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La caravana llega a medianoche a Monterrey. Un payaso y una niña encabezan la fiesta ambulante que al ritmo de una guitarra y una flauta claman por el fin de la guerra. A los ojos de los pocos citadinos que aún circulan por las calles del centro histórico –indigentes, taxistas o empleados refugiados tras la cortina de metal- no son más que una bola de temerarios desafiando a las bandas del crimen organizado que a esa hora salen a vigilar su territorio.

El payaso se llama Yayo, un tipo larguirucho con una bola roja en la nariz que arrastra a donde va un carrito de cartón con forma de patrulla con la frase escrita “más poesía, menos policía”. Clown profesional desde hace 33 años, Mario Galindo forma parte del grupo artístico de Cuernavaca que organizó las primeras manifestaciones por la muerte de Juan Francisco, antes de que Sicilia volviera de Filipinas. En medio de la catarsis, o en los descansos, luego de transitar por carretera cinco, seis horas seguidas, el silencioso Yayo trepa a los caravaneros a motocicletas invisibles, o coloca su nariz a los policías. La risa es también una forma de protesta.

Van a la Procuraduría del Estado a exigir la solución de 9 casos de desaparecidos por la policía, entre ellos una estatua viviente llamada “El Vaquero Galáctico” y un joven campeón nacional de ajedrez. Los padres de los muchachos sientan al procurador a la mesa y lo tienen ahí hasta las dos de la madrugada cuando sale con la cara ojerosa y la corbata con el nudo flojo, a prometer públicamente que dará resultados. Luego de un mes, vencido el plazo, no tendrá más que expedientes vacíos.

Esta reunión es la antesala de la que sostendrán al terminar la caravana las víctimas del movimiento con el presidente Calderón en el Castillo de Chapultepec. Por primera vez el país verá por cadena nacional a las víctimas y su reclamo de justicia; verá un presidente prometer sin ánimo, pedir perdón pero por no declarar la guerra antes y con más fuerza; verá un abrazo entre el poeta y el presidente que a vistas de la derecha es motivo de celebración y de la izquierda, de reproches. Ambas extremas coincidirán que por primera vez las víctimas nos han obligado a mirarlas de frente.

Pero eso será días después, al terminar la caravana. Mientras, afuera de la Procuraduría en Monterrey, la gente se disipa en medio de las calles vacías.

Por la noche la caravana acampa en los patios y salones de una escuela de Santa Catarina y adquiere ese toque de viaje escolar. Poco a poco se hacen los gremios, por acá los medios alternativos hacen fila por un enchufe de luz para mandar crónicas, fotos, videos; más acá los poetas, intelectuales, activistas y universitarios adelantan una probada de lo que será el debate del pacto ciudadano días después en Juárez: la salida inmediata del Ejército de las calles y el rechazo al diálogo con el gobierno.

-No podemos dialogar con el gobierno si tenemos una pistola en la frente- lanza uno. Al interior del movimiento hay quien llama a la autocrítica: se debe hablar más en voz alta hacia más lados, tomar decisiones democráticas, canalizar la diversidad de opiniones.

En el campamento, las víctimas se mezclan. El padre del Vaquero Galáctico es el cuentacuentos de las historias de su hijo desaparecido, la madre de Paris -el hiphopero asesinado- baila con el grupo de jaraneros que improvisa sobre la música tradicional letras de paz y repudio a la guerra. Otras duermen en salones sobre sleepings o tapetes tipo yoga junto al rostro de su muerto o desaparecido, que no descansa en paz. Al fondo, el campo de futbol salpicado de tiendas de campaña. Las insomnes acompañan a la luna.

Este día será el tercero más violento del sexenio: 86 personas fueron ejecutadas.

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