El viernes no llegó la llamada esperada, pero eso no le quitó el miedo. “Yo dije: un día de estos van a venir por mí”. Una semana después recibió una llamada en la comandancia, pero no estaba. Más tarde, le llamaron de un número privado a su celular. Era la misma voz de días antes.
—Tú fuiste a la tienda del pollito a recoger dinero.
—Yo no he salido en ningún momento, se está equivocando.
—Tengo a alguien vigilando, tú trabajas para ésos, conoces a…
Ahí se sintió vencida.
—Si quiere el puesto en el que estoy ponga a quien quiera. Yo puedo trabajar de recepcionista, pero no me voy a ir del pueblo.
En ese momento el hombre cambió la estrategia. Le dijo que si era cierto que no trabajaba para nadie, entonces quería verla en Ciudad Juárez para hablar. Marisol se atrevió a decir que iría para probarle que no trabajaba para ningún cártel. Colgó el teléfono.
La madre de Marisol llegó a recogerla a la comandancia y se encontró con un auto estacionado atrás de ella, con dos hombres y la puerta abierta.
El celular volvió a sonar, el hombre le dio a entender que sabía que era su mamá quien había llegado a la comandancia. Esta vez, la conversación fue más lejos. El hombre le dijo que tenía a alguien dentro de su corporación vigilándola, y que la vería en Ciudad Juárez, que tendría que cooperar. Marisol preguntó si podía ir acompañada de su madre. El hombre sólo le dijo que la volvería a llamar para darle instrucciones.
El lunes, Marisol regresó a trabajar. Le dijo al alcalde que ya no podía trabajar bajo amenaza, que estaba aterrorizada, que quería renunciar, le pidió que la ayudara dándole un puesto de recepcionista. “El alcalde me dijo que estaba bien. Estaba triste porque apenas habíamos empezado”, dice Marisol.
Esa tarde, Marisol se fue a su casa temerosa. Las horas en la comandancia habían sido una pesadilla esperando que el teléfono sonara de nuevo. Llegó a casa de su madre y juntas decidieron que lo único seguro era dejar Práxedis. Era el mes de marzo de 2011.
La Presidencia Municipal de Práxedis está al lado de la comandancia de policía, frente a la plaza, que no es distinta de la mayoría de las plazas de pueblo de todo el país. La de Práxedis tiene bancas verdes y un quiosco rosa. El pueblo entero es de un silencio aterrador. Desde la Presidencia se escucha la música de banda que tocan en algún negocio del otro lado de la plaza.
El alcalde me recibe en una oficina austera. Tiene prisa, insiste. Sólo unos minutos. Es un hombre católico que habla de un proyecto político basado en principios tomistas: persona humana, bien común, solidaridad, subsidiariedad.
Me dice que su plan para el municipio está basado en la experiencia personal. Su policía le dijo adiós a las armas no sólo porque le toca a las fuerzas federales combatir al narcotráfico, sino porque con amor se consigue más. Si la policía se gana la confianza y cuida al pueblo, el pueblo los va a cuidar a ellos.
Dice que hace año y medio que Práxedis no tiene muertes violentas. “Hay gente de aquí a la que han matado, pero fuera del municipio”, dice. No se acuerda cuando fue la última vez que escuchó una balacera en Práxedis. Fue ahí frente a la plaza antes de que él tomara posesión como alcalde. La violencia en toda la zona disminuyó en 2011. El gobierno federal lo atribuye a sus acciones. La gente en Juárez tiene dos teorías: o ya ganó un cártel sobre el otro o hubo arreglos que nunca conoceremos.
Le pregunto al alcalde por su antigua directora de Seguridad, Marisol Valles.
“No era directora —dice tajante—. Era encargada de despacho”. De pronto Marisol ya no era la mujer valiente que iba a salvar al pueblo, como en aquella rueda de prensa un año antes a la que la Alcaldía había convocado. “Ustedes [los medios] buscaron un icono y lo encontraron en Marisol. Pero nada que ver, ella no salía a las casas, ella no coordinaba el programa. Ella llevaba una bitácora del trabajo de los policías y desparramaba informes a obras públicas, al DIF, a desarrollo social”.
El presidente municipal duda que Marisol haya sido amenazada, aunque tampoco puede negarlo. Dice que habían despedido personal y que es común que lleguen llamadas extrañas a la Presidencia Municipal. “¿Quién necesitaría amenazarnos? Ahí es donde me queda la duda. No puedo asegurar que alguien lo haya hecho de broma, pero tampoco puedo negar que sí haya pasado”.
Habla de toda la presión que tuvo Marisol desde que los medios la descubrieron. Todos opinan sobre ella, el gobernador no la quiere, le llegan ofertas mediáticas de muchos lados. “Yo sentí que le estaban haciendo mucho daño a ella. La presionaron al extremo. Llegaron tentaciones. La muchachita resistió mucho”, dice.
—Si le estaban haciendo daño, ¿por qué la alcaldía no paró esa locura de los medios? —le pregunto.
—En la libertad no puedes presionar por encima del derecho de alguien. No es ni bueno ni sano.
Guerrero de la Peña dice que Marisol le avisó que se iba, pero que él le dio un permiso por quince días porque su hijo estaba enfermo. “Me dijo: si todo sale bien, ya no regreso”.
Cuando Marisol dejó el cargo, el presidente municipal dijo que había pedido un permiso y que sería despedida de su puesto si no regresaba a trabajar cierto día. El gobernador César Duarte fue más lejos y la acusó de aprovechar su puesto y su fama para irse a vivir a Estados Unidos.
Marisol no podía defenderse. Estaba en calidad de detenida en un centro de detención en Estados Unidos cuando vio en la televisión las declaraciones del gobernador y el alcalde. Sus compañeras le decían: “¿Ésa no eres tú?”.
Cuando apareció de nuevo dando un mensaje desde Texas, Duarte la acusó de dañar la imagen de Chihuahua y de haber abandonado el cargo por un lío de faldas. “Lo que no puede ser es que su circunstancia personal sirva para dañar mayormente la imagen de Juárez y de México. Aprovechar el estigma impuesto a esta ciudad para arroparse. Ella no quiso recibir protección de la autoridad porque no tenía amenazas. Estamos haciendo un gran esfuerzo por cambiar esa imagen de Juárez y por un lío de faldas alguien va y dice que debe ser asilado político”, dijo a los medios de comunicación.
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