Género e ilegalidad en el mercado de drogas
Una joven brasileña de 19 años murió ayer en la Ciudad de Buenos Aires: le estallaron dos cápsulas de cocaína ingestada para ser traficadas. Luego, su cuerpo fue basurizado, tirado de un auto en marcha por dos varones. El proceso se completó cuando policías, judiciales y ciertas versiones del periodismo la animalizaron bajo el mote de “mula”, “envase” o “correos”.
La muerte violenta, paradójicamente, rodea de reconocimiento subjetivo a esa joven hasta su final anónimo. Lo supimos porque se deshicieron de su cuerpo en barrio porteño de Villa Devoto. ¿Cuántos otros cuerpos estallarán en soledad, cosificados por ingesta, devenidos envases, en esta ciudad y en otras?
Hay que politizar, rescatar en toda su dimensión esos cuerpos que a diario la necropolítica reduce a cosas, negando la humanidad que portaron y pulverizando con ello también la subjetividad de muchas otras vidas a las que se les recuerda a diario que no importan.
Como lúcidamente propone Sayak Valencia tenemos que ser “capaces de pensar en el dolor producido por la violencia en el cuerpo de los otros (…). Por ello, es necesario hablar del cuerpo, de la violencia sufrida contra él, sufrida en él (…). La importancia de un cuerpo muerto no se reduce a una imagen de dos segundos en una tarde de zapping televisivo. La carne y sus heridas son reales, generan dolor físico a quien las padece (…). Necesitamos liberar al cuerpo de los discursos mediales que lo espectralizan”.
Colocar esta muerte violenta en un contexto más amplio de reflexión sobre lo que el mercado de drogas implica para las mujeres es, apenas, una modesta propuesta.
La esclavitud narco
A quienes trabajan en las posiciones más rasas del mercado de drogas, la justicia los reconoce como sujetos de derechos sólo al momento del castigo. Una selectividad punitiva que oculta la esclavitud precedente y la reasegura. Crueles formas del reconocimiento: como presos o como cadáveres.
Cuando se piensa en el “mercado” del narcotráfico, raramente se enfocan los problemas de la ilegalidad desde la perspectiva de sometimiento de aquellos que ocupan la posición que en las economías consideradas legales son representadas por los trabajadores.
En la ilegalización se niega a cientos de miles de personas en el mundo como trabajadores esclavizados, sustraídos de los soportes mínimos que la legalidad moderna proveyó al menos formalmente a los trabajadores.
Así, las economías ilegalizadas como el narcotráfico disponen sin restricciones de estratificaciones estamentales varias que hacen que el sometimiento y la esclavitud sean recursos del sector. Subrayan asimetrías propias de los regímenes de estatus, asegurando que quienes padecen ciertas intemperies estén disponibles a bajo costo y con una funcionalidad que excede largamente la dimensión económica. En el mismo movimiento se refuerzan también otras jerarquías en razón del género, la condición migrante, la clase, la raza.
Algunos han entendido la presencia masiva de mujeres en el mundo narco como ruptura de barreras de desigualdad, otros insisten en no ignorar los “seximos del submundo”. Quizás nos falte ampliar mucho la reflexión sobre qué significa esta inclusión cuantitativa de mujeres en un contexto en el que la violencia patriarcal lo permea todo, qué plus supone ella en las arenas de la ilegalidad.
Patriarcado y capital, alianza criminal
La alianza entre capitalismo y patriarcado se expresa con nitidez en el mercado de drogas. La centralidad del género en relación con la segmentación de las tareas en ese universo no es novedad.
Un dato general para ubicarnos: según el informe “Mujeres, políticas de drogas y encarcelamiento”, la población carcelaria femenina total en América Latina aumentó un 51,6 por ciento entre 2000 y 2015, en comparación con un 20 por ciento para el caso de los varones. En Argentina, Brasil, Costa Rica y Perú más del 60 por ciento de la población carcelaria femenina está privada de libertad por delitos relacionados con drogas. La población de mujeres encarceladas por delitos de drogas aumentó 271 por ciento en Argentina entre 1989 y 2008, y 290 en Brasil entre 2005 y 2013”.
Quien quiera corroborar el carácter estructural del dato, puede complementar con cifras del resto del mundo y confirmará que existe este sesgo de género.
Si hacemos foco veremos otras intersecciones: en su gran mayoría son mujeres que no accedieron nunca a trabajos formales, cabezas de familia, sostenes únicos de varios hijos a cargo, en muchos casos involucradas en las redes por dependencias afectivas condicionadas por la violencia interpersonal, etc.
El discurso políticamente correcto a nivel mundial, como el que expresan las Reglas de Bangkok que abordan la problemática de la feminización del encierro de mujeres reduciéndolo a la situación de aquellas que son madres, es tácticamente útil para encarar algunas situaciones. Pero no debe dejar de ser señalado en un insuficiencia.
Si bien parten de reconocer el sesgo de género en la persecución, exigen medidas paliativas y mayormente se despliegan retóricas victimizantes que apelan a la piedad frente a una maternidad ejercida con desesperación -que las hay las hay. Pero a ellas no se reduce el universo de vulnerabilidades en juego.
Miradas las cosas bajo la racionalidad capitalista, las mujeres no son más que mano de obra infinitamente disponible, esclavizables material y afectivamente, de mínima alcanzadas por las mismas brechas que operan en otros mercados, en una escena en la que más allá de las convenciones de la legalidad /la ilegalidad, asegura la vigencia de los dividendos del pacto patriarcal. La opacidad que brinda el recorte criminalizante tal como opera hoy los reasegura.
Sabemos que la frontera entre legalidad/ilegalidad de los mercados es pura artificialidad. Las intensas y múltiples velocidades con que circula el capital borronean ese contorno. La insistencia en mantener esa distinción como si fuera ontológica – tal como ocurre a diario en los países que como la Argentina lanzan guerras al narcotráfico y al mismo tiempo incentivan la volatilidad del capital o el endeudamiento masivo-, se vuelve complicidad.
En este punto, la legalización del mercado de drogas es clave. Aunque muchas veces es presentada como pura emancipación y autonomía individual, también merece ser considerada por las implicancias que tendría frente a esta forma de violencia estructural en razón de género que es el narcotráfico (cuando miramos la cuestión en relación con el aumento exponencial y geométrico de las tasas de encarcelamiento femenino a escala planetaria). No se trata de piedad, ni mano “suave”. Se trata de erradicar violencias, crear condiciones de igualdad y de derechos.
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