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-La gente cree que no pasa nada, verá, pero sí pasa- suelta un policía montado en su bicicleta.

Desde su lugar en un rincón de la plaza de San Luis Potosí echa vistazos y calcula. El show del payaso callejero tiene más público que el mitin de la caravana. En el primero hacen figuras de Bob esponja con globos de colores, en el segundo hablan de los desaparecidos y ejecutados.

La sombra de los teatros y templos coloniales de cantera amainan el sol en la plaza, los elotes fritos con epazote inquietan las tripas de los caravaneros que llevan medio día sin comer.

La tarde va perezosa en esta ciudad que 10 años atrás dio una lección de resistencia al marchar en caravana a la capital del país para exigir elecciones limpias. Luego cayó en el letargo profundo del conformismo del país en el que un presidente puede declarar una guerra para legitimarse, políticos acusados de crimen organizado son protegidos por el fuero, jueces citan a declarar a muertos y militares siembran armas a los civiles que mataron “por error”. En el país del “nunca pasa nada”, la corrupción e impunidad ya son símbolos patrios.

Por ese “nunca pasa nada”, Sicilia se propuso refundar México y convocó a la caravana que a su paso zurce testimonios y fuerza en un movimiento social basado en el pacifismo gandhiano. Acostumbrados a caminar tras los pasos de un lídermiles de personas salieron de sus casas y trazaron a pie los 80 kilómetros de la primera marcha convocada por el poeta y cientos lo hacen al paso de la caravana. En esta plaza, un borracho recién salido de restaurante le grita al poeta.

-¿Cómo le vamos a hacer? ¡Danos una solución!-. La suya es la voz de quienes reclaman en el poeta al redentor que salve al país de sus eternas tragedias.

¿Cómo le vamos a hacer? Duda un país que intenta caminar sin andadera, acostumbrado a seguir pasos de caudillos. Bien sabe de eso Miguel Hidalgo, la reencarnación del cura libertario que viaja con la caravana. Tal cual su imagen: coronilla rasurada, cabellera mal decolorada en un amarillo pastel, sotana y gabardina de lana pese al sol inclemente del desierto. No le falta el estandarte. El hombre que ronda los 50 años se unió a la caravana para cumplir una meta personal: llevar al personaje histórico a todos los rincones del país en un recordatorio de la independencia que no ha logrado México -los nuevos gachupines son estadounidenses-, y de paso unir su grito a las víctimas de la guerra.

-La patria somos todos, pero cada quien tiene que hacer su propia lucha de independencia- dice el hombre que en la vida real es Pepe Ortiz, cantante de boleros y rancheras que aprovecha el raid que la caravana le dará hasta Ciudad Juárez.

Al fondo, el show del payaso continúa. Y desde su bicicleta el policía recuerda:

-Fíjese, creen que no pasa nada, pero sí pasa- insiste el hombre recargado en el manubrio-. Hoy nomás balearon la comandancia en Río Verde y hace como un año que no encontramos a cuatro compañeros nuestros.

Los policías también desaparecen. Gloria Aguilera perdió a su esposo y dos hijos, Ofelia Castillo a su hijo. Ambas salieron a las calles de Zacatecas con la foto de sus ausentes en la cartera. A Ofelia el procurador le dijo sin empacho que no buscara más. “Si lo traen los malos, lo traen trabajando y le pagan muy bien, cálmese”.

El policía en su bicicleta no lo sabe, pero mientras platica, será descubierta la primera fosa en San Luis Potosí, con cuatro cadáveres. Unos más a la cuenta del cementerio que es el país: en los últimos cinco años se han encontrado más de mil cuerpos en unas doscientas fosas clandestinas.

Bajo la tierra.

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