“Si te movés, te vamos a tener que atar”, le dijeron a Romina mientras esperaba que le practicaran una cesárea. A una madre primeriza la retaron porque no le estaba dando bien la teta a su bebé: como castigo, se lo sacaron y lo llevaron a neonatología. Después del maltrato durante parto por cesárea, una mujer estuvo 25 días con los puntos y sin control porque el obstetra se fue de vacaciones y no dejó un reemplazante. Hasta un mes después del alta tuvo pesadillas con el parto y se despertaba llorando por las noches.
La violencia obstétrica deja marcas y cicatrices físicas, emocionales y psicológicas de por vida. Según el informe de Las Casildas, una agrupación feminista que difunde información en torno a la gestación, parto, nacimiento y crianza de niños y niñas, un 60,2 por ciento de las mujeres que sufrieron violencia durante el parto sienten que esa violencia impactó en su cuerpo: sensación de vergüenza por las marcas y/o cicatrices (50,4%), rechazo frente al propio cuerpo (55%) y sensación de estar fallada y no poder (90%).
La obstétrica es una de las violencias más invisibilizadas y sistemáticas que existen. Se expresa en el trato deshumanizado, el uso de intervenciones y medicalización rutinaria, conductas aleccionadoras y sobre todo la falta de acceso a la información y vulneración de la autonomía de la mujer. Sus expresiones y sus consecuencias se asumen normales y parte natural del proceso, lo que genera la normalización y la legitimidad social frente a los maltratos y la dificultad en reconocer el daño que provoca.
En 2017 el Observatorio de la Violencia Obstétrica de Las Casildas lanzó una primera encuesta para medir en todo el territorio nacional la atención al parto y/o cesárea y establecer un diagnóstico situacional a nivel atención perinatal que permita elaborar recomendaciones y sugerencias a los organismos e instituciones médicas.
En una segunda etapa lanzaron otra encuesta para medir el impacto que tiene estos maltratos en la vida de las mujeres y sus hijos/as. Un 76,1 por ciento de las entrevistadas contó que sufrió un impacto en su estado emocional y psicológico: imágenes repetitivas del evento obstétrico, pesadillas, vergüenza o culpa sobre ese sufrimiento, crisis de llanto, pérdida del apetito, problemas para dormir, miedo frente al estado de salud, falta de deseo hacia la vida, dificultades para identificar las emociones, irritabilidad y cambios de humor.
Un 48,7 por ciento de las mujeres dijo haber sufrido secuelas en su salud sexual y reproductiva, que incluyen problemas de infertilidad, daños en el suelo pélvico, prolapso, problemas en futuros embarazos y dolores, incomodidad o dificultad emocional en relaciones sexuales. Un 43,8 por ciento de las encuestadas, además, contó que el maltrato en el parto le generó dificultades en el vínculo con su hijo o hija.
“Los resultados resultaron alarmantes y dan cuenta de un sistema médico dominante, que en relación a los procesos obstétricos deja marcas y cicatrices físicas, emocionales y psicológicas de por vida en quienes asiste”, explica el Informe de Secuelas de la Violencia Obstétrica.
Los números de la encuesta demuestran la vulneración cotidiana y sistemática en los nacimientos en hospitales públicos y privados de todo el país. “El sistema perinatal hegemónico pone en riesgo físico, emocional y psicológico a las personas gestantes y sus hijos e hijas”, dice el informe. “Consideramos de suma urgencia la necesidad de transformar el sistema de atención perinatal hegemónico, hacia una práctica médica con perspectiva de derechos y género, lo que implica por supuesto un proceso profundo de sensibilización, difusión y formación”, proponen desde Las Casildas.