Cinthia se había quedado sola en su casa. A Lucas Verón, su hermano, le acababan de pegar un tiro. Sus otros hermanos y sus padres lo llevaron al hospital. Ella no entraba en el auto, así que se quedó. Justo vio pasar por la puerta un patrullero. Le hizo señas desesperadas para que parasen y la llevaran al hospital. La mujer policía que iba de acompañante la miró y la ignoró.
Al hospital llegó con tres amigos de Lucas: uno era “Moneda”, el que manejaba la moto en la que iba Lucas. Adentro de ese auto todo era llanto y gritos.
–Contame qué pasó– le preguntó Cinthia al Moneda.
–Fue el patrullero, el patrullero nos corrió.
En el hospital les avisaron que Lucas había muerto. Cinthia recuerda que se desplomó. Y que después se encontró con su mamá, que también se descompensó.
En la guardia, una mujer policía se acercó a consolarlas.
–Tranquilizate, vamos a encontrar a los que hicieron esto.
Ya en su casa, a Cinthia le llegó un mensaje. Era una amiga de Lucas. Le mandó una foto de Cinthia Duarte, la policía que, junto a Ezequiel Benítez persiguió a Lucas y al Moneda y les dispararon. Cinthia no lo podía creer: era la misma policía que la consoló en el hospital. Y la que antes la había ignorado cuando le hizo señas al patrullero.
“Ellos lo mataron y lo dejaron tirado en la calle a mi hermano. Y ahí es cuando los veo pasar con el patrullero”, dice Cinthia. Las primeras versiones del caso le dan la razón: no sólo ambos huyeron, sino que no avisaron a sus superiores lo que habían hecho.
En González Catán se los conoce bien a Benítez, de 33 años, y Duarte, de 26, la pareja de policías detenida por el crimen de Lucas Verón. Ambos forman parte del Comando de Prevención Comunitaria (CPC) de González Catán. Hacen patrullajes en la zona. “Tienen antecedentes de violencia. Siempre le tiran el patrullero encima a la gente que camina por la calle”, dijo un tío de Lucas al diario Clarín.
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Los vecinos denuncian que cerca de un mes atrás a un chico lo pararon en la calle por no respetar la cuarentena. Benítez se bajó del patrullero, lo maltrató y le gatilló en la cabeza. Esa misma noche, pararon a otras dos chicas.
–¿Qué están haciendo en la calle, en cuarentena?
–Vamos a comprar cigarrillos.
Duarte se bajó del patrullero. Con la excusa de revisarlas, contaron ellas después, las manoseó.
Las tres víctimas de esos abusos declararon ayer en la fiscalía en la causa por el crimen de Lucas, calificada como homicidio agravado por el uso de arma de fuego y por la condición de policías de los imputados.
Un poco más atrás en el tiempo, a Duarte se la vincula con el caso de Roberto Maidana, un joven de 26 años con esquizofrenia. Hasta el año pasado, Maidana hacía changas en el complejo de canchas de fútbol Los Leones a tres cuadras de su casa, en Virrey del Pino. El 4 de septiembre de 2019 salió del trabajo a las 19.30. Caminó una cuadra y media. Cuando estaba por llegar a su casa de un auto particular bajaron un hombre y una mujer de civil.
–Somos policías, quedate quieto. Eran la oficial Cintia Duarte y su hermano, también policía, conocidos en el barrio.
Roberto se asustó y empezó a correr. Uno de los policías disparó y Roberto corrió más. Hasta que lo alcanzaron, lo tiraron al piso y lo golpearon por un rato largo. Después lo llevaron detenido a la comisaría segunda de Virrey del Pino.
La familia fue a la comisaría y les dijeron que estaba acusado de robar un celular a mano armada. Ni el arma ni el celular aparecieron. Presentaron el certificado de discapacidad.
–En dos días lo soltamos– les dijeron.
Roberto estuvo 25 días preso en esa comisaría. Su mamá le llevaba cada día la medicación y apenas si podía verlo.
“La fiscal nunca quiso investigar ni ver las cámaras donde se ve a mi hermano salir de la canchita a las 19.30. Y el robo fue a las 19.15”, dice a Cosecha Roja Marcelo Maidana.
Roberto continúa imputado y espera por un juicio abreviado que aún no tiene fecha. Todos los meses tiene que ir a presentarse al juzgado. Él y su familia ya no viven en Virrey del Pino. Después de la golpiza y la detención, eran hostigados por los hermanos Duarte, que vivían a siete cuadras de su casa. Así que los Maidana decidieron mudarse.
“Mi hermano tuvo un retroceso muy grande. Vive asustado. Se hace pis encima, no quiere salir a la calle. Tiene miedo de que lo vuelva a agarrar la policía”, dice Marcelo.
Ahora se sabe lo que esos policías son capaces de hacer.