Lo primero que va a hacer Sandra cuando llegue a Chapadmalal será sacarse las zapatillas y pisar el mar descalza. No lo hará sola, sino con su hija. Será la primera vez que vean y sientan juntas esa inmensidad fría y arrolladora. Sandra ya conoce el mar, pero su hija no.
-Este viaje marca un antes y un después -dice.
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Mariana es muy creyente. Siente estas vacaciones como una recompensa de Dios.
Llora. De felicidad.
Piensa hacer todo lo que pueda: descansar, tomar sol. Dejar atrás el pasado. Hacer amigas y estar para lo que ellas necesiten.
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Carla primero dijo que no. Su psicóloga le dijo que lo pensara mejor. Que aproveche.
Dijo que sí.
Es su oportunidad de conocer el mar. Una oportunidad que no olvidará más.
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Hasta hace menos de un mes Sandra, Mariana y Carla no se conocían pero ya tenían algo en común: las tres atravesaban procesos de salida de violencia de género. Y en eso están.
Para proteger su identidad, usamos nombres falsos. Pero ellas son reales. Tan reales como sus historias de vida atravesadas por golpes, abusos, amenazas, botones de pánico y restricciones perimetrales. Pero esta nota no quiere contar nada de eso. Esta nota viene a hablar de derechos y de uno en particular: el derecho a disfrutar y a descansar.
Las vacaciones cumplen con ese derecho que en muchos casos termina siendo un privilegio. Por falta de dinero, por no tener un trabajo registrado, por la imposibilidad de tomarse unos días libres porque si no trabajan no cobran, muchas personas no gozan del derecho a vacacionar. Entre ellas, las mujeres y LGBT+ que atraviesan situaciones de violencias.
Por uno, por varios o por todos esos motivos, Sandra, Mariana y Carla no tenían planeadas vacaciones. Pero este año las tuvieron. Las tres integraron el primer contingente de “Mar Para Todas” que lanzó este verano el ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires. En articulación con las áreas de género de los municipios bonaerenses, el programa se propone que mujeres y LGBT+ que están saliendo de situaciones de violencia de género puedan tener una semana de vacaciones con sus hijes en algún destino turístico de la Provincia.
Este primer grupo que viajó a Chapadmalal se armó con 28 mujeres y diversidades del municipio de Almirante Brown. Desde ahí salieron ellas y sus hijes -en total, 40 personas- la mañana del 11 de enero. Llegaron a Chapa a la tarde.
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Es el primer día en Chapadmalal. La hija de una de las mujeres empieza a sentirse mal. Tiene un revuelto en el estómago. La revisan. Nada. Cuando intervienen las coordinadoras y psicólogas que acompañaron al grupo, indagan un poco más. No es una patología estomacal, es la manifestación de una emoción. Esa nena estaba conociendo el mar por primera vez. La emoción la desborda.
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La emoción de ver el mar por primera vez o de volver a verlo después de muchos años. La relajación de pasar unos días descansando. La alegría de disfrutar de actividades grupales y de hacer amigas. La seguridad de sentirse acompañadas. La tranquilidad de saber que, de a poco, se va dejando atrás un pasado de violencias.
Durante la semana que estuvieron en el Complejo 5 de Chapadmalal, hubo actividades recreativas que no eran obligatorias, pero de las que casi todas participaron. De noche, baile y karaoke, una obra de teatro para adultxs y otra para niñxs. De día, un recorrido por el complejo turístico para conocer la historia de la ciudad, una visita al Museo Evita, y clases de surf.
También las coordinadoras organizaron actividades lúdicas con un concepto más reflexivo.
Y mucho tiempo libre para disfrutar de la playa y de la ciudad.
Emilia Martinuzzi es jefa de Gabinete de la subsecretaría de Políticas contra las Violencias por Razones de Género del Ministerio. Fue una de las acompañantes coordinadoras de este primer grupo.
“Hay un concepto que interpeló y cruzó esta primera experiencia que es el del merecimiento”, cuenta a Cosecha Roja. “La devolución que recibimos fue en esa clave: el “gracias” pero también el empoderamiento del “yo lo merezco””, dice.
Martinuzzi aclara que ninguna propuesta estuvo vinculada a las situaciones de violencia vividas. El objetivo de estas vacaciones no fue que se armara un grupo terapéutico. “La verdad es que no conocemos exactamente cuáles son las historias particulares de cada una. Por supuesto hay compañeras del municipio que sí las conocen y acompañan. Pero los viajes tienen que ver con proyectarse hacia adelante. Con proponer un corte. Y con imaginar una vida que claramente puede ser distinta”, destaca. “Hay algo del goce y del disfrute que es concreto, porque todas trabajamos para que eso se de. Y es toda una experiencia atravesarlo”.
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Una de las coordinadoras camina por el complejo. Se cruza con un adolescente: es uno de los hijes que viajó con el contingente.
-¿Cómo estás? – pregunta ella.
-Estoy feliz.
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Con el paso de los días, el grupo de WhatsApp que se armó para una primera presentación formal, coordinar las actividades y recordar la agenda se fue convirtiendo en un chat de amigas. De mujeres y LGBT+ que no se conocían y de repente se hacían chistes entre ellas, se gastaban.
Se armó un vínculo amoroso que parece querer trascender esa especie de viaje de egresadas. Un grupo que, no por casualidad, la caminata del complejo 5 al 4, la noche que iban a ver una obra de teatro, la pasó cantando “Somos las hijas de las brujas que no pudiste quemar”.
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Es 16 de enero. El último día. Cargan los bolsos y las valijas en el micro. Se despiden del mar. Se acomodan en sus lugares. Una arranca:
-Ohhh, vamos a volveeer.
Y todas la siguen.
-A volver, a volver, vamos a volveeer.
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Mientras se terminaba de escribir esta nota, salía para Chapadmalal un micro con el segundo contingente: 50 mujeres, diversidades y niñes de Berisso y Ensenada. Otras historias para contar, el mismo disfrute de vacaciones.