“Nuestras vidas, nuestras existencias han sido penalizadas y criminalizadas desde siempre. A pesar del reconocimiento legal a nuestra identidad de género, no se llega a reparar el daño histórico que se nos causó”. Fragmento del documento del Gritazo Trava-Trans, noviembre 2016
Por Sonia Di Ciocco*
Se cumplen seis años de la sanción en Argentina de la Ley de Identidad de Género, hito fundamental en la historia de los derechos de las personas transgénero y vanguardia a nivel mundial conseguida por una lucha a pulmón y en la calle, que no desiste en conseguir el fin de las vulneraciones estatales a este colectivo.
Hay leyes que nos restringen nuestras voluntades y libertades. Hay otras que, por el contrario, garantizan el derecho a decidir y la soberanía sobre nuestrxs cuerpxs. Algunas que esperan su media sanción en el Congreso, otras ya promulgadas. Esas que plasman deseos, aúnan risas, recogen abrazos interminables y sobre todo, escriben la historia de largas luchas. Como la ley de Identidad de Género (26.743).
Tejiendo rebeldías, se conformó en 2010 el Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género, iniciativa impulsada por organizaciones y activistas travestis, transgéneros, intersexuales, lesbianas, gays y bisexuales de distintas pertenencias políticas y militantes.
Se trataba de abrir caminos y unir las voces en un grito bien fuerte que exigiera la adecuación de todos los documentos personales a la identidad de género sentida y al nombre elegido por las personas así como el acceso a salud integral y tratamientos médicos de quienes solicitaran intervenciones sobre su cuerpo.
Un frente que buscaba vida digna. Que pedía basta de infancias robadas, discriminación y despojos. Y reavivar la llama gigante de quienes cometen el atentado más grande al patriarcado: rebelarse contra el género asignado forzosamente al momento del nacimiento. Un género montado culturalmente según dos opciones de genitalidad. Genitales que en muchas ocasiones se encuentran poco definidos, y el manual médico disciplina con cirugías correctivas, eliminando cualquier tipo de genitalidad intersexual. Y dictando una sentencia entre opciones binarias y excluyentes: pene- varón, vagina-mujer.
A Lohana Berkins, antes de pisar la adolescencia, su papá le dijo que se hacía bien hombre o se iba de la casa. Y se fue. Y así siguió Lohana, referente feminista y activista trans, quien junto a la militante territorial Diana Sacayán, Claudia Pía Baudracco, Marlene Wayar y tantas otras, irrumpió el orden establecido con sus alas emancipatorias. Sus rebeldías ante todas las violencias que sufrieron organizaron la bronca por la búsqueda de un mundo sin opresiones de ningún tipo, dejando hasta el último aliento por la sanción y reglamentación de la ley.
Así fue como Lulú al grito de “yo nena, yo princesa” acompañada por su madre Gabriela Mansilla, actual referente en la lucha por los derechos de las infancias trans, pudo reafirmar su género elegido y obtener su nuevo documento a los 6 años.
Más de diez mil son los cambios de nombre y sexo registral en el DNI desde la implementación de la ley, en un trámite sencillo que celebra el reconocimiento a la identidad autopercibida y “La Gesta del Nombre Propio”. Pero el acceso a la salud integral y la inclusión laboral parecen seguir vetadas para el colectivo.
35 años es la esperanza de vida de la población trans en un país donde la expectativa promedio es el doble. Cifra que sería imposible sin el entramado de complicidades patriarcales: del género impuesto a ese niñe, del padre que la echó de la casa en los tempranos 13 años, del estado que les negó una y mil veces el trabajo, de la (in)justicia y sus códigos contravencionales, de la prostitución como única salida. De las cárceles, los atropellos policiales y del odio que le dio 13 puñaladas a ese cuerpo trava.
35 años donde la altísima incidencia de VIH entre mujeres trans, las intervenciones corporales clandestinas y el dificultoso acceso a la salud y la atención sanitaria marcan a fuego las desigualdades e insinúan que hay vidas que valen menos que otras.
Resultado de varios factores como la formación de profesionales de salud sin perspectiva de género ni diversidad sexual, junto a la cultura de odio hacia las disidencias sexuales, se conforma el terreno sobre el que se instaura un sistema de atención sanitaria que no es para toda la población, sino sólo para aquellxs que cumplen con la fórmula de ser persona cis género, blanca y heterosexual.
Porque se erigen como normales algunos cuerpos. Y sobre ellos se imponen mandatos. Negre, trans no binarix de la Asamblea Lésbica permanente, apunta: “Asumen que querer sacarse la tetas es igual a querer ser varón, como si lo único viable es ser mujer (con tetas) o varón (sin tetas) y todo lo que sucede fuera de eso tiene que ser pensado patológicamente”. Claudia Pía Baudracco adelantaba en el Primer Encuentro Trans en Buenos Aires 2007: “Soy persona trans y no tengo que ir por la vida subiéndome o bajándome los pantalones para ver si soy travesti, transexual o transgénero”.
Son de destacar los equipos de Salud Trans como el del Hospital Gutiérrez en La Plata o el coordinado por Adrián Helien en el Hospital Durand de la CABA, pionero en la temática hace más de diez años a pesar de la falta de recursos y respaldo institucional. Rosario, Neuquén y Mendoza también están fortaleciendo los equipos en adecuación a la ley nacional. Trabajan de forma interdisciplinaria para garantizar la atención integral a personas transgénero y son referencia a nivel Latinoamérica.
El camino es largo y la lucha no cesa. “Hemos retornado a los colegios y a los hospitales después de cambiar el DNI. Muchas compañeras han vuelto a estudiar y eso es muy importante. Pero no tenemos acceso al trabajo”, reflexiona Florencia Guimaraes, fotógrafa y activista travesti en la entrevista realizada en el programa “La pez en Bicicleta” por Radio FM La Tribu.
Porque la Ley de Cupo Laboral Trans que soñó Diana y convirtió en realidad al promulgarse en 2015 en Provincia de Buenos Aires aún espera su reglamentación. Porque aún no hay Ley Nacional.
“El tiempo de revolución es ahora, porque a la cárcel no volvemos nunca más. Estoy convencida de que el motor de cambio es el amor. El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo”, nos despedía Lohana antes de su temprana muerte.
Con la la finalización del juicio por el crimen de odio a Diana Sacayán, habiendo logrado la histórica sentencia de prisión perpetua para su travesticida, les recordamos a ella, a Claudia Pía, a Lohana y tantes caídas en rebelión, que aquí sigue su lucha feminista y popular.
Porque habitamos la alegre rebeldía desde nuestros transfeminismos sudakas, negros, villeros, maricas e indígenas. Porque sabemos que donde había una injusticia, Diana se plantaba para dar la pelea. Porque las palabras de Lohana nos acuerpan, y entendemos que en este mundo de gusanos capitalistas hay que tener coraje para ser mariposa.
Porque las mariposas son libres y, mientras no lo sean, seguirán revoloteando, dice Marlene.