Los barbijos de la Rodrigo Bueno

Las cuatro mujeres que integran la cooperativa Juana Azurduy tuvieron que reinventarse. De hacer remeras, guardapolvos y delantales pasaron a coser tapa bocas.

Los barbijos de la Rodrigo Bueno

Por Cosecha Roja
12/05/2020

Por Lorena Bermejo

Fotos: Anita Pouchard Serra

Los pedidos de remeras, guardapolvos y delantales se congelaron ni bien empezó la cuarentena. Entonces Marilú propuso aprender a coser barbijos. Ella capacitó a Alicia Vera, Celia Sihuin y Pilar Avilés, las otras tres mujeres que conforman la cooperativa textil Juana Azurduy en el barrio Rodrigo Bueno, en Puerto Madero. Si habían podido aprender a hacer remeras y musculosas de diferentes diseños y tamaños, ¿por qué no podrían hacer barbijos? Empezaron durante la última semana de marzo con los descartables, hasta que juntaron telas y pudieron confeccionar los de algodón. En colores gris, blanco y negro, ya tienen pedidos todos los días y trabajan con productores independientes que agregan sus estampados y venden los barbijos por redes sociales.

Marilú Paredes trabajó en una fábrica textil hasta enero de 2017, cuando se tuvo que ir con un retiro voluntario, empujada por el recorte que hacía la empresa. De vuelta en el barrio, empezó a participar de encuentros de género donde conoció a otras mujeres que pasaban por la misma situación que ella: como no podían trasladarse demasiado lejos por la demanda de los hijos más chiquitos, no conseguían trabajo. Ninguna sabía coser, pero Marilú tenía una máquina y se ofreció a dar talleres. “Lo bueno de ser una cooperativa es que organizamos los propios horarios, y si una se siente mal o tiene a sus hijos con algún problema, sólo avisa y puede quedarse en la casa. En los talleres y fábricas textiles hay mucha presión, y por cualquier cosa te dejan sin trabajo. Acá, en cambio, nadie hecha a nadie”, dice Marilú.

La última que se sumó al proyecto fue Pilar, la mayor de las cuatro. Como en el barrio no hay jardín de infantes ni guardería, su hija Yuri se encarga de cuidar a los chicos mientras las demás trabajan. Por su edad, Pilar está dentro del grupo de riesgo pero ir a trabajar no es un problema: para no estar todas juntas, la producción se dividió: dos de las chicas trabajan en lo de Marilú, donde las máquinas con sus mesitas encuentran lugar entre la heladera y el resto de la cocina, y las otras dos trabajaban en el local de La Poderosa, organización que las acompaña desde la fundación de la cooperativa. 

En la casa de Marilú los estantes intercalan portarretratos familiares con ovillos de hilo, gruesos y finitos, de colores o blancos y negros. 

Para hacer un barbijo el primer paso es el corte de la tela: algodón, fliserina, y de vuelta algodón. Después hay que hacer las tiras, dos de 3 centímetros y otras dos de 5 centímetros, y por último la confección: para los contornos la máquina collareta, con la overlock la terminación. “Hacemos unos cien por día, así que nos reunimos cuatro horas a la mañana y cuatro más a la tarde. Es lindo trabajar entre nosotras, sin jefes alrededor”, dice Celia Sihuin.  

El 22 de abril, para el aniversario de la Cooperativa, compraron una torta y festejaron en lo de Marilú. Celia dejó a sus cuatro hijos al cuidado de su marido y se acercó a la casa. Él es encargado de edificio pero durante el aislamiento le dijeron que no fuera a trabajar. 

Celia cuenta que todo lo que ahora sabe de costura lo aprendió con las capacitaciones de su compañera. Antes de empezar con el taller, no encontraba ningún trabajo compatible con el cuidado de los chicos, porque en el barrio Rodrigo Bueno todo queda lejos, incluso cualquier escuela, jardín de infantes o centro de salud público. 

Detrás de sus barbijos Pilar, Marilú y Celia sonríen. En la mesa falta Alicia, que tuvo que quedarse en la casa porque en su sector del barrio se cortó la luz. Mientras muestra uno de los productos terminados, Marilú da consejos para hilvanar. Dice que en la costura para que las cosas salgan bien es cuestión de paciencia. 

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