Por Eloy Alazard
Me despierto con fiaca, preparo mate, abro mis cuadernos en donde escribo todas las mañanas pavadas durante media hora y, después de perfumarme y peinarme, me pego una vuelta por Facebook.
Camino entre casas viejas, palacetes mal construidos y una gran cantidad de pocilgas que forman barrios de emergencia cada vez más grandes en esta red social.
En una de las calles me cruzo con un par de empleados del Estado, una escritora de éxito que riega y cuelga sus plantas, un músico de un solo hit que horneó un pan casero y lo dejó en la ventana para que todos apreciemos su desayuno carroñero.
Me gusta la gente que dice “googleame”. La virtualidad como origen.
Lo primero que aprendí cuando vine a vivir a Buenos Aires es que las alpargatas resbalan en la vereda regada por el portero, de madrugada.
Todos tenemos un apodo oculto. Yo quería que me apodaran Pantera, pero bué, me conforme con ruso o rusito.
Cuando empecé a usar Facebook me di cuenta de que estaban los que ventilaban su casa todos los días mientras había algunos que abrían sus puertas sutiles, misteriosos; entonces yo agarraba un puñado de emoticones (las flores son mis preferidos) y empezaba a repartirlos entre quienes adornaban sus pocilgas de una manera que me conmovía: textos inéditos a los que solo hurgadores de red pueden llegar, fotógrafos y fotografías que no conocía, pdfs cuestionados de libros difíciles de conseguir, mariquitas talentosas que derribaron el mito que me había formado de que eran pura pose, simples comentarios ingeniosos que llegaron a darme envidia y varias rabietas.
En aquella época aparecían los primeros incorrectos que gritaban cosas de muro a muro en lenguaje callejero: a Evita me la cojo. Los putos son malos. Qué conchuda.
Otros avanzaban con comportamientos estoicos a militar su amor por el peronismo o se corrían del sentido común con elegancia, la forma heredada más precisa para este tipo de aventura.
En ese comienzo tuve la posibilidad de rodearme de putos para poder garchar o de rodearme de escritores, artistas plásticos, músicos, y actores/actrices. Me decidí por la segunda y comenzó mi desgracia.
Cuando me agacho a atarme los cordones siento que me van a patear el culo y me van a decir que la posición lo amerita.
Es una enorme limitación creer que otras veces fuimos más felices.
Solo una vez cité a Cortázar, fue en una carta de amor a un militante del MAS en los 80.
Soy un alma en pene.
El tiempo fue pasando y todo cambió. Algunas mujeres se paseaban temprano colgando niños y gatos, se las notaba un poco cansadas ¿y sus maridos? Mandando mensajes y fotos en bolas por privado a pendejas, por uno u otro motivo, pero no lo suficientemente convencidos.
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A Sergio lo conozco desde que tengo 18 años cuando llegué a La Plata desde Gualeguaychú. Fui a su casa 20 años después y me enteré de que no éramos amigos en Facebook. Entré a su computadora, eliminé al primero que encontré y me pedí amistad en Facebook. Lo acepté desde mi teléfono. Sergio y yo ahora somos amigos en las redes.
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Las narrativas colectivas pueden ser útiles, pero muchas veces resultan catastróficas. En los últimos años nada me resultaba extraordinario como al comienzo. Me sentí un forastero. Las calles que recorría no eran las mismas, los muros tampoco. Era: levantarme, peinarme, perfumarme, tragar arena y escupirla a ese océano.
Estamos en el verano de 2021 y decidí abandonar esa tierra que alguna vez fue promesa.
Entrar en un lugar, provocar. Repartir flores. Pertenecer a un club: Cara Libro.
Cuando esto se agrandó, pasó de club a barrio para devenir en asentamientos en pie de guerra.
Actualmente, ejércitos de 9 mil empleados están entrenados para eliminar texto, fotos y vídeos que violan sus normas comunitarias. La dirección gubernamental densificó el número de moderadores año a año.
La censura previa que ejercen estos moderadores en Facebook, y a la que se sumaron otras redes, viene causando inquietud en el mundo. Y no es para menos.
Viví la censura de la última dictadura militar de refilón cuando era adolescente y ahora vivo esta censura posmoderna de lleno.
Recuerdo que no solo quería ser un adolescente: quería ser la exageración de un adolescente.
Crecí con el terror de mi madre a que su árbol genealógico se sacudiera y cayera algún pariente con gustos sexuales fuera de lo común.
Hay algunos que fingen la muerte, yo finjo la vida.
Si te fumas un porro, no sos adicto, si tomas una cerveza, no sos alcohólico, si te chupas una pija no sos puto.
Mi papá me llevaba un par de veces a Buenos Aires por año en mi adolescencia, desde Gualeguaychú, para que viera espectáculos y “me cultivara”.
Umberto Eco en alguno de sus miles de artículos publicados en el diario El País, nos advirtió: “No se olviden: hay dos tipos de censura. Una es la definición de la RAE de censura y la otra es la hiperinformación”.
La burguesía quiere todo gratis, creen que van a tomar terrenos en una zona que está toda custodiada y hacer lo que se les canta los huevos. No, no es así.
Doce veces me desalojaron por textos y fotos que subí. Sí, una docena de veces.
Ni la paja me deja que la haga.
No hay que estar a la moda, para ser siempre actual.
No recorto ni edito mis estados. Crudo: Mi pensamiento ceviche.
Hoy por hoy pueden pedirme que vaya a buscarles cocaína a la Isla Maciel disfrazado de Oyarbide o que sacrifique a sus mascotas con cáncer, pero no pidan que vuelva a esas redes cuando me los cruce en la vida ‘real’.
Me fui.
Gracias.
*Eloy Alazard es productor audiovisual. Trabaja en medios de comunicación desarrollando contenidos y formatos para diversas productoras y canales de televisión y otros medios audiovisuales de Argentina y del exterior.