Ignacio Carvajal.-
Arturo Daniel Morales Carmona soñaba con ser un profesionista y conseguir un buen trabajo con el cual sacar de pobres a sus padres; hoy el chico de 13 años no puede anhelar nada más, su cadáver fue encontrado en un basurero de Agua Dulce, Veracruz. Tenía dos días desaparecido.
¿A quién se le ocurre rebanar la garganta a un niño de 13 años?, ¿Por qué hay gente tan mala en este mundo?, ¿Qué pudo haber hecho Dany para merecer esto?, se pregunta Irene Carmona Vázquez, de 33 años, mamá de Arturo Daniel. A ella se le encuentra en una funeraria del pueblito de Agua Dulce (46 mil habitantes), conformado hace más de 50 años por pescadores y después por trabajadores de Petróleos Mexicanos (PEMEX).
Entre sus dulzuras: ser irrigado por las aguas frescas y abundantes del río Tonalá, división natural entre Veracruz y Tabasco; de sus tribulaciones: pese a ser el último municipio en el sur veracruzano, no se libra de la ola de violencia que envuelve al estado gobernado por Javier Duarte de Ochoa y su reguero de sangre. El homicidio del pequeño Arturo Daniel despeja las dudas.
Agua amarga
Agua Dulce se ubica a unos 30 minutos del puerto de altura de Coatzacoalcos, y por su subsuelo corren cientos de kilómetros de ductos de PEMEX, útiles en el traslado de combustible y crudo desde el activo Cinco Presidentes a los distintos puntos de distribución. Al ingresar a la cabecera, uno se da cuenta de la proximidad del pueblo por el descongestionaste aroma de miles de eucaliptos que se erigen en la carretera, “antes eran más, pero ya los hicieron vaporub”, bromea una habitante cuando señala los troncos avasallados por la deforestación.
En Agua Dulce radica el miedo. Esta semana la Fiscalía veracruzana informó sobre la detención de Edgar Omar Canseco Martínez, alias El Pelón o El Texas, cuyo centro de operaciones fue ubicado en Agua Dulce. Desde este lugar, según el comunicado de la dependencia, mandaba matar, secuestrar y extorsionar. “Canseco Martínez reconoce su participación en al menos ocho homicidios, entre los años 2013 y 2015”, dice el comunicado difundido por el gobierno estatal el pasado 25 de agosto.
Además, le achacan el secuestro de Ruth Flores Amado, de 28 años de edad, una empleada de PEMEX a quien secuestraron en mayo de 2015. La familia pagó el rescate pero no la regresaron, sino dos meses después, en una fosa clandestina.
Antes de la detención de El Texas, uno de los incidentes de inseguridad más sonados -entre comillas, pues de lo que menos se habla en este pueblo donde los tacos de cochinita son la onda, es de los secuestrados, los levantados y ejecutados- trató del secuestro al ex alcalde Jorge Luis Pérez León y a su esposa. Un domingo 28 de junio en la playa, ante la mirada de bañistas y visitantes. Los delincuentes llegaron con sus camionetas y armas largas hasta la costa, y tras identificar al ex edil comiendo mariscos, le ordenaron acompañarlos, como no quiso, le dieron un cachazo y jalonearon a su cónyuge.
Las personas en el agua comenzaron correr despavoridas por la arena como si fueran parte de una escena de la película Tiburón. La pareja resultó devuelta con bien hasta el pago de una cifra con seis ceros.
El niño pobre
Pues esto es Agua Dulce. Acá mismo, hace una semana, mataron a una mujer por robarle el mandado y la tarjeta de débito, tiene unos cuantos meses que unos taxistas fueron levantaron y después aparecieron en otro municipio con hormigas en la boca; acá también fue el hallazgo de al menos cinco fosas de las cuales exhumaron a unas ocho personas en 2014, la mayoría decapitados.
Una de las fosas que no se pudo encontrar, fue la del hijo de una mujer adulta mayor, cuyo nombre no quiere que se lea en la prensa pero contó que una noche, tiempo después de que habían secuestrado a su hijo, unos sujetos abordo de una moto le gritaron al pie de la puerta de su casa que fuera a buscar a un punto determinado de la zona ejidal de Agua Dulce. La mujer fue al Ministerio Público y lo dijo, y hasta una trascabo se movilizó para la exhumación, sin embargo, inexplicablemente, las autoridades dieron marcha atrás; la madre regresó a casa a seguir soñando el regreso del hijo.
“Su papá me dijo que lo había soñado de vuelta, lo miraba entrar a la casa, bien clarito, estaba seguro de su retorno”, relata Irene Carmona sentada en una funeraria, rodeada de cajones de muerto. Ni uno se mira como para el tamaño de Arturo Daniel, cuyo cuerpo se enfría más al otro lado de la habitación donde su madre lo rememora. Han pasado seis horas desde el hallazgo del chico en el tiradero y las autoridades no liberal sus restos. Los papás le quieren dar sepultura y acabar con todo esto. Ni si quiera piden justicia. Están intrigados y confundidos. “¿De dónde puede venir esto?”, se pregunta Irene Carmona.
“El día que se perdió, teníamos muchas ganas de hablar (ella y su esposo, Sandro Morales), pero no nos hicieron caso, ni los periodistas. En la policía me dijeron que tenían que pasar 72 horas para buscarlo”. La policía Ministerial, después de su visita al MP la noche del martes, únicamente levantó un acta circunstanciada. Para Arturo Daniel, un chico humilde, que trabajaba vendiendo tamales y fichaba en el segundo año de telesecundaria, no hubo Alerta Amber.
Un día en la vida de Arturo Daniel era ir a la escuela temprano, a veces con la panza medio llena, pues la madre debía hacer rendir el plato para otros dos hermanos.
Al regreso del colegio, Irene Carmona ya le tenía listo un cubito con tamales para que saliera a venderlos. “Nosotros nos dedicamos al comercio, yo vendo, su papá también, aunque también es albañil, chapea en patios, barre en calles. Hace muchas cosas para salir adelante”.
Daniel Arturo tomaba su cubeta de tamales y se iba de casa en casa por el centro de Agua Dulce, “ya tenía sus clientes, a veces le acompañaba su hermano menor, y les daba 15 y 15 tamales. Todos los vendían, a mi me entregaban 300 pesos de cuenta”.
El hermano menor de Arturo Daniel también comerciaba por su cuenta. “Él vendía pozol -una bebida típica de la zona, de raíces prehispánicas, elaborada con cacao y maíz-, pero el DIF amenazó con llevárselo, una vez lo hicieron, y ya no lo volví a dejar ir a vender su pozol”.
El niño era blanco de la burla de los demás chiquillos cuando le miraban por la calle con su cubo de pozol, “se ponía triste, pero luego me decía que era mejor eso a andar robando”.
El vicio de Daniel Arturo: “Me llegaba a la casa como a las ocho de la noche, nunca más tarde, pues después de vender los tamalitos, se iba a jugar Xbox.
“Yo en mi casa doy a 15 pesos los tamales, y en la calle, él los ponía a 17 pesos, y le ganaba dos pesos a cada tamal, con lo que sacaba, se alquilaba un rato el Xbox y así terminaba su jornada”.
El corazón de Arturo: “Había veces que no iba al Xbox, se venía a la casa y me decía: ‘¿mami, quieres que te compre una coca?’ y se iba por ella y me la invitaba”.
Arturo Daniel, a sus 13 años, supo del amor: “Tuvo su novia, una niña de 15 años, pero sus papás a él no lo querían, le quitaron a la niña, le decían que era un pelafustán. Pienso que porque andaba en la calle vendiendo, porque no se dejaba, pero ahorita, como están las cosas en este mundo nadie se deja”, confía la madre.
Esa noche del martes, el niño había ido solo a cobrar unos tamales que había dejado fiados días antes. Dieron más de las ocho y la mamá presintió el peligro; le buscaron en el Xbox y no estaba.
“Allí anduvimos toda la noche, caía un aguacero. Así entre la lluvia andábamos buscando, preguntamos por muchos lados, entre sus clientes, nada”, recuerda.
A la mente de Irene Carmona llegaban pensamientos terribles, “mi esposo pedía hablar con Dios, quería subir a hablar con él, decía que su hijo iba a regresar, que lo veía venir. Yo sólo sé que mi niño se fue a cobrar los tamales y ya no regresó”. Irene se marcha. Debe apurarse para preparar el funeral. Será en casa de los abuelos, pues la de ella, en la colonia Kilómetro 2, es muy chica. Está en obra negra. “Apenas le estamos poniendo las láminas, somos muy humildes”.
Arturo Daniel Morales Carmona:
Son las 11:00 AM. Deberías estar en la telesecundaria del ejido El Burro, a donde asistías y no faltabas. Eras buen estudiante y te afanabas porque deseabas ser ingeniero ambiental, pero ni siquiera terminaste tu primer semana de clases, en cambio tus restos yacen en medio de bolsas percudidas, desechos putrefactos y miasmas de este tiradero a cielo abierto donde te intentaron ocultar. Qué bueno que los trabajadores de limpia publica, con ese trascabo, se encontraron con tu cadáver, por lo menos con tu carne inocente no le alegraste el buche a ningún zopilote de esos que abundan en el cielo de este Veracruz tatuado de fosas, secuestros y ejecuciones hasta de niños como tú.
Fotos: Violeta Santiago e Ignacio Carvajal
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