Rolando Lopez . Los Andes
El mediodía del 21 de abril del año pasado, el portón de la garage de José Tarquini (75) estaba entreabierta. Como había estado así desde el mediodía, los vecinos de la calle Uruguay al 1200 del barrio Trapiche, de la ciudad de Mendoza, llamaron a la policía. No era común que ese jubilado de YPF, que vivía solo, cometiera semejante descuido.
A los pocos minutos llegó una comisión policial y dos de los efectivos ingresaron a la vivienda por el mismo portón. Lo primero que vieron fue el Renault 11 color marrón estacionado en el garaje: la parte de atrás del auto, así como el asiento del acompañante, estaban ocupadas con bolsas del supermercado Carrefour repletas de mercadería. “Este hombre había ido de compras el día anterior”, se animaron a sospechar los pesquisas. Puede que tuvieran razón, pero puede que no.
Porque no tardaron en notar que las paredes del garaje estaban tapizadas con cajas de cartón que contenían botellas de bebidas de todo tipo, packs de rollos de papel para cocina, papeles de papel higiénico intercalados con latas de conserva. “Las tres paredes del garaje lucían así: tapadas”, describieron los policías.
Para salir del garaje y llegar hasta una sala de estar había que pasar por un pasillo estrecho de por sí, pero convertido en uno más estrecho debido a la presencia de más paquetes apilados desde el piso hasta el techo. Allí vieron más cajas sin abrir hasta la altura de las puertas.
Algunas cosas dentro del domicilio estaban revueltas, algo que los pesquisas advirtieron por el polvo removido sobre algunos objetos. Era evidente que fue difícil buscar dinero o algún efecto de valor habida cuenta de que para remover el 40 por ciento de las cosas le hubiera deparado días.
En medio de ese ambiente asfixiante con cajas y paquetes sin abrir cubiertas con polvo de años, los efectivos llegaron a “la única zona de la casa en donde podían juntarse dos o tres personas a la vez”: una fracción de la cocina, al lado de la hornalla.
Allí encontraron al dueño de casa.
Tarquini estaba sentado en una silla con sus manos atadas a la espalda con precintos y la cabeza tapada con una bolsa de supermercado. Calcularon que el jubilado llevaba varias horas en calidad de cadáver y cuando descubrieron su rostro advirtieron que había sido golpeado antes de que le colocaran esa bolsa en la cabeza.
Como las ventanas de la cocina estaban prácticamente tapadas por latas de conserva de todo tipo, con una pila de cajas de fósforo 222 patitos, cajas de té de todo tipo que también iban desde la mesada de la cocina hasta casi el techo, los policías procedieron a correr esos elementos para que ingresara un poco de luz natural, ya que el foco de la cocina era una bombita muy débil.
La luz del día invadió la cocina y estalló a la altura de la nuca inclinada e inmóvil del jubilado; la pera de Tarquini descansaba sobre su pecho. En medio de esa imagen espectral, uno de los efectivos caminó hasta una sala que, calculaban, deber haber sido el living.
En esa zona de la casa, el paisaje era similar: una especie de depósito en el que se veían al menos 20 cajas de muñecas sin abrir, regalos con sus envoltorios que se apilaban sobre los tres sillones del estar y más bolsas de supermercado. “Había bolsas del supermercado Metro -cerrado hace 11 años- con elementos en su interior y con boletas de 1994”; contó uno de los investigadores.
Lo que la víctima tenía se llama síndrome del acopiador compulsivo Es un trastorno obsesivo-compulsivo, una enfermedad que hace que las personas tengan pensamientos, obsesiones y que repitan determinadas conductas, compulsiones una y otra vez.
Patrones de conducta que interfieren en su vida diaria y que llevan al sujeto a sentir la necesidad de saciar su ansiedad comprando y almacenado elementos para calmar su ánimo. Es una actitud que linda con la enajenación. Consultados los psicólogos del Cuerpo Médico Forense dijeron que era el primer caso extremo y tan grave en la provincia.
Dos efectivos más se llegaron hasta la habitación de Tarquini, “la otra parte de la casa donde dos personas podían estar juntas”, según describieron. La cama matrimonial del jubilado estaba levemente desordenada pero sólo en el costado en el que Tarquini al parecer dormía: el margen derecho.
Del lado izquierdo se podían ver, prolijamente apilados, bolsas con camisas que habían sido compradas alguna vez pero que nadie había usado; “igual que calzoncillos, zoquetes y pantalones y camisetas y pulóveres”; todo sin abrir y, al igual que todo en la casa, cubierto por un halo de polvo añoso. El hombre no dormía solo; esa ropa vieja y nueva pero sin uso, lo acompañaba.
En busca de pruebas, los detectives hurgaron los placares y hallaron más sorpresas: “Entre otras cosas”; dijeron, “unos 60 pares de gafas para sol, baratos, de esos que se compran en las farmacias, todos sin usar, envueltos en sus respectivos sobres de plástico”.
Se llegó a la conclusión que los ladrones lo tuvieron que atar para que dijera dónde guardaba dinero. Eel hombre era jubilado de YPF y cobraba el alquiler de dos departamentos. El robo de dinero era la única posibilidad de llevarse algo, algún efecto de valor, ya que no tenía ni TV ni radio.
Al llegar al patio del fondo de la vivienda, las autoridades policiales sintieron que entraban a una chacarita de autos. “Había que esquivar alambres de todo tipo, caños, hierros, autopartes de autos nuevos y viejos, capots, asientos de vehículos, faroles de coches que colgaban de lo que alguna vez había sido un parral”.
En la despensa del patio hallaron incontables frascos de vidrio con mermeladas y otros cientos que hacían las veces de envases de clavos, tuercas, arandelas. El material ferroso que había más hacia el fondo hacía imposible seguir. “A diferencia de los otros ambientes de la vivienda, éste no lucía desordenado por lo que se puede inferir que los delincuentes no se tomaron el trabajo de llegar hasta él”, escribieron los detectives.
Es paradójico desde lo jurídico-penal, el hecho de quela Fiscalía, al momento de calificar el delito, no pudo penarlo como homicidio Criminis Causa (matar para robar) ya que nunca se pudo probar la intención del robo o el faltante de algún efecto personal entre millares de cosas.
A esto se suma que las hijas de Tarquini (hacía cinco años que no veían a su padre por cuestiones personales) atestiguaron estar seguras de que, entre jubilación y el cobro de dos alquileres de dos propiedades, su padre guardaba dinero. Pasaron tres meses para que ellas encontraran un sobre de dinero en la cocina, a la vista en una alacena, en el lugar menos pensado frente a donde tenían a la víctima maniatada. No obstante hasta la fecha no se reportó otro hallazgo. Como dijo una de sus hijas: “Era y será imposible saber lo que tenía o no tenía mi viejo”.
Por este hecho, la fiscal Claudia Ríos hizo detener a Luis Sosa, quien fue capturado el 6 de octubre del año pasado en Montevideo, Uruguay. Sosa, quien era familiar de una empleada de la víctima, estuvo preso unos días pero luego fue liberado. Hoy, ya hay imputados por el crimen del acopiador.
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