Por Sebastián Ortega / @ElFantasista_
Lucas Cabello es un fusilado que vive. La tarde del 9 de noviembre de 2015 el policía Ricardo Ayala, con el que había discutido unos minutos antes, entró en el pasillo de su casa y le disparó a un metro de distancia. La bala le atravesó el mentón y Lucas cayó de espaldas. Sintió un zumbido y la sangre le empezó a brotar de la boca, la nariz, los oídos.
—Escuchaba pero no me podía mover —dice.
Camila -en ese entonces su pareja- y Milena -la hija de dos años- se asustaron al oir la detonación y salieron al pasillo para ver qué pasaba. Lo vieron a Lucas tirado en el piso y al policía parado enfrente con el arma en la mano.
Ayala volvió a disparar. La bala le atravesó a Lucas una pierna, rebotó en las paredes y se le enterró en un brazo. Después el policía le apuntó a los testículos y gatilló una vez más.
—Bien de mala leche.
Acostado en una camilla en la habitación del departamento de Barracas donde vive con su mamá y la pareja de ella, Lucas intenta poner en orden sus recuerdos.
Entre varios lo cargaron en el Volkswagen Gol de Walter, un amigo suyo. Él intentaba moverse pero no podía. Escuchaba los gritos a su alrededor: “Dale, que se muere. Dale que se muere”.
Tirado en el asiento del Gol miró a los ojos a Camila. Quería hablarle pero no le salían las palabras: “Cuidá a Milena, decile que la amo”, dijo en silencio, moviendo apenas los labios.
—Me estaba despidiendo.
***
Lucas esperó este momento durante más de tres años y medio. El de ver cara a cara al policía que le disparó a quemarropa y lo dejó para siempre con más de la mitad del cuerpo inmovilizado. El jueves 22 de agosto, en una de las salas de la planta baja del Palacio de Tribunales, comenzó el juicio contra Ricardo Ayala, agente de la ex Policía Metropolitana y hoy de servicio en la Policía de la Ciudad.
—No es que apuntó por apuntar, le tiró a matar —declaró frente a los jueces Camilia Magallanes, ex pareja de Lucas y madre de su hija Milena.
Ese día también declararon la mamá y la hermana del joven baleado y otra testigo. El acusado -por consejo de sus abogados- prefirió el silencio.
El secretario del Tribunal Oral en lo Criminal 1 leyó la declaración que había hecho el policía después del ataque. En esa oportunidad había dicho que él estaba cumpliendo una consigna en la casa de al lado al PH en el que vivía Lucas y que el joven lo había amenazado con una pistola. Entonces él disparó “por miedo a su integridad física y la de la familia que custodiaba”.
Las pericias y los testigos lo desmienten. Nadie vio a Lucas con un arma y las únicas balas encontradas en la escena partieron de la reglamentaria del policía.
En la segunda audiencia transmitieron un video de la declaración que Lucas hizo en la instrucción suplementaria. Sentado en su silla de ruedas en una oficina judicial contó frente a una cámara lo que pasó aquella tarde del 9 de noviembre de 2015. Él salió de su casa de Aristóbulo del Valle y Martín Rodríguez, en La Boca, para ir a la panadería. En el camino lo vio a Ayala y cruzaron miradas. Cuando volvía con un sanguche de milanesa, otro de jamón y queso y una bolsita de panes saborizados para su hija volvieron a encontrarse y discutieron.
—Negrito de mierda metete para adentro —le dijo el agente mientras tanteaba el arma con su mano derecha.
—Vos no sos policía —le respondió Lucas.
—Yo soy policía y puedo hacer lo que quiero.
—Si vos fueras policía estarías en la puerta de un banco atrapando a los chorros y no acá en una consigna entre dos mujeres.
Lucas dio por terminada la discusión y se fue. Alcanzó a avanzar unos metros por el pasillo de ingreso al PH cuando sintió el ruido de unas botas. Se dio vuelta y vio la figura del policía recortada en la sombra y un arma apuntándole directo a la cabeza.
Todo pasó en un segundo.
El estallido. El impacto en el mentón. El zumbido en los oídos.
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Lucas dice que nació dos veces: la primera vez el 12 marzo del 95 en una maternidad del barrio porteño de La Boca. La segunda, el 9 de noviembre de 2015 en el Hospital Argerich.
—Ahí me salvaron la vida.
Después de pasar algunas semanas en el Argerich lo trasladaron a la terapia intensiva de Los Arcos. Cuando le dieron el alta no volvió a su casa. Lo subieron a una ambulancia y lo llevaron a una clínica de rehabilitación en la que estuvo un año y medio internado.
En la clínica de rehabilitación se hizo amigo del “grupo de los baleados”, seis o siete chicos que habían sido atacados a tiros e intentaban recuperarse.
—Había muchos que podían usar las manos y andaban solos en silla de ruedas, hacían trompos —dice.
A la mañana y a la tarde bajaba de la habitación para ir al gimnasio. Al mediodía se juntaba a almorzar con el grupo de los baleados. Poco a poco recuperó la movilidad de los brazos. Aunque no puede mover los dedos, que le quedaron atrofiados en forma de garra, aprendió a manejar la tablet y el celular con los nudillos. Lo más importante para él es que pudo volver a jugar con su hija Milena. Sueña algún día con poder levantarla otra vez en sus brazos.
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Aunque vivió casi toda su vida en el barrio de La Boca, Lucas siempre fue fanático de River.
—Me hice hincha por mi viejo —cuenta y muestra algunos tatuajes: el escudo de River y la Copa Libertadores con la fecha 9-12-18, recuerdo de la final conquistada en Madrid.
La pasión por el equipo de Núñez fue una de las pocas cosas que compartió con su padre en la infancia.
—¿Ves a esos pibes jugando ahí? —apunta con el brazo a la ventana de la habitación – Yo nunca jugué así con mi papá.
Afuera, en el parque, chicos y grandes patean pelotas frente a unos terrenos del club Boca Juniors. Esas cosas Lucas las hizo con Rubén, la pareja de su madre, a quien considera como un padre. Rubén empezó a salir con su mamá cuando Lucas tenía nueve o diez años. En esa época vivían en un conventillo en Alfredo Palacios y Garibaldi, en el barrio Chino. Ahí vivieron hasta que Lucas tenía 11 o 12, cuando el Instituto de Vivienda de la Ciudad los trasladó al PH de Aristóbulo del Valle y Martín Rodríguez para poder hacer arreglos en el conventillo.
Lucas terminó la primaria entre las escuelas 1 y 2 de La Boca. En la secundaria se anotó en una técnica pero se le hizo difícil cursar tantas horas y volvió a la 1. En tercer año abandonó.
—Ahora retomé estando internado. Venía un profesor, me leía algo y me dejaba en la tablet algún texto para leer y algunas preguntas. Íbamos rotando las materias.
Llegó a cursar medio año y volvió a dejar: la rehabilitación y las consultas médicas le demandan la mayor parte de su día.
A los 16 Lucas conoció a Camila y se pusieron de novios. Dos años después nació Milena y se instalaron en la habitación de al lado de la de su madre. Para mantener a su hija, trabajó como albañil, mecánico de autos y pizzero. En el último tiempo estaba trabajando como cuidacoches frente al restaurante Il Materello, a la vuelta de su casa.
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“El argumento más fuerte de la defensa es que Lucas estaba armado -dice el abogado Matías Busso, querellante por la Liga Argentina por los Derechos Humanos-. Sin embargo no existen rastros de esa supuesta arma. Todas las pruebas determinan que fue una tentativa de homicidio”.
El abogado anticipó que pedirán que se lo condene por el delito de tentativa de homicidio agravado por su condición de integrante de las fuerzas de seguridad. Todas las pruebas aportadas en el juicio confirman la versión de la querella: que el policía le disparó a quemarropa a una persona desarmada e indefensa.