En “El libro de la ciudad de las damas” Christine de Pizan reinvindica los derechos de las mujeres a la justicia, educación, igualdad y propone una ciudad donde las damas sean las que sienten los criterios de admisión que tengan que ver con la no violencia, con el respeto, con el reconocimiento de derechos, con la posibilidad de educación.
Este libro tiene unos años ya: de Pizan lo escribió en 1405, cuando mujeres, niñxs y cualquier persona que no fuera varón, noble y con propiedades estaban excluídxs de los derechos básicos.
Ella fue la primera mujer que pudo ganar dinero escribiendo, hace 612 años. Lo hizo por necesidad: viuda a los 25 años, pudo aprender a leer y escribir gracias al “permiso” de su padre, físico y astrólogo de la corte de Carlos V. Accedió a la enorme biblioteca, investigó y escribió baladas, poesías y libros.
Recordé a de Pizan en la cola del supermercado: dos mujeres hablaban sobre la toma de los colegios y “¿viste esa chica con toda la boca pintada de rojo?” , “si, había otras tiradas por ahí o sentadas arriba de muchachos, no sé cómo se puede permitir eso en los colegios”.
Estamos en 2017 y aún se sigue discutiendo si las chicas pueden pintarse o no, tirarse en el piso, usar short, sentarse encima de chicos, tomar colegios, pasear de madrugada, viajar solas, tener sexo, hablar, pensar.
En varios de los femicidios de los últimos años hubo conductas regresivas que hicieron que las tripas nos subieran a la garganta: el empalamiento de Lucía, Angeles embolsada como residuo y tirada en el CEAMSE, Daiana arrojada al costado de la ruta en una bolsa de arpillera, Chiara asesinada a golpes y enterrada aún viva, el cuerpo de Paola depositado en una alcantarilla, Melina al costado de un arroyo.
Vivimos en la ilusión, en la fantasía de un mundo intercomunicado, avanzado. Pensamos que eso nos iguala, nos incluye, nos hace partes del mundo occidental. Por eso todxs somos Francia cuando hay un atentado, pero pensamos que los mapuches son seres extraños, ajenos, casi no humanos.
Y mientras chequeamos twitter en smartphones de $15000 comentamos que desagradable son las chicas que toman colegios con la boca pintada de pintura roja.
Porque al colegio se va a estudiar.
Hecho desmentido por las mismas autoridades, que han pasado un 2017 denostando todo tipo de actividad docente. Que se supone que son los que transmiten conocimientos. A los que se califica de vagxs, sobre todo. O de adoctrinadorxs. Para terminar en lo” feo” que se ve un dirigente gremial –Baradell- en cámara: “dá sucio con ese pelo”.
Entonces la solución es mandar a lxs críxs a trabajar. Gratis, por supuesto, porque son “actividades educativas”. Como la escuela no educa, sería el subtítulo, que vayan a sentir un poco de rigor. ¿Ustedes saben la cantidad de adolescentes que por motivos económicos –además de asistir al colegio- deben trabajar? En cadenas de hamburguesas, por ejemplo, limpiando baños y pujando por ser “el empleado del mes”. Es el nuevo servicio militar pero para ambos sexos: así aprenden a ser mandados, obedecer, ser humillados, competir, porque –sabemos- “antes” la gente se rompía el lomo trabajando y no había droga, ni asesinatos, ni violencia.
Un iluminado que trabaja de subsecretario de Carrera docente del Gobierno dijo: “ (…) se llaman prácticas educativas en donde lo que se plantea es seguir con una planificación del docente, con tutores a cargo, aprendiendo a partir de un programa en otro ámbito. Si estudio artística, mi práctica va a ser algunos días en el Teatro Colón, por ejemplo.”
Si tienen algún adolescente a mano por favor les pido pregúntenle por su interés por asistir a una práctica (le cambiaron el término “pasantía” porque sino deberían pagarles) en el Teatro Colón. Yo lxs adolescentes que conozco o trato van a escuelas artísticas a formar bandas, pintar murales, grafitear, dibujar comics, hacer teatro, perfomances, lo que fuera. No quieren ser Bruno Gelber o Martha Argerich, sino Billy Joe Armstrong, Kalathras, Tony Alva, Camila, Erza Scarlet.
Estamos como volviendo al Iluminismo: ideales de cultura alejados años luz de lo popular.
Que en la adolescencia, entiendo, es muy importante.
Pero eso sí: cuando hay campañas electorales, le pagamos a Lali Espósito.
Pasa lo mismo con el mayor recorte educativo: la ESI. Por un lado lxs pibxs saben “todo” del sexo. Por el otro lado, cada vez aumenta más el embarazo adolescente.
Las señoras de la cola del supermercado quizá dirían: “Hoy día las chicas se abren de piernas enseguida”.
Porque, claro, antes las personas no tenían sexo. Y los matrimonios duraban toda la vida.
Lo que quiero decir, pues, es sencillo: mientras más creemos “evolucionar”, más regresivxs nos estamos volviendo.
Ninguna lucha fue fácil para las mujeres. Tampoco para lxs adolescentes.
Pero no considero necesario volver a discutir sobre terrenos ya allanados.
Lo que me jode infinitamente es el desprecio, el prejuzgamiento y la poca importancia que le estaríamos dando a tener una generación próxima educada, valiente, batalladora, con ideas propias.
No es algo menor que sujetos que no han trabajado en su gran mayoría hasta los 30 años –porque han asistido a educación privada, han realizado sus posgrados, han tenido acceso a intercambios- no paren de introducir modificaciones que no consensuan –ni siquiera vía encuesta, ni hablar de encuentros presenciales- con los actores y principales involucrados.
La regresión implica, entre otras cuestiones, volver a considerar incapaces a personas por cuestiones de clase (educación pública), edad (adolescencia), género.
Y a ponerse en un pedestal para marcar el camino: arte=teatro Colón.
Son tiempos de violencia extrema bajo la forma del “sabemos que necesitan”.
Volvemos a ser niñxs, mujeres, adolescentes, pobres, es decir, incapaces.
Pero –¡oh!- eso no podemos graficarlo en banderitas en nuestros perfiles…