“Cuando [el alcalde electo José Luis Guerrero de la Peña] lee mi solicitud y ve que estoy estudiando criminología, me ofrece lo de director de Seguridad Pública —dice Marisol—. Me dijo que el proyecto iban a ser de puras mujeres, que sólo iba a haber dos hombres armados, y era un trabajo más social, íbamos a rescatar la confianza”.
Su primera respuesta fue un no rotundo. “Le dije que tenía miedo”.
La idea del presidente municipal era que la policía delegara al Ejército la lucha contra la delincuencia e hicieran un trabajo social de apoyo al DIF —entrega de despensas, censos de personas necesitadas, niños abandonados, ancianos solos—. La nueva policía femenina recuperaría la confianza de la gente.
“Se me hizo muy bonito el proyecto. Yo tengo un hijo pequeño y pensé de aquí a que crezca, si sigue así, ¿qué le va a tocar? Va a tener que ser sicario, no va a tener caso”.
Marisol corrió a contarle a su madre y ella la apoyó y la ayudó a convencer a su padre y a su marido. Con sus veinte años, Marisol, al frente de la policía de un pueblo peligrosísimo, se volvió una nota nacional e internacional. Práxedis G. Guerrero adquirió notoriedad ante el mundo, que poco o nada sabía del infierno en el que cotidianamente vivía.
La llegada de la prensa internacional era también una oportunidad de darle su mensaje al narco. “El alcalde me dijo: si viene la prensa hay que decir que no estamos en contra de nadie. Porque no íbamos contra ellos, les teníamos miedo y eso es lo que es. Lo que quería el alcalde era un acuerdo para que dejaran en paz el municipio. Estábamos en lo social, no nos estábamos metiendo en nada que les perjudicara”.
En octubre, en una rueda de prensa escoltada por el alcalde y algunos regidores, Marisol dijo que su trabajo sería de prevención, y que su principal obstáculo era la falta de recursos en un cuerpo policiaco que no tenía ni patrullas ni bicicletas, en donde los recorridos se hacían a pie.
El diario español El País la bautizó como “La mujer más valiente de México”, y otros medios retomaron el apelativo. Así se le conoció desde entonces.
Con ocho mujeres y dos hombres policías —el cargo de comandante desapareció—, dos rifles y un revólver, la nueva corporación hacía recorridos por todo el pueblo. Las policías regresaban al cuartel con la lista de las necesidades de la gente. “Muchas se ponían a llorar. Les tocaban casos de gente que estaba pobre, abuelitas que se quedaron con los nietos porque mataron a los papás, madres solteras con muchos niños y el esposo levantado”.
La atención internacional se transformó en ayuda. El Club Rotario mandó personal médico a hacer mamografías a las mujeres de Práxedis; llegó un dentista, despensas, hasta algo de dinero. Gente de todas partes llamaba preguntando cómo podían ayudar al municipio. “Un señor me dijo: por usted estamos aquí; dijimos: cómo una niña tiene más pantalones que nosotros y no podemos ir a darle esa ayuda a esa gente —dice Marisol, y una lágrima rueda por su mejilla izquierda—. Me da pena pensar que no terminé”.
A finales de 2010, la revista Newsweek incluyó a Marisol en la lista de las ciento cincuenta mujeres que mueven al mundo, al lado de Oprah Winfrey y Michelle Bachelet. Y El País la nombró uno de los cien personajes del año.
—¿Qué sentías cuando te decían la mujer más valiente de México? —le pregunto.
—Yo nunca me sentí así.
Dos meses después de empezar su función como directora policiaca, el alcalde la mandó llamar. Una de las policías había encontrado una hoja con un mensaje durante uno de sus recorridos. En tinta roja y escrito a mano llamaban “marrana” a Marisol y la amenazaban con dejar huérfano a su hijo por trabajar para un cártel.
“Yo no iba a ser tan tonta para meterme con un cártel. Yo tengo un hijo”, dice.
Pasó casi inadvertida esa primera amenaza. Después —según Marisol— llamaron al alcalde para pedir que la despidiera. Cuando Marisol se enteró, perdió la tranquilidad. Vivía esperando que la llamaran directamente.
Así que, poco antes de cumplir cuatro meses en el cargo, Marisol recibió una llamada de un número desconocido, mientras estaba en casa de su madre.
—¿Qué no te dieron el mensaje que no te queremos ver aquí? —le dijo la voz de un hombre joven.
—¿En qué le estoy perjudicando? —contestó Marisol tratando de no perder la calma.
—No te hagas la tonta, que tú sabes que andas con aquellos marranos. Te voy a investigar y a llamar el viernes.
—Espero su llamada, yo no tengo que ver con nadie.
Empezaron a aparecer indicios de espionaje. Un auto rondaba constantemente la casa de sus padres, un niño en una bicicleta se estacionaba mañanas y tardes afuera de la casa de Marisol y las policías le avisaban de coches desconocidos afuera del cuartel, con hombres que nunca se bajaban.
Marisol se cambiaba del auto de su marido al de su hermana para tratar de distraer al enemigo. Pasaba más tiempo en casa de sus padres. Había dejado de dormir y hacía planes con su marido sobre las posibilidades de escape en caso de que llegara un comando a su casa.
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