Arlene Buchara – El Ciudadano.-
Seis meses pasaron desde que a Daiana T. le rompieron la cabeza de un botellazo. Fue la madrugada del último 27 de octubre cuando alguien tiró la botella desde un edificio de Corrientes al 1300 hacia la puerta del bar La Chamuyera, hoy cerrado. En estos seis meses a Daiana le pasaron muchas cosas. Entró al Hospital de Emergencias y fue derecho al quirófano. Estuvo diez días internada y perdió la movilidad de las dos piernas y de uno de los brazos. Pasó a vivir de lunes a viernes en un centro de rehabilitación. Dejó su casa porque tenía escalera. Los fines de semana se instaló en el departamento de su primo, con ascensor amplio y ningún escalón. Empezó a mover los brazos y a sentir las piernas. La volvieron a operar para ponerle una prótesis 3D. Se dio cuenta de que no todos los taxis suben a personas en sillas de rueda. Que está lleno de veredas rotas y que faltan rampas en las esquinas.
En este medio año, su mamá dejó de trabajar y se mudó a Rosario para cuidarla. Su hermano hizo lo mismo desde Estados Unidos. Sus amigos organizaron un festival para ayudarla con los gastos y le llegó el apoyo de gente que ni conoce. En 180 días, Daiana, a sus 24 años, no volvió nunca a Gobernador Crespo, el pueblo del norte santafesino donde nació y vive su familia. Tampoco pudo ir al acto del fin de año del Eempa en el que daba clases como voluntaria. No se fue de vacaciones, no rindió finales, no fue a ver al Indio a Olavarría. No peló en el Tetazo ni marchó el 8 de marzo. No salió a bailar con las chicas hasta que le doliera el cuerpo, no volvieron de madrugada pateando por las calles del centro. Y extrañó todos los días tener una cita. Sí puso la cabeza y todas las energías en volver a hacerlo y hoy se puede parar y da los primeros pasos.
No pasó lo mismo con la investigación que busca desde hace seis meses determinar quién fue el responsable del botellazo. Según informaron desde la Unidad Fiscal de NN, todavía no se sabe de qué edificio fue arrojada la botella y las pericias sobre la prueba principal dieron resultados negativos porque no fue debidamente preservada.
“Cuando salí de la segunda operación me di cuenta de que tenía que empezar a moverme para que avance la causa porque si no lo hacía yo, no lo iba a hacer nadie”, contó Daiana a El Ciudadano, otra vez de regreso a la rehabilitación en el Instituto de Lucha Antipoliomelítica y Rehabilitación del Lisiado (Ilar).
27 de octubre
Para Daiana su vida quedó detenida en la madrugada del 27 de octubre. Desde entonces dos cosas le quitan el sueño: volver a caminar y bailar, y saber quién fue el responsable de que hoy esté así. “Quiero que se haga justicia porque mi vida cambió por completo. Antes del botellazo yo no paraba un segundo. Estaba haciendo un montón de cosas que me encantaban”, contó y agregó: “Con el grupo de la facultad veníamos activando los voluntariados, iba a las marchas, estaba planeando irme de viaje. Y todo quedó suspendido en ese instante en el que alguien decidió tirar una botella a la puerta de un bar lleno de gente. Es algo que trato de entender y no puedo”.
Daiana recuerda que esa noche volvió en colectivo desde el Eempa. Se bajó en la esquina de su casa y se encontró con una amiga para ir a La Chamuyera. “Era temprano y el bar estaba re tranquilo. Me encontré con varios amigos y pedimos una cerveza. Al rato, salimos a la vereda a fumar un cigarrillo”, relató.
Ahí arranca la secuencia que no recuerda pero que reconstruyó a partir del relato de los demás. Que estaba charlando con un grupo de amigos cuando se desplomó. Que no llegó al piso porque un chico la sostuvo. Que había mucha sangre. Que empezaron a gritar y a pedir que llamen al 911 y a Urgencias. Que la ambulancia demoró 40 minutos. Que todos los que estaban ahí la cuidaron. Que fue una botella de vino. Que no era la primera vez que tiraban cosas desde uno de los edificios linderos.
Secuelas
La madrugada del botellazo, Daiana entró al Hospital de Emergencias con traumatismo de cráneo con fractura por hundimiento de los dos parietales. La operaron, quedó en terapia intensiva y a la semana fue llevada al Ilar. En noviembre, volvió a ser internada durante una semana por una infección producida por los medicamentos. El 5 de abril entró al quirófano del Heca por segunda vez. Le pusieron una prótesis 3D que ocupa el hundimiento que dejó la botella.
Desde hace seis meses a Daiana la cabeza le duele todos los días y el hígado empieza a dejar de resistir a los medicamentos que tiene que tomar. “Para mí todo esto no tiene sentido porque nadie me devuelve todo el daño psicológico, ni el año de facultad que pierdo, ni el trabajo de mi vieja, ni las pérdidas en todo mi cuerpo. Ni siquiera sé cómo voy a quedar. Ya no tengo mi cabeza entera y voy a tener que vivir con otra cosa adentro para siempre. Me tengo que cuidar todo el tiempo. No sé si voy a poder salir, ir a un recital o a una marcha”.
A eso, cuenta, se suma el estrés que le genera no saber quién tiró la botella. Es que desde hace seis meses Daiana vive los fines de semana en la zona de La Chamuyera, en la casa de su primo: “Estoy a metros de la persona que casi me mata. No sé si me lo estoy cruzando cada vez que salgo. No puede ser que este asesino en potencia esté libre y que lo que me pasó a mi le pueda pasar a cualquier otra persona”.
La investigación, sin avances
Días después del botellazo, desde el MPA se informó que los dueños La Chamuyera habían hecho cinco denuncias por situaciones similares a la de Daiana. Una botella de agua congelada y una baldosa aparecían en la lista de los objetos que desde los edificios tiraban a la puerta del bar, siempre de noche. En al menos dos situaciones hubo heridos, ninguno de la gravedad.
En el caso de Daiana, la investigación de la fiscal Verónica Caíni, de la Unidad de NN, aún no pudo determinar quién tiró la botella. Las sospechas apuntan a dos edificios de la cuadra de Corrientes al 1300, uno que está al lado y otro enfrente al bar, aunque tampoco se pudo probar de cuál de los dos fue lanzado el proyectil.
El Ciudadano consultó a al Ministerio Público de la Acusación (MPA) por las actuaciones realizadas hasta el momento. Lo que llama la atención es que la noche del incidente la principal prueba con la que contaba la fiscal no fue debidamente resguardada por los peritos policiales que trabajaron en la escena del delito. “En el momento del hecho la botella no fue preservada. Fue acercada horas después por eventuales testigos a la Fiscalía”, dijo el vocero. Por eso, no se pudieron obtener rastros de interés de ADN en la pericia dactilográfica. “La botella, si bien no se rompió, expulsó algunas astillas que fueron encontradas en el cuero cabelludo de la víctima, lo que terminó de verificar que se trataba del objeto que tiraron. Es un vino que no es común y que no se compra en todos los mercados. Lo que se está tratando de ubicar es dónde se vende en la zona, algo que todavía no se pudo detectar”, agregó.
A la prueba sobre la botella se sumaron otras pericias. Según el vocero del MPA, se hizo una inspección ocular del lugar del hecho, con croquis y toma fotográfica. A partir de esta medida, se pidieron otros estudios que arrojaron “datos más concretos que se mantienen en reserva”. También se identificó a los habitantes de los edificios y se realizó un relevamiento de cámaras de seguridad, sin ningún indicio relevante. Se pidió un entrecruzamiento de denuncias por ruidos molestos de local en el 911 “para tener coincidencia de las personas denunciantes con los habitantes de los edificios y así poder corroborar ciertos datos”. Por último, la pericia de planimetría no pudo determinar la altura ni el ángulo desde donde se tiró la botella. Por eso, se pidió la colaboración de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Rosario para que realice un estudio que determine la altura, el ángulo y la velocidad con la que cayó la botella.
Foto: Juan José García
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