cepillándose luego el traje. Inmediatamente, la cámara se detuvo.

La única vez que Ragendorfer hizo una cámara oculta fue para un programa que conducía Juan Castro, Unidos y dominados, en 2000. El informe era sobre el usufructo que hacían algunos jueces de los bienes secuestrados en procedimientos policiales. Filmaron en secreto a un funcionario por el caso de un narcotraficante que había recuperado la libertad y quería que le devolvieran una 4×4”, contó Patán.

– Los coches están al sol, se arruinan, qué mejor que un juez para cuidarlos -dijo el entrevistado.

Lo gracioso es que la víctima de la cámara oculta nunca se dio cuenta de que en la espalda Ragendorfer cargaba una caja, dentro estaba la cámara cubierta con un saco holgado. En la corbata estaba la lente que insistía en torcerse.

“Esos registros simbolizan un modo de hacer periodismo en épocas en que existen múltiples soportes. Pero la cámara oculta como sujeto no son otras cosas que los ojos del cronista”, dijo el periodista.

Foto portada: Luciana Granovsky / Télam

Otras fotos: Cosecha Roja

Nota publicada el 5/10/2015