Foto: Pandilla Feminista
El 5 de marzo Sofía Ávila mató a su novio, Juan Manuel Padrón, con un puntazo en la aorta por el cual se desangró y murió en minutos.
“¡Maté a Juan! ¡Lo maté!”, gritó esa noche, cuando cruzó semidesnuda por el patio hasta llegar a la casa de su hermana.
Durante su detención, Sofía nunca declaró lo que pasó. No lo recuerda más que en flashes en los que se ve boca abajo y a Padrón encima suyo, por momentos sujetada del cuello, arrastrada de los pelos.
La reconstrucción del hecho habla de una pelea que comienza en la cama y sigue hasta el living donde él muere, después de que ella agarró un cuchillo del cajón de la mesada y llevó el brazo hacia atrás, para zafarse mientras él la sostenía por la espalda.
Sofía es menuda y tiene varios años menos que él, con quien tenía una relación intermitente atravesada por el consumo de drogas. Durante los días posteriores al crimen, el escarnio público fue feroz. “Viuda negra”, “La nueva Nahir Galarza de Santa Cruz” “drogadicta”, hija de puta”. Sus redes sociales se llenaron de insultos y sus fotos se viralizaron, aunque resultaron un arma de doble filo: en muchas, aparecía golpeada.
Hoy se sabe por diversos testimonios aportados en el expediente, que si ella consumía drogas, se las facilitaba él, y que esa noche se defendió de un ataque.
Por eso este lunes, la jueza de Instrucción N 3 de Río Gallegos, Rosana Suárez, ordenó su inmediata liberación por falta de mérito. Es decir, que no encontró elementos que apoyen la teoría de un homicidio calificado.
Sofía estaba bajo tratamiento por su consumo problemático. Su familia y su terapeuta habían dejado de tener contacto con ella cuando comenzó su relación con Padrón, y amigos y amigas le insistían para que lo dejara porque sabían que él le pegaba.
Pero aunque ella reincidía, fue dejando marcas en el camino para salir del laberinto. El 21 de septiembre del año pasado lo denunció por violencia doméstica, luego de que su hermana llamara a la Policía por el griterío que se escuchaba. El patrullero llegó y la llevó a la Comisaría de la Mujer, donde constataron que le había trompeado la cara. Semanas después la Oficina de Asistencia Letrada a la Víctima se comunicó por teléfono, pero ella dijo que ya no lo veía más. Mintió.
Después de eso, empezó a subir a sus estados las fotos de los moretones en brazos, piernas y cara, con frases sarcásticas como “acá, diciéndole que la amo”, con la zona superior al pómulo de color violeta o “sis li mujir di mi vidi” y el antebrazo ennegrecido.
Susana, su tía, contó que “estaba preparada para que la que apareciese muerta fuese ella” y siempre creyó que la ausencia durante el último año fue una suerte de “embrujo”, un secuestro. Dejó de trabajar, no hubo más almuerzos los domingos y hasta dejó de ver a su hijo en los últimos meses.
Este verano Sofía y Padrón viajaron a Puerto Madryn, pero el conserje del hotel le tuvo que dar una habitación aparte después de una pelea. Padrón la dejó sin ropa ni dinero. Una bartender de una cervecería- que prestó testimonio en la causa-, dijo que la había encontrado toda golpeada.
La jueza puso en la centralidad de su fallo “el deterioro de Ávila, luego que comenzara la relación con Padrón, acompañado de una actitud de aislamiento” y “la asimetría existente entre Ávila y el occiso, quien casi doblaba la edad de aquella. Además era ostensible para aquel, que Ávila tenía desde muy joven, serios problemas con el consumo de sustancias y que luego que la misma entablara relación con el occiso esos problemas se agudizaron debido a su propia situación de consumo”.
En declaraciones al diario La Opinión Austral, Gustavo, el papá de Sofía, se ocupó de aclarar que su hija “no era una carmelita descalza”, pero la jueza entendió que también era una víctima y que no debía esperarse que sea ni buena ni santa.
“No puede interpretarse en demérito de la credibilidad de la imputada-víctima, sin incurrir en estereotipos de género como el de la ‘buena víctima´, que descontextualizan y desconsideran la victimización de la imputada. De manera asonante, se reconoce que los estereotipos dan lugar a decisiones basadas en creencias preconcebidas en lugar de analizar los hechos, se adoptan normas rígidas sobre lo que consideran un comportamiento apropiado de la mujer y sancionan a las que no concuerdan con esos estereotipos. Suponer que por determinadas características se es fuerte, con personalidad, o lo que en este razonamiento es lo mismo, no vulnerable (ergo no puede ser víctima de un abuso sexual) hace referencia a estereotipos de género, fundadas en consideraciones violatorias de la perspectiva de género y de la normativa convencional de la materia”, se lee en el fallo de casi cincuenta páginas.
La liberación y falta de mérito de una mujer por el asesinato de un varón no es habitual, pero responde a la necesidad de cumplir las leyes y tratados internacionales en los que nuestro país se comprometió a ponerse lentes violetas para juzgar reconociendo las asimetrías en estos casos.
“Fallar con perspectiva de género implica tener una mirada total de la situación y un
conocimiento acabado de los roles que impone la sociedad y las causas de las asimetrías de poder entre las personas – varón – mujer”, añade.
Esa noche, eran él o ella.