Cosecha Roja.-
Romina Ragoñese clavó un cuchillo en el corazón de su esposo el 27 de abril de 2013. Al principio el fiscal pidió perpetua en su contra, pero al escuchar los maltratos que sufría consideró que era inocente. Ragoñese vivía una película que se repetía en cada noche de copas de su esposo. Él se entregaba a los rencores de su infancia, ella lo consolaba; él evacuaba su ira golpeándola una y otra vez, ella lloraba sin defenderse; él la obligaba a tener sexo y la llamaba “puta”, ella lo sentía mecerse sobre su cuerpo como silla de mimbre a punto de desbaratarse.
“Yo no lo quería matar para no dejar a mi hijo sin padre. Y por eso sentí mucha culpa. Valentín me pregunta cada tanto por su papá y yo le digo que está en el cielo y que lo cuida desde allá. Cuando sea más grande le voy a explicar todo”, dice Romina un año después de esa noche que partió su vida en dos.
Esa madrugada de abril de 2013 estaban en su casa de General Pico, La Pampa y ella obedeció a un instinto primigenio: defenderse. Tomó un cuchillo de la cocina y lo hundió en el pecho de Maximiliano Pérez, quien murió en el acto. Romina fue imputada por homicidio agravado por el vínculo y el fiscal Alejandro Gilardenghi, que había pedido perpetua en principio, solicitó a los magistrados de la Cámara del Crimen la libertad inmediata luego de aplicarle perspectiva de género a las pruebas científicas y a los testimonios reunidos.
El Tribunal absolvió a Romina y provocó el festejo de las organizaciones que trabajan a favor de los derechos de la mujer. Los jueces comprobaron que la imputada había recibido maltrato físico horas antes del hecho y se basaron en “la triste historia de vida de Romina Antonella Ragoñese” para dar el fallo.
“El juez ponderó e investigó los antecedentes de la causa y vio que ella al no contar con el apoyo para salir de ese círculo vicioso actuó de esta manera cosa que no quiere nadie”, dijo a Cosech Roja Fabiana Túñez, directora ejecutiva de la Casa del Encuentro. “Consideramos muy importante que la violencia de género sea tomada con la premura y seriedad que corresponde porque lo que está en medio es la vida de una persona. Y consideramos importante que exista una justicia capacitada que produzca estas sentencias que la favorecieron a ella y la liberaron de una condena injusta”.
Romina había iniciado la relación con Maximiliano, ex pareja de su madre, luego de una crisis aguda de drogadicción. “Él ya estaba separado de mi mamá porque le había fracturado una costilla pero seguía yendo a ver a las nenas. Teníamos una buena relación y un día estábamos en la casa de un amigo suyo. Habíamos tomado mucho alcohol y todavía no sé cómo pero terminamos juntos. Ahí empezó todo. Me decía que se había enamorado de mí y no paraba de buscarme. Se la pasaba amenazándome con que se iba a matar. Yo nunca quise tener algo con él y me arrepentí enseguida, pero esa noche quedé embarazada”, dijo a Tiempo Argentino.
El alcohol y el maltrato habían seguido su vida desde la infancia. Vivía con su familia en un cuarto chico y cuando su padre se embriagaba la forzaba a ver cómo golpeaba a la madre. A los 11 años se habían mudado frente a la cancha de San Lorenzo a la villa 1-11-14 y ella comenzó a buscar formas destructivas para alejarse del ambiente violento en que vivía. Consumió pastillas, alcohol, marihuana y cocaína a los 15, pero nunca alcanzó la adicción.
A los 17, en el ocaso de su adolescencia, ya contaba con varios intentos de suicidio, así que la madre de una amiga la invitó a una iglesia evangelista donde se entregó a la abstinencia por un tiempo. A los 21 tuvo una recaída. En ese momento su vida se trenzó con la de Maximiliano y conoció el infierno. Doble recaída.
Maximiliano combinaba las formas del maltrato y reunía las características del abusador: dominante, celoso e inquisidor. “Me pegaba piñas en la panza mientras estaba embarazada porque me decía que no quería tener un hijo mío, y por dentro pensaba: yo tampoco”, cuenta Romina. “Después del nacimiento de Valentín empeoró. Era celoso. Me encerraba con llave todo el día y cuando volvía me pegaba porque decía que había estado con alguien. Una vez lo denuncié porque me rompió el tabique de una patada. Me escapé 20 veces y las 20 veces me encontró. Otro día agarró un hacha y me dijo que me iba a cortar en pedacitos. Lo mirabas a la cara y le creías que lo iba a hacer.”
Aún así, Romina escapó. Dos meses antes del final de aquella madrugada de abril, ella se escondió en la casa de una amiga en Laferrere. Él la buscó, la preguntó, la rastreó como en otras ocasiones, pero le perdió la pista. Entonces acudió a la manipulación, difundió entre todos los amigos de Romina el rumor de que se había suicidado. Fue perfecto para sus propósitos. Ella quedó demolida y se dijo que su hijo tenía derecho a guardar algún recuerdo de su padre, así que fue a casa a recoger un par de objetos y lo encontró a él, parado y furibundo con una amenaza en la boca. Si lo abandonaba de nuevo, él se suicidaría de verdad. Si intentaba abandonarlo de nuevo, la mataría.
“Yo sé que al contar esto la gente va a pensar: por qué no se iba. Pero es difícil de explicar. Se crea una dependencia muy grande. Recién ahora veo claro la manipulación. Estaba atrapada en un círculo de violencia. Logró aislarme de todo. Muchas veces abusó de mí, pero en ese momento no lo veía como una violación porque me decía que me amaba”, reflexionó Romina.
Ahora que se conoció el fallo del Tribunal la gente la saluda en la calle, algunos la abrazan, pero cuando va a buscar trabajo se lo niegan. “Capaz que tienen miedo. Ahora estoy ilusionada porque me dijeron que en una casa necesitaban una empleada doméstica. Ojalá que me salga”.
Foto: RTV Noticias
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