Cosecha Roja.-
“Estoy vivo porque cumplo órdenes”. Un periodista de uno de los estados más afectados por la violencia y el narcotráfico en México sobrevive: cada noche recibe llamados de grupos criminales y del gobierno local, que le dan órdenes contradictorias. “Sacá fotos a los cadáveres que dejamos en el descampado”, le dicen unos. “No te acerques”, le dicen otros. Y él se las arregla: saca fotos desde lejos y borrosas y queda bien con todos.
Esta es apenas una de las cientos de historias que Marcela Turati guarda. La periodista mexicana, fundadora de la Red Periodistas de A Pie, vino al Encuentro de la Palabra en Buenos Aires para contar lo que pasa en México. “Cada semana es horror tras horror. La tragedia nos cambió las estructuras, unió familias y nos sacudió a los periodistas”, dijo en una charla con su colega Cecilia González. Y se armó una red de trabajadores de los medios y bajó el nivel de competencia: “de nada sirve una exclusiva si va a ser tu última nota”, dijo en la charla sobre Violencia, Estado y narcotráfico en México.
La tragedia es la guerra contra las drogas que encabezó el ex presidente Felipe Calderón, los asesinados, desaparecidos y desplazados, la masacre de los 72 migrantes. Y también Ayotzinapa. ¿Por qué se asombran con los 43 estudiantes desaparecidos el 26 de septiembre? Turati ensayó una respuesta: “Eran estudiantes pobres que se preparaban para dar clases en las escuelas más pobres del país y la policía local los entregó a un grupo criminal. El hecho visibilizó el problema a nivel internacional y mucha gente entendió que fue el Estado”. Turati reconoce el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense en el análisis de las fosas comunes, que llegaron al caso por pedido de los familiares. “Ha sido de lo más importante y fundamental”, dijo.
Durante la gestión de Calderón no hubo protesta social. La sociedad entendió que los gobiernos están “muy comprometidos con el narco” y que nunca está claro “para quién trabajan”. “Cuando viajo a un territorio, mi última cita es con las autoridades para después salir corriendo al aeropuerto”, dijo Turati. Pero el 28 de marzo de 2011 algo cambió. El hijo del poeta Javier Sicilia apareció asesinado dentro de un auto Cuernavaca -lugar de veraneo de las clases acomodadas del DF- junto a otras seis personas. Intelectuales, escritores y familiares de otras víctimas salieron a la calle a protestar. La Caravana del dolor puso en la pantalla de la televisión las caras de madres, padres, hermanos, hijos de desaparecidos y asesinados. “La gente empezó a escuchar y ver esas historias”, dijo la periodista.
Desde Periodistas de A Pie creyeron que había que ponerle rostros a la violencia. “Hay una generación que se está matando entre sí: jóvenes, veinteañeros, pobres” a ambos lados: los que matan y los que mueren comparten esas características.
Periodistas de A Pie surgió con la idea de profesionalizar la profesión. Pero cuando a Marcela comenzaron a mandarla a Ciudad Juárez a cubrir las matanzas, notaron que estaba pasando “algo muy grave” y que muchos periodistas que estaban cubriendo “cosas terribles”. Entonces cambiaron los talleres: cómo entender el narcotráfico, cómo entrevistar a un niño que vivió una tragedia, qué preguntar en un velorio, cuáles son los protocolos de seguridad, cómo encriptar la información, qué hacer con el dolor.
También salieron a mostrarse, a armar actos de solidaridad en lugares donde los periodistas son atacados, hicieron subastas y colectas para las familias de los reporteros desaparecidos. En México cada 26 horas agreden a un periodista: en 2014 se registraron 326 ataques y mataron a cinco trabajadores de prensa. “Los colegas que viven en las regiones corren riesgos, no pueden irse”, dijo Turati. Ellos mismos lo cuentan: “Yo a veces me tengo que disfrazar de mujer”, “un comando armado se llevó a un compañero a medianoche. Yo me levanté, me vestí, me despedí de mi mujer y mis hijos y esperé que me vinieran a buscar. No llamé a nadie porque los políticos y los narcos son lo mismo”.
Las cifras de los ataques a los periodistas contraste con las del resto de las víctimas. “No sabemos cuántos asesinados ni desplazados ni desaparecidos hay. El gobierno las cambia todo el tiempo”, dijo Turati. Por eso se embarcaron en la tarea de contar las historias de cómo las mamás salieron a las calles, fundaron organizaciones y se volvieron investigadoras. Para ella, “si detrás de las cenizas quedan brasas, todavía hay esperanza”.
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