En Río Gallegos llueve hace días y las mujeres se preparan para la marcha del NI Una Menos. Parten de la Cámara Criminal y van hasta la Casa de Gobierno.
Es la cuarta audiencia del juicio por el asesinato de Marcela Chocobar. En el recinto hay un cristo enorme crucificado sobre la pared, justo detrás de las espaldas de los jueces, que desde que comenzaron a juzgar a Oscar Biott y a Ángel Azzolini, se empeñaron en hacer todo lo que la instrucción no hizo: ordenaron que un equipo de buzos fuese a buscar el celular de Marcela a una laguna, rastrillaron el área donde apareció su cráneo y, lo más elemental, aceptaron el pedido de la querella y del fiscal, para que el caso no sea analizado como un homicidio simple, sino como un crimen por odio de género.
Las hermanas habitan la sala, lloran, escuchan atentas, salen, toman mate, agitan a las organizaciones feministas y de derechos humanos que hacen el aguante afuera, vuelven, se descomponen de los nervios.
“Es muy doloroso estar ahí y ver las caras de los que mataron a Marcela, es muy fuerte. Todas estamos quebradas, dolidas de ver tantos testigos que sabían todo y se callaron, fue aberrante escuchar cómo recibían información de la policía, del mismo juzgado, de la abogada que teníamos nosotras y en la que confiábamos porque es mujer. Está muy claro que a mi hermana no la mataron ni por droga ni por ser prostituta, la mataron por su género. Queremos cadena perpetua”, le dijo Laura, una de las hermanas de Marcela a Cosecha Roja.
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Son las seis de la mañana del domingo 6 de septiembre de 2015 y Marcela (26) está bailando en Russia con su amiga Cindy, otra piba trans. Está cerca de la barra, serpentea el cuerpo en un vestido negro ajustadísimo, le desborda todo el cuerpo que fue esculpiendo por tramos, se toca el pelo largo y rubio 10.3 extracto dorado, las bucaneras blancas le llegan arriba de las rodillas.
Cuando el boliche está por cerrar, ella y Cindy salen y en la puerta pasa un Renault 9 rojo con un tipo que les dice algo, se acercan pero cuando ven a su amiga, la miran con asco. Cindy entiende, se va y Marcela se sube al coche.
Oscar estaba de gira. Festejaba su cumpleaños y quería terminar la noche teniendo relaciones sexuales. Ángel está con él. Habían ido a un pool a tomar tequila y se habían fumado un par de porros. Con Marcela en el asiento de atrás, el coche se pierde en lo oscuro y terminan en la cabaña que los varones compartían.
Cuando Marcela no llegó a dormir al mediodía, Cindy les dijo a sus hermanas que algo malo estaba pasando, la dio por muerta y lo dijo. Las Chocobar entonces hicieron lo que había que hacer: irse a la comisaría a denunciar la desaparición de una persona. Pero no les aceptaron la denuncia, les dijeron que había que esperar por lo menos dos días y que seguro andaba de joda. Más tarde, los primeros trámites del expediente mostrarían que cuando empezó la investigación, la cana buscaba a “un travesti”, por no decir un ‘algo’.
La noticia por la desaparición de Marcela aparecía en la sección de policiales con un recuadro insignificante. Las hermanas reclamaban en el centro de la ciudad y los autos les tocaban bocina para que se hicieran a un lado y no molesten hasta que, trece días más tarde, un vecino del barrio San Benito, en la periferia de Río Gallegos, llamó a la policía porque unos nenes habían encontrado un cráneo, que terminó siendo el de Marcela.
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“Me enteré que era travesti cuando vi las noticias en el diario. Nunca me di cuenta, era una mujer en pinta”, le aclaró Ángel a la jueza Rosana Suárez cuando lo detuvieron a él y a Oscar, después de varios meses de teléfonos intervenidos.
Él contó que la madrugada que la levantaron, llegaron los tres a la cabaña y se quedó dormido, que escuchó que el auto se iba nuevamente de la casa y que, al mediodía, Oscar lo despertó sobresaltado para contarle que se había peleado con la chica porque le quiso cobrar y que entonces la bajó del auto en un baldío, la tiró al piso y le dio varias veces la cabeza contra la tierra.
Ángel dice que ese mismo domingo y el lunes se fueron en expedición hacia esos barrios a buscar el cuerpo, que llevaron una mochila con agua para darle ‘por si estaba viva’ y otros detalles que no le cierran a nadie, pero que todavía hoy sostienen en el juicio.
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La investigación por el crimen de odio de Marcela muestra lo que sucede cuando los funcionarios y funcionarias del Poder Judicial no tienen perspectiva de género. Un año antes de la elevación a juicio, el fallo por el crimen de Diana Sacayán sentó un precedente insoportablemente claro que la jueza Suárez no quiso mirar, aun cuando el entonces secretario de Derechos Humanos de Santa Cruz, Horacio Pietragalla y la familia, en innumerables protestas afuera de su Juzgado, le reclamaban que contemplase que a Marcela la mataron por su condición de género.
No fue hasta la segunda audiencia del juicio que esto cambió: después de escuchar a testigos decir que los acusados les habían confesado que habían “matado a un puto”; luego de que el jefe del cuerpo pericial dijera que ambos trataron a Marcela como un objeto y que nunca le reconocieron su condición de mujer trans; después de que tanto Ángel como Oscar se empecinaran en dejar en claro que ellos no sabían que era ‘un travesti’, como si ahí pudiera estar en juego su libertad, pero no su masculinidad.
Ahora, todo eso parece tener sentido frente a esa primera escena, en la que, a la salida del boliche, repelen a Cindy, tal vez por haberse percatado de su condición, algo que no les pasó con Marcela.
Otro ejemplo de la mala instrucción fue la desaparición total de la figura del fiscal a lo largo del expediente. En su reemplazo, crearon una comisión policial que luego de meses de investigación tuvo que ir a pedirle al ministro de Gobierno Fernando Basanta que le dijera a la jueza que ordene las detenciones, porque no lo hacía.
Tampoco la jueza hizo lugar al pedido del entonces Consejo Nacional de las Mujeres, para que fuese aceptado como querellantes en la causa. Ahora el INAM hizo lo mismo, pero la figura del ‘amicus curiae’ no existe en la legislación santacruceña, y por lo tanto deberá aceptarlo el Tribunal Superior de Justicia.
Durante los tres años que siguieron al crimen, la muerte de Marcela acompañó la transformación social que empujó la marea feminista en Argentina, y en Santa Cruz se creó la Dirección de la Diversidad para el colectivo LGBTTIQ. La causa de Marcela se hizo propia para el movimiento local, que no cesó en el reclamo por la búsqueda del cuerpo.
“La instrucción está mal porque no se investigó desde el primer momento como un crimen por odio de género, al principio fue la desaparición de una persona a la que tardaron 48 horas en empezar a buscar. Estaban buscando a ‘un travesti’ y empezaron buscar las vinculaciones que tenía con la droga, los clientes de la prostitución, investigando a la víctima”, le dijo a Cosecha Roja, Carlos Muriete, abogado de la familia.
“Hay sospechosos, como es el caso de Adrián Fioramonti, al que rápidamente le dictaron la falta de mérito, siendo que fue quien se hizo cargo del auto después de que mataron a Marcela, él tuvo participación, sabía todo” se quejó y aseguró que la jueza también falló cuando “se tardó dos años en encontrar a otro hombre que estuvo en la cabaña la noche que llevaron a Marcela. Lo hicieron declarar por videoconferencia desde Entre Ríos, siendo que es de Puerto San Julián, dueño de un medio y fue candidato por el PRO”. Por cosas como esa “hoy no pueden explicar los tres ADN que había en el tapado de Marcela, uno era suyo, otro de Biott ¿y el tercero?”, se preguntó Muriete.
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Oscar Biott entra a la sala, ahora tiene el pelo raleado y está más gordo que cuando lo detuvieron. Sobre varias capas de ropa tiene un saco de corderoy marrón claro. “Estoy con la misma ropa de esa noche”, dice, vaya a saber por qué. También con fuerte custodia entra Ángel, es más enclenque y se lo ve perturbado.
Ninguno de los se aparta de lo que declararon en la instrucción y no se les escapan detalles que pudieran servir para encontrar el resto del cadáver de Marcela, que es lo que las hermanas quieren, que digan dónde está para tener un lugar donde llorarla, llevarle una flor. Si eso no está, si no aparece, creen que el dolor las va a perseguir por siempre.
Oscar es el más complicado, no sólo porque fue el último que la vio con vida y el que reconoció que le pegó, sino porque hasta la gente que lo conoce declaró en su contra. Una de ellas fue Daniela Juárez, su ex pareja, que contó que Oscar sabe descuartizar animales, y que después de que el crimen apareciera en las noticias, le regaló un monedero que finalmente se supo que era de la víctima.
Este lunes expuso el forense que tuvo que analizar lo único que hay de Marcela, su cráneo. Con imágenes de otros cuerpos, desmitificó que hubiese sido posible que, pese a las rafas de viento patagónico y las temperaturas bajo cero, la cabeza hubiese quedado limpia como quedó, y negó que esa pulcritud fuese obra de los perros.
Habló de la ‘instrumentación’ que uso él o los asesinos, que no dejaron tejidos en el rostro, ni ojos, ni nada. Que la despellejaron y descuartizaron después de muerta para cubrir lo que hicieron.
Toda la exposición es seguida atentamente por Biott, mientras que Ángel esconde la cara, fija los ojos al piso.
Este jueves, cuando el tribunal se vuelva a reunir en audiencia para los alegatos de todas las partes, van a quedar cinco días más para conocer la sentencia. Antes que eso, la querella va a pedir algún tipo de sanción para la jueza de Instrucción, por sus omisiones, y la falta de empatía que muchos actores tuvieron con la búsqueda de la verdad.