El libro “Malas madres. Aborto e infanticidio en perspectiva histórica”, de Julieta Di Corleto, se presentó esta semana en Buenos Aires, en una actividad organizada por la colectiva feminista YoNoFui y el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Sociales y Penales (INECIP). En la presentación, Liliana Cabrera leyó un texto que escribió en el Taller de Comunicación Tinta Revuelta, organizado por YoNoFui, en el que fueron resonando las diferentes experiencias y la segregación que sufren las mujeres acusadas de aborteras y por infanticidio, llamadas coloquialmente “infanto”. Ese texto, que surgió a partir de la lectura de “Malas Madres” lo reproducimos en Cosecha Roja.
Madres fatales
Por Liliana Cabrera*
Resolver en la emergencia cuando el Estado, tus vínculos y la misma sociedad no te permiten fallar o solucionar por medios legales lo que te carcome los huesos. La perfección se busca aún detrás de los barrotes: no importa en lo que fallemos, siempre y en cualquier circunstancia, debemos ser buenas madres, aunque estemos adentro de un penal.
¿Qué es lo que verdaderamente se sentencia cuando te condenan por infanto? ¿Que la pulsión de vida nazca de producir la muerte? ¿Qué no sos una madre caratulada como deseante y actuás en consecuencia consciente o inconscientemente aún mejor para poder zafar de la condena segura?
Adentro, en la cárcel, la maternidad sirve de escudo, como si fuera el designio que te libera y te exculpa de todos los delitos.
Las “madres fatales”: esas minas que se autoperciben como buenas madres dentro de cualquier penal y que se creen superiores a toda compañera, cuando nos cuentan cómo se convierten en leonas para defender a “la Jenny”, al “Kevin” o al “Brayan”, mato y muero, dicen. Esas “madres coraje” son las verdugas que comen santos y cagan demonios, que sin pensarlo entran en acción para diseminar en horizontal la crueldad que la gorra viene bajando en vertical.
Adentro del penal se convierten en el dedo acusador que desfigura rostros con una gilette, en ese envión que tira agua hervida para tratar de limpiar lo que consideran una mancha en el corazón, la sangre en las manos de las infanticidas. Quieren borrar todo aquello que nos hace sentir incómodas porque va contra natura, la forma siniestra de resolver las cosas.
¿Qué es lo siniestro? Dice Freud que es aquello que nos da repulsión y nos atrae a la vez, porque no lo entendemos del todo, y en ese desandar lo observamos y lo empezamos a desgranar. Es así como podemos llegar a la conclusión de que “esto” también es parte de resolver las cosas de otra manera, tratando de salir del brete en el que te mete la sociedad con sus estereotipos, con la imposibilidad de abortar, con los dogmas de la Iglesia y las buenas costumbres.
Mujeres de todas las clases abortan, personas gestantes de todas las clases han cometido infanticidios. Las que son descubiertas, las que son finalmente penadas, son aquellas que no tuvieron los recursos o la lucidez para esconder el cuerpo. Entonces podemos pensar nuevamente que todo se vuelve una cuestión de etiquetas. Años antes a la modificación de la ley para poder tener el atenuante de Infanticidio (una pena menor) era necesario ser patologizada o ser considerada la deshonra de toda una familia manchando su “honor”. La etiqueta de “pobre infeliz” era necesaria para zafar de la condena. La única manera en que se te permite cometer la falta.
Dentro del penal, mientras convivimos, para separarnos de esas mujeres que son vistas como la otredad, nos ponemos la etiqueta de “defensoras de la vida”, como si fuera un escudo que nos queda súper cómodo, lo vamos usando para defendernos de un contexto que nos acusa de violentar la ley, montamos una puesta en escena que sobrevalora la maternidad y la convierte en un proyecto de vida, un rótulo que adentro y afuera de los muros, por propios y ajenos, está muy bien aceptado. Así tratamos de zafar de que nos cataloguen como la manzana podrida, lo anómalo, “lo no blanco” que según el resto de la sociedad es lo único que habita las cárceles, gobernado por un Servicio Penitenciario que tira a la cancha a esas mujeres, con la carátula de infanto, contando detalles de su causa y su expediente a todo un pabellón común para que los rumores crucen como reguero de pólvora los pasillos de la cárcel, en un circuito de crueldad donde serán bienvenidas para recibir la penitencia que las obligará a expiar el delito que allí no se acepta. El infierno siempre tiene un escalón más.
Mientras todo un movimiento feminista nos lavamos las manos, no conectando los factores, las probabilidades y las circunstancias que te llevan a cercenar, a extirpar ese cuerpo extraño que insisten en llamarlo “tu hijo”.
*Integrante del Colectivo YoNoFui