Autor del libro de crónicas “La guerra de Los Zetas. Viaje por la frontera de la necropolítica” (Grijalbo, 2012), Osorno confiesa que la singular organización criminal liderada por Heriberto Lazcano y Miguel Ángel Treviño Morales ha convertido al nordeste del país en el “epicentro” del horror de México.
En su libro, de reciente publicación, Osorno cuenta “la transformación de estas ciudades y pueblos del nordeste mexicano a partir de la irrupción de Los Zetas en la realidad” y “en el imaginario” de la gente.
“Lo estructuré como un viaje. Empiezas en Monterrey, va viajando por la periferia de la ciudad, Guadalupe, San Pedro Garza García, Santiago, te vas metiendo hasta llegar a la frontera. Acaba en Fort Worth (Texas), en una feria de armas”, señala.
La obra está construida “de forma terrestre, hablando con gente” de Nuevo León y Tamaulipas, analizando el contexto que están en medio de la lucha que libran las autoridades contra los cárteles y de estos entre sí.
Según Osorno, la zona “es realmente un estado colapsado, donde se vive una tragedia humanitaria” cotidiana.
“Tenemos mínimo 20.000 desaparecidos contados por organizaciones internacionales, desplazamientos de casi 50.000 personas”, y matanzas terribles como la que en agosto de 2010 le costó la vida a 72 inmigrantes hallados sin vida en San Fernando, agregó.
Buena parte del libro se centra precisamente en Tamaulipas, el estado donde nació a comienzos de la década pasada la organización criminal de Los Zetas.
Osorno sostiene que el grupo criminal “ha usado la violencia extrema como su forma de posicionarse”, una estrategia que lo diferencia de un cártel de la droga tradicional.
“Controlan territorios para que por ellos pase desde cocaína, procedente de Colombia, hasta personas desde Centroamérica o cualquier otra cosa”, lo que les convierte en una “‘Blackwater’ (la empresa estadounidense de seguridad privada) mexicana pero ilegal”.
El periodista deplora cómo desde 2007 el presidente de México, Felipe Calderón, incorporó la palabra “guerra” al discurso político de los mexicanos para justificar su estrategia de combate frontal a los cárteles.
Algo que en principio “daba cierto heroísmo, cierta gallardía” a las acciones impulsadas por el Gobierno ha cobrado con el tiempo un significado de muerte y destrucción que perciben, sobre todo, los habitantes del nordeste de México, indica Osorno.
Si con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el poder se podía hablar de “narcopolítica”, componendas del poder con los narcotraficantes, en “el Gobierno de Calderón pasamos a la ‘necropolítica'”.
El término alude a cómo “toda la industria que combate, que hace la guerra, tiene unas ganancias increíbles” en México, y cómo, además de lucrarse políticamente con la guerra contra el crimen, también hay réditos económicos para determinadas autoridades y secretarías (ministerios) que se benefician de los presupuestos “más grandes de la historia” del país.
“Creo que sobre todo en los últimos tres años el tema de la muerte y de la guerra se volvió un asunto de lucro político a diferentes niveles”, asegura.
El prólogo del libro estuvo a cargo del escritor mexicano Juan Villoro, quien afirma que Osorno “no estigmatiza ni simplifica a sus informantes” y reconstruye la vida del lugar entrevistando a “políticos, testigos protegidos, sociólogos, colegas del periodismo, soldados y una representante de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por su sigla en inglés) de Estados Unidos”.
Periodista de Gatopardo y colaborador de medios como Reforma y El Universal y antaño en el Grupo Milenio, entre otros, Diego Enrique Osorno ha publicado varios libros más de crónicas como “Oaxaca sitiada” (2007), “El cártel de Sinaloa” (2009) y “Nosotros somos los culpables” (2010).
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