El Espectador.-
En un libro tan duro como revelador un periodista del Washington Post adicto a la droga rememora de la década de 1990 cuando la violencia se había apoderado de Washington.
La epidemia de violencia espoleada por la irrupción del “crack” al inicio de la década de 1990, que convirtió a Washington en la capital de asesinatos de EE.UU., es rememorada ahora por Ruben Castañeda, periodista del Washington Post y adicto a la droga, en un libro tan duro como revelador: “S Street Rising” (El Auge de la calle S”).
Castaneda recibe a Efe en la iglesia comunitaria que se mantiene en la calle S del Noroeste de la ciudad, la misma a la que solía acudir para comprar “crack” cuando culminaba su turno en el Washington Post.
“Esta ciudad ha cambiado mucho”, relata Castaneda, nacido en Los Ángeles y de origen mexicano, al recordar su primera llegada a la capital estadounidense en 1989 recién contratado por el prestigioso diario como periodista especializado en asuntos criminales.
“En Los Ángeles los camellos y vendedores eran más discretos, no querían que se les viese. Aquí el panorama era surrealista, en esta precisa esquina tenías como quince o veinte vendedores a plena vista sentados en las aceras. Podías escoger tu piedra de ‘crack’ como quien va al mercado”, señala mientras recorre con Efe los lugares habituales de transacción.
En esa época, la violencia se había apoderado de Washington, con cifras dramáticas de más de 400 homicidios al año en una población de menos de un millón, lo que provocó sarcásticos bautizos como “Murder Capital” (capital de asesinatos) o “Dodge City” (la ciudad que esquiva las balas).
Por ello, el libro, plagado de tiroteos y cadáveres, lleva como subtítulo “Crack, Asesinato y Redención”.
Castaneda ya había probado el “crack” en Los Ángeles pero fue en Washington donde, además de un ambicioso reportero, se convirtió en un adicto.
Se trataba, sin embargo, de un adicto inusual.
Fruto de su trabajo convivía con las continuas muertes provocadas por las batallas internas entre bandas para hacerse con el control de la venta de droga y, a la vez, era uno de los clientes habituales en los mercados del “crack” que poblaban especialmente el este de la ciudad.
“Al principio, trataba de separar mi consumo. Solo venía al terminar el trabajo, o en mis días libres. Pero con el tiempo la adicción se volvió incontrolable”, agrega sobre sus más de dos años de consumo continuado.
En el libro relata cómo fue su propio editor en el Post, Milton Coleman, quien le llevó en coche a una clínica de rehabilitación a las afueras de Washington en 1991.
“Mi comportamiento era tan errático que probablemente no habría durado más de una semana (…) Recuerdo que Milton me dijo que no era el primer reportero con problemas de adicción en el diario, y estoy seguro de que no fui el último”, añade.
Pero antes Castaneda describe una vida al borde del abismo, en una ciudad fuera de control y en la que incluso el popular alcalde Marion Barry es detenido por el FBI por fumar “crack” con un prostituta en un hotel a apenas siete calles de la Casa Blanca en 1990.
El mismo hotel en el Castaneda se queda para investigar y, apremiado por la adicción, acaba llamando a una amiga prostituta para que le lleve “crack” a la habitación.
Con ella que se pasa la noche pegado a la pipa de fumar y viendo por televisión la cobertura de la detención de Barry.
“Cierto, la verdad es que había ciertos paralelismos con mi vida y la del alcalde, pero en ese momento no pensaba demasiado”, ironiza el periodista, de 53 años.
Castaneda regresó al Post para cubrir tribunales tras pasar por la clínica de desintoxicación, aunque reconoce haber recaído en una ocasión tres meses después de cumplir el proceso.
“Quería estar limpio”, dice, “y a la vez quería fumarme la mitad del ‘crack’ de la ciudad”.
Pero logró recuperarse y ya lleva más de veinte años limpio. Ahora ayuda también a otras personas que luchan con la adicción y se ha vuelto un miembro asiduo de la iglesia comunitaria de la calle S, en el barrio de Shaw, una zona en alza de la ciudad.
“He aprendido que debo estar lejos de esas sustancias”, recalca.
En 2011, abandonó el periódico, donde fue reconocido con varios premios y portadas; y desde entonces trabaja como editor de un medio “online” sobre temas de seguridad en Latinoamérica.
Un año después, en 2012, la cifra de homicidios en Washington bajó por primera vez del centenar de casos desde la década de 1970; y en el viejo solar donde compraba “crack” se abrió un moderno edificio de oficinas para jóvenes emprendedores.
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