Por Mauro C
Trabajo solo en el departamento donde vivo hace un año. Nunca tuve ningún problema: ni con los vecinos, ni con la policía. Esa es la única manera en que apenas puedo trabajar de manera “autónoma”. ¿Qué pasaría si quiero compartir el departamento con otra compañera para trabajar? ¿Y si quiero alquilarle mi departamento a algún compañerx un día que no esté laburando para hacer unos pesos extra? No podría.
La explotación en el trabajo sexual tiene lugar a partir de la falta de derechos laborales. Si bien el trabajo sexual es no es ilegal en el territorio argentino, todas las maneras y lugares donde podemos ejercerlo están prohibidas. El punto más alto de estas legislaciones completamente punitivas es la última reforma a la Ley de Trata en 2012, que quita el consentimiento respecto a elegir este trabajo. También se sumó la punición en cuanto a las maneras de promocionarse y los lugares donde podemos hacerlo, comenzando con la prohibición del rubro 59 y el cierre de cabarets y whiskerías.
Estas legislaciones solamente hablan de feminidades que ejercen el trabajo sexual. No hacen alusión a las otras identidades como nosotros, las diferentes masculinidades como marikas, bisexuales y varones trans. En teoría, estas leyes no deberían afectarnos. Pero en la práctica nos afectan y a la vez nos invisibilizan, cuando es mucho más común de lo que se cree que varones brinden servicios sexuales.
¿Qué pasaría si alguien decide denunciar mi departamento y me allanan? Tal vez vaya presa solamente la persona que figura en el contrato de alquiler. Tal vez solo vaya preso yo si es que soy la única figura masculina en el lugar, porque en el imaginario social los tratantes son siempre varones. Tal vez vaya presa mi compañera por abrir la puerta a la hora del allanamiento y estar atendiendo en ese momento. O tal vez vayamos presxs todxs lxs que alguna vez pasaron por acá. Porque eso hacen: crean figuras de “redes mafiosas” cuando solamente estamos nosotrxs.
¿Quiénes somos nosotrxs? Gente que quiere laburar y comer. Porque no olvidemos que principalmente, de eso se trata todo: sobrevivir en un modelo económico capitalista.
Los privados con varones existieron y siguen existiendo, aunque no haya papelitos pegados en las calles.
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¿Cómo nos promocionamos? Igual que las mujeres, travestis y trans: a través de apps, las redes sociales y las páginas web de avisos, para quienes elegimos apostar a una manera más “autónoma” de trabajo. Insisto en las comillas porque no es completamente así: nadie puede manejarse completamente solx y en el aire. Las páginas de avisos tienen sus reglas y precios inamovibles -ya que no hay nada ni nadie que las regule-. Aún así las elegimos, aunque nos gustaría una negociación más justa o poder tener nuestras propias páginas de avisos hechas por y para trabajadorxs sexuales, proyecto en el cual estamos trabajando algunxs trabajadorxs sexuales de internet que nos nucleamos en AMMAR.
En las redes sociales como Facebook e Instagram no sólo está prohibido ofrecer servicios sexuales sino que incluso se criminaliza la militancia de los derechos laborales en nuestro rubro. El problema sigue siendo el sesgo moral.
En todas las apps para teléfono está prohibido el ofrecimiento de servicios sexuales. Por eso nos promocionamos de manera solapada. Frente al cierre de cuentas tanto en apps como en redes por denuncias o algoritmo, abrimos constantemente cuentas nuevas perdiendo clientes, es decir, dinero entre cuenta y cuenta.
Otra modalidad compartida con todas las identidades es la de calle. Si, también existen trabajadores sexuales varones que hacen la calle. Para nosotros es más usual “yirar” por la zona de trabajo que tener paradas fijas como las mujeres. También existe una parte importante de trabajadorxs que son vendedores en la vía pública y ejercen el trabajo sexual.
Como todo trabajo en la vía pública los varones lidiamos con la violencia policial. Pero no por putas, porque esa figura y esa percepción para los policías no existe. Sino que nos detienen y requisan constantemente por lo que llamamos “portación de rostro”.
Cines porno, saunas y baños públicos son un nicho donde los trabajadores sexuales encontramos clientela.
En la lucha por el reconocimiento del trabajo sexual somos muchos menos los varones en comparación con las mujeres. Hace décadas que ellas llevan esta bandera en el país, porque son quienes sufren la mayor violencia policial e institucional, por ser mujeres en una estructura patriarcal.
Hay muchos varones que aún no se reconocen como trabajadores sexuales por el estigma que conlleva. O porque creen no tener problemas para ejercerlo y en realidad no reconocen a las compañeras que se llevan las peores de las violencias. Pero también estamos quienes entendemos que la salida es colectiva.
Y elegimos unirnos con ellas a la lucha por la despenalización del trabajo sexual y al reclamo por la deuda que mantiene el Estado en materia de derechos humanos con nosotrxs. ¡Trabajo sexual es trabajo!