La semana de los #Panamapapers puso a prueba al periodismo ante la opinión pública argentina.
El tema se contaminó de inmediato. El domingo por la noche, en cuanto comenzó a circular la noticia de que Mauricio Macri formaba parte del directorio de una empresa fantasma radicada en un paraíso fiscal, la mayoría de los medios se esforzó en tapar su nombre. Era la nota más importante en Argentina, pero en lugar de destacarlo, lo mencionaban como parte de una lista, apenas como uno más de los implicados, o de plano lo omitían.
Periodistas autodenominados “independientes” que antes denostaban al periodismo militante kirchnerista asomaron enseguida en las redes sociales para ejercer como voceros de Macri, para justificarlo y exonerarlo. El contraste con el trabajo arduo, serio y profesional realizado por los 370 periodistas que investigaron la filtración era muy evidente, tanto como el manejo interesado de la información que hicieron múltiples medios en el resto del mundo.
No es muy difícil imaginar el mega escándalo que los medios más influyentes hubieran armado si la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner aparecía en la lista. Con Macri, lo minimizaron.
La magnitud del caso era imposible de tapar por completo, pero no hubo letras catástrofe a plana o pantalla completa, ni títulos burlones tipo “Ahora Macri dice que…”, sino cálidos “Macri aclaró…”. Tampoco hubo una amplia y detallada cobertura, no se retomó la repercusión en medios internacionales y en la tele no aparecieron periodistas o locutores sumamente indignados con el caso.
Titulares reducidos anunciaron que había una segunda empresa en Panamá en la que Macri figuraba como director. No era sólo una. Pero el presidente, sin mostrar documentos ni someterse a una rueda de prensa, ya había dicho que no había nada ilegal, así que la sociedad se podía quedar tranquila.
Personajes tóxicos de la política argentina que no hace mucho hubieran pegado el grito en el cielo por un caso así, defendieron de antemano a Macri. La diputada Elisa Carrió salió a mostrar los papeles de una de las empresas. Y Laura Alonso, la titular de la Oficina Anticorrupción, justificó sin investigación previa al presidente del que podría enamorarse, como ella misma confesó hace años. La vicepresidenta Gabriela Michetti, que se identifica a sí misma como “Talibán de la Transparencia”, también le creyó de inmediato a Macri. Las críticas en los medios escasearon.
En el exterior no tuvo la misma protección. Hasta ahora Macri había realizado una exitosa campaña de imagen, era la nueva estrella de la política latinoamericana, pero esta semana apareció en las portadas de los diarios más influyentes del mundo como parte de una indeseable lista.
El diario alemán que comenzó la investigación (Süddeutsche Zeitung) advirtió que las explicaciones de Macri eran difíciles de creer, criticó a la Oficina Anticorrupción por defenderlo y se sorprendió del buen trato que la mayoría de los medios locales le daban al presidente, a sabiendas de que por un caso así hubieran exigido la renuncia de Fernández de Kirchner. Era demasiado obvio.
En Argentina también se desató un debate sobre los intereses mediáticos luego de que Hugo Alconada Mon, el periodista de La Nación que trabajó en el caso, contara que la primera fecha de publicación prevista había sido el 15 de noviembre. Justo una semana antes de la segunda vuelta en la que Macri se convirtió en presidente. Algunos kirchneristas especularon con la posibilidad de que un escándalo de este tipo hubiera evitado el triunfo macrista. Acusaron a La Nación de proteger al entonces candidato, pero la verdad es que su nombre apareció recién el 8 de diciembre, cuando ya era presidente. Y lo más importante es que había que cumplir un acuerdo de confidencialidad con el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. Ningún medio podía adelantar información. Hacerlo hubiera sido antiético.
La cobertura cambió de rumbo a partir del martes por la noche, con la detención del empresario Lázaro Báez. Al igual que en el caso de Ricardo Jaime, otro ícono de la corrupción del pasado gobierno, pasaron cosas raras.
Los diarios del sábado, incluso los más afines al gobierno, amanecieron con las notas del “tarifazo” y la denuncia de la UCA sobre el aumento de la pobreza con el macrismo en sus portadas. Pero las repercusiones fueron opacadas por la inesperada detención de Jaime, en pleno fin de semana.
El lunes estalló el escándalo #Panamapapers y el martes por la noche, en otro operativo sorpresivo, Báez fue detenido.
En ambos casos, hubo extrañas filtraciones judiciales que permitieron que determinados medios tuvieran lugar privilegiado para reportar, en vivo, en directo y a todo color, las detenciones. Con espectacularidad.
Ahora sí, volvieron las letras catástrofe en sus titulares, la cobertura detallada en extremo y los periodistas indignados con la corrupción.
La diferencia mediática de temas trascendentales, pero que afectan a gobiernos antagónicos como el kirchnerismo y el macrismo, fue evidente y abrumadora. Una lástima. Porque la cobertura informativa que se hace de acuerdo con los intereses de las empresas y no del periodismo en sí mismo afecta nuestra profesión.
Y lo que podría ser un sanador acto de justicia, como es la detención de funcionarios o empresarios corruptos, quedó ensombrecido por la sospecha de su utilización para otros fines con intereses meramente políticos.
El jueves, los medios más influyentes ya se habían olvidado del #Panamapapers. La verdad habría que felicitar al equipo de comunicación presidencial que logró que el tema se desvaneciera aquí mientras Macri seguía apareciendo en diarios, revistas y canales de televisión de todo el mundo al lado de evasores de impuestos o lavadores de dinero. La alegría del gobierno duró poco, porque al mediodía el fiscal Federico Delgado imputó penalmente al presidente y, entonces sí, Macri tuvo que salir por la tarde a anunciar que él mismo se someterá a la justicia.
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