¿Alguien quiere pensar en El Castellano? ¿Quién lo cuida? Es un pobre anciano, un hombre blanco mayor que sufre, que ya nadie visita, no sale a la calle, no conversa, no participa, pero provoca nostalgia en los parientes. Dicen que lo extrañan pero no lo invitan a los cumpleaños. Él se siente a verdad, él es una verdad que ya no conmueve, que no moviliza pasiones, una verdad última, incomprendida, olvidada, museológica. Patria, familia, propiedad y LENGUA.
¡Oh! ¡La lengua! Ese flotador de la distinción social que enloquece al punto de extranjerizar el cuerpo propio y en cuyo nombre se han desatado guerras.
Vamos lejos. En 1792 los jacobinos decretaron terror lingüístico: mandaban a la guillotina a cualquiera que no hablara el correcto francés de París. En la Unión Soviética las discusiones sobre si la lengua era estructura o superestructura produjeron detenciones policiales. En el Brasil de Getulio Vargas y la declaración de la guerra al eje fueron perseguidos quienes hablaban alemán e italiano. Franco prohibió todas las lenguas que no fueran castellano como el catalán, valenciano, euskera o aranés. Incluso en Galicia había carteles en la calle que prohibían “escupir y hablar gallego”.
Vamos más cerca. La política lingüística de la corona española de imposición del castellano en América inició un proceso que se llevó puestas a más de 1400 lenguas.
A Sarmiento también lo enloquecía la lengua. Desde 1881 publicaba la revista “El Monitor de la Educación Común” con el objetivo de proteger el idioma de la descomposición que se estaba produciendo en las escuelas (cualquier similitud con la actualidad…) así que, prohibió el voseo en las escuelas. Durante la década del 30 y el 40 se persiguió a los voseantes también en los medios de comunicación. Recién en 1982 la Academia Argentina de Letras aceptó el “vos” y lo agregó a algún diccionario. La legitimidad voseante fluía por la calle hacía más de un siglo.
Más cerca: el 5 de marzo de 1956 el decreto de Aramburu penaba con cárcel a quien se anime a pronunciar las siguientes palabras: Juan Domingo Perón, Eva Duarte de Perón, peronismo, justicialismo o cualquier referencia lingüística a este movimiento.
Y ahí es cuando Mara Glozman dice: “No podemos decir que la prohibición lingüística es un rasgo del presente”. Así es como han actuado las elites en general en Argentina.
Glozman es investigadora CONICET y profesora titular de Lingüística de la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR). Hace trabajo de archivo sobre cuestiones lingüísticas y metalingüísticas y analiza distintos modos en los que se debatieron y se regularon estos temas en Argentina.
Es viernes a la noche y hablamos más de dos horas. La charla se pica. A nosotras también nos enloquece la lengua.
“Quienes hacemos lingüística describimos las formas lingüísticas o discursivas y, si tenemos suerte y buen método, las explicamos, o hay razones científicas o epistémicas vinculadas al conocimiento de la lengua para prohibir una forma lingüística o para seleccionar una forma sobre otra”, dice Glozman y sigue: “Las definiciones de los diccionarios son un producto histórico social más que una expresión de la lengua”.
Mientras escribo de fondo tengo la tele. Un grupo de jóvenes debate sobre este tema. “Yo voy a usar el lenguaje inclusivo cuando esté aceptado”, dice una chica. Y en ese participio se encierra el imaginario social respecto de la lengua. Aventuro sus enunciados:
-Existe hablar correctamente.
-Es muy importante hablar correctamente.
-Existe una instancia superior que por motivos desconocidos habilita o censura, digita las palabras que podemos usar y resuelve exactamente qué y cómo se habla correctamente.
-La lengua guarda cualidades naturales, obvias, evidentes y esenciales sagradas.
-La RAE es la guardiana y defensora del castellano verdadero.
Nos cuesta convivir con la arbitrariedad y asumir que vivimos siguiendo reglas antojadizas. Es más tranquilizador seguir creyendo en ese anciano sentado, bien quieto en su casa de toda la vida. La gramática es así, pero podría ser de otra manera. Aparece Glozman de nuevo y redobla la apuesta: “Mil palabras pueden estar o no en el diccionario de la RAE o en el de Clarín y eso no invalida que la gente las use o no, ni que existan en un sistema lingüístico más allá del grado de uso. Ningún diccionario es expresión de una lengua ni responde a los hechos del mundo. Son instrumentos político-institucionales que representan a cierta corporación”.
La Rae en su diccionario de 1956 definía el marxismo como doctrina de Marx y sus secuaces. Actualmente la definición es otra: Conjunto de las doctrinas filosóficas, económicas y políticas elaboradas por K. Marx y F. Engels que constituyen la base ideológica del materialismo histórico y del dialéctico, así como del comunismo. Insisto: la gramática es así, pero puede ser de otra manera, incluso en un par de años.
Pero entonces, si no hay verdades esenciales en el lenguaje, si el viejo castellano no tenía verdadera razón ¿Por qué nos enloquece? ¿Qué se juega ahí? Respuestas posibles:
Porque organiza jerárquicamente a los hablantes. Hablar “correcto castellano” es una marca de distinción de clase en el 1881 de Sarmiento y en 2022 de Rodriguez Larreta.
Glozman historiza. En Argentina las capas medias se distinguieron de los sectores populares en gran parte por las formas de hablar. Compraban revistas como “El Hogar” que traían contenido pedagógico sobre los buenos modos de hablar. Lo que hace este sector en su defensa del “hablar correcto” es reclamar que no le quiten lo único que lo distingue del almacenero de enfrente o del migrante interno.
Glozman cree que la escuela más que borrar las desigualdades las refuerza. “El que dice pienso de que en lugar de pienso que se cataloga como burro. Y efectivamente ese chico se siente un burro y se va a seguir sintiendo un burro porque la función de la corrección es que se siente un burro”.
La función de la prescripción lingüística, dice Glozman, es organizar la distinción de clase y el privilegio racial y jerarquizar geográficamente a los hablantes de una misma lengua.
Lo permitido y lo prohibido está clarísimo: lo correcto es de la gente bien y lo incorrecto es de lo groncho. Nadamos en narrativas normativas. Pero lo que ese viejo caprichoso dictamina incorrecto en las formas no binarias en el lenguaje opera a otro nivel.
“Es una política reaccionaria encarnizada contra la diversidad sexual y contra la individualidad no binaria”, dice Gloazman y sigue: “La prohibición es mucho más grave: el Estado le está diciendo a una persona (estudiante, docente, preceptorx) que está en proceso o que ya se identifica con pronombres no binarios, quizás un cambio de nombre, incluso un DNI no binarie, que ahora no tiene opción. Es una violación a los derechos humanos, al Derecho a la Identidad de Género y al derecho un trato digno”. Además, veta la posibilidad para quienes inicien un proceso de subjetivación en el futuro.
Y vuelvo una vez más: ¿Porqué les enloquecen las formas no binarias? ¿Qué fibra tan profunda se irrita ante la posibilidad de que exista un elle y se enseñe en la sagrada institución Escuela? Respuesta posible: la normativa que organiza el cuerpo en varón-mujer. Las formas no binarias, dice Glozman, extranjerizan lo más íntimo: el cuerpo propio. Nos enajenan de la lengua materna. ¿Qué hay más entrañable y más personal?
A ese viejo ya cansado de la vida, abandonado por los parientes, pero todavía con ganas de discutir un poco, no le preocupa la deformación del lenguaje, le preocupa que el modo en que prescribió y denominó el mundo se vuelva obsoleto y él mismo caiga en el peor de los pozos: el del desuso, el olvido y el ridículo.
Carta al ministro de Educación Soledad Acuña