Pocos hombres saben que la vasectomía -la operación de esterilización masculina- es gratuita en Argentina. Pablo Solana enfrentó miedos y fantasmas que anunciaban el fin de su virilidad, fue a un hospital público y se esterilizó. Aquí cuenta su experiencia, que algunas activistas definen como “un modo generoso de promover relaciones no machistas y menos sexistas”.
Pablo Solana.-
Cuando Ramiro me contó que no iba a tomar cerveza esa noche porque se había hecho una vasectomía el día anterior, tardé en reaccionar. Era la primera persona que conocía que se había sometido a esa operación. Me descolocó, además, notar que se había operado apenas un día antes y ahí andaba, de acá para allá. Ramiro, un pelao de origen popular, había asumido esa decisión a los 27 años. Aquí en Colombia esto debe ser de lo más natural, pensé.
“Ni pienso traer hijos a este mundo”, dijo aquella vez. “Prefiero tirar sin complicaciones”. La decisión, explicada de forma tan clara y sencilla como él lo había hecho, era demasiado sensata, difícil de discutir. ¿Por qué, entonces, me resultaba sorprendente? Le di vueltas al asunto durante mucho tiempo. Hasta que me decidí.
Para mí debería ser más fácil, me dije: tengo 45 años -algunos menos cuando empecé a pensar el tema- y dos hermosos hijos, uno en la secundaria y otro en la universidad. Las complicaciones sobre crianzas y distancias van por otro carril, pero la incertidumbre la puedo despejar sin mayor duda: ya no necesito “experimentar” la paternidad, ni deseo volver a ser papá, aunque esa haya sido la vivencia más enriquecedora de mi vida. Sí, en cambio, podía identificarme con Ramiro en aquello de “tirar –cojer, en argentino– sin complicaciones”. Eso siempre resulta una buena motivación.
¿Por qué, entonces, la duda persistente durante años, el temor inconsciente, la falta de decisión? No sin pudor, debo mencionar algunas vicisitudes de mi sexualidad. Por ejemplo, un embarazo no deseado de una compañera a quien intenté apoyar –como pude, respetando distancias, padeciendo impotencias– en la realización de un aborto. Después de esa situación difícil, sobre todo para ella, me dije: no quiero volver a ser parte de eso.
Más pilas con los métodos anticonceptivos, entonces. Lo habitual en una pareja son las pastillas para la mujer. O el DIU (para ella). O el diafragma (para ella, otra vez). Como me dijeron algunos amigos a quienes les había comentado la idea de la vasectomía: “¿Estás seguro? Si para la mujer es más fácil cuidarse”. Hasta la enfermera que recibió mis análisis intentó desalentarme con el mismo argumento. Está naturalizado que es cómoda la solución de que “se cuide” la mujer. Aunque su organismo deba tolerar las consecuencias corporales de la ingesta crónica de píldoras. Aunque tal vez ella no quiera, porque puede suceder que, simplemente, no esté dispuesta a ver alterado su ciclo hormonal cada mes.
Entonces, más allá de lo naturalizado que está, ya no suena tan “cómoda” esa opción. ¿Parecen argumentos sencillos, de peso, cierto? Pocas veces se problematiza esto en la pareja, y la anticoncepción femenina, aún con sus padecimientos, resulta la respuesta más extendida y habitual.
Llegado a este punto, ya estaba convencido. Había despejado algunas barreras. Pero faltan otras. Temores inconscientes, irracionales, arraigados en prejuicios en torno a las ideas de masculinidad y “virilidad” que guían nuestra cultura y en las que nos formaron/formamos, que aún –esta nota es parte de ello– busco superar. Es un ejercicio liberador, después de todo. Pero antes de contarles sobre eso, veamos:
¿Por qué se conoce poco y se practica menos?
Pueden hacer la prueba que yo hice en febrero de 2017 en Argentina: googleen “vasectomía hospital público”. Si bien hay una ley que garantiza su realización y gratuidad, aun hoy (abril de 2017) los dos primeros resultados son de información genérica, científica, y el tercero remite al Hospital de Clínicas… de Asunción del Paraguay. Hay que hurgar mucho para dar con la información precisa sobre dónde dirigirse. De hecho, tuve que resolver mi inquietud de otro modo, consultando a un enfermero amigo. El hospital Argerich, donde me operé, es uno de los más concurridos del sistema público de salud de Argentina y cuenta con un plantel médico destacado en el departamento de Urología. Pero, según los médicos que me atendieron, mi caso rompió una racha de más de un año y medio sin que algún varón solicitara la operación.
¿Por qué no hay información más clara? Parafraseando a Séneca: veamos a quién puede beneficiar el “crimen” de la desinformación sobre un recurso tan elemental de salud pública, para dar con el responsable. Siguiendo las huellas del silencio nos encontramos con un actor de peso que se opuso sistemáticamente a la aprobación de esas leyes en los distintos países: la Iglesia.
“Hay una relación dialéctica entre la falta de información, en este caso de los varones sobre la vasectomía, y el control patriarcal sobre los cuerpos de las mujeres, son caras de una misma moneda”, me dice Luciano Fabbri, precursor en Argentina de los espacios de varones antipatriarcales. “La promoción de la vasectomía no solo supondría garantizar un derecho sexual y reproductivo de los varones, sino también menos medicalización y menos custodia de la sexualidad de las mujeres”, agrega.
Fabián participa del Colectivo de Varones Desobedientes , en el oeste del Gran Buenos Aires. Le cuento, y me cuenta: “Hace un año hicimos un taller en el que tratamos de cuestionarnos, desde una perspectiva de género, la salud sexual y reproductiva en nuestras relaciones de pareja. Ahí me di cuenta que los varones no solemos cuidar la salud de nuestros cuerpos; seguramente es un mandato patriarcal que naturaliza que los cuerpos de los varones no necesitan cuidados. Hablando con las compañeras uno dimensiona el martirio que pasan ellas: un pap y una colpo anual, que, podría decirse, degradan la intimidad corporal; exámenes anuales de mama; visita cada seis meses, sino más seguido, al ginecólogo. En cambio, yo en mi vida había ido a un urólogo, y eso que mi vieja es enfermera y mi viejo farmacéutico. Se ve que para los varones el control médico del cuerpo es algo que demanda mucho esfuerzo admitir”.
Quirófano y después (o el fetichismo de la virilidad)
Quirófano: camilla, yo semidesnudo, doctores y doctoras, asepsia, luces blancas y ese olor especial de las salas de operaciones que uno no conoce de ningún lado, pero asocia con las series hospitalarias de TV o con Doctor House. Hasta ese entonces no sabía que la anestesia sería la peridural, la misma que se aplica a las mujeres en el parto. Tampoco supe qué pasó después, porque no recuerdo nada de nada de la operación, creo que no llegué a ver ni el bisturí. ¿Me anestesiaron más allá de la peridural? ¿O la pérdida de consciencia fue una reacción de mi sistema nervioso ante la situación?
Recuerdo un estado parecido de desmayo cuando Juan, el primero de mis hijos, estaba por nacer y se demoraba –y finalmente fue cesárea– y yo no pude soportar despierto toda esa espera. Al igual que entonces, esta vez, ya en la mesa de operaciones, me apagué, no supe más. Desperté ya de regreso, al rato, cuando me movieron a la cama de la habitación, en el tumultuoso séptimo piso de Urología del hospital. Desperté contento, seguramente dolorido -sinceramente no recuerdo-, aunque más que eso, abombado y excitado por igual. Hasta ahí, todo era felicidad.
Yo ya sabía que la recuperación suele ser sencilla, no requiere más que algo de reposo durante los primeros días. La tasa de efectividad es diez veces mayor a la de ligadura de trompas. La actividad sexual posterior a la operación es absolutamente normal. No hay motivo para pensar en algún tipo de disminución del goce, sino todo lo contrario: el alivio que provoca la seguridad anticonceptiva bien puede ser un aliciente para relaciones más despreocupadas. ¿Entonces?
Uno puede hacerse el superado, pero es un hecho que en medio de todo esto están los genitales, fuente de toda “razón” masculina. Y yo, al menos por ahora me asumo heterosexual. “A nadie le gusta que le toquen los huevos”, me dijo, simulando una broma, un amigo por aquellos días previos a la operación. No fue una opinión sobre sus gustos o juegos sexuales, sino una sentencia de rechazo a que te toquen “ahí”, te agarren de las bolas, podría haber dicho: te condicionen los genitales, intervengan en tu “virilidad”.
“Quedate tranquilo que esto no afecta la erección ni al semen”, fue lo primero que me había explicado el urólogo, respondiendo –sin que le hubiera preguntado– al que, seguramente, sea el interrogante más habitual. Y claro, uno podría decir, porque es políticamente correcto: “Ni una erección ni una eyaculación definen mis seguridades ni condicionan mi personalidad”. Ok, lo hemos dicho en alguna (más de una) ocasión de flacidez circunstancial. Pero otra cosa es que te operen los genitales y entonces, si bien todo es sencillo y rápido y no suele haber complicaciones, hay una operación ahí –en las bolas, precisamente–, hay una posibilidad (ínfima) de que salga mal, hay un riesgo (como en cualquier intervención quirúrgica) de infección o de lo que sea. Aunque científica y matemáticamente improbable, cobra todo el peso de nuestro inconsciente patriarcal la posibilidad de que la operación, y por lo tanto las funciones “viriles” asociadas, puedan quedar mal.
En la primera versión de esta nota me había apresurado a afirmar: “La ligadura de conductos no afecta los testículos ni la producción de hormonas. Por lo tanto, la asociación fertilidad-virilidad es un mito machista que ya es hora de erradicar”. Esa información es precisa, aunque la deducción respecto al machismo y la virilidad, poco feliz. Para esta nota hice consultas y pedí opiniones a compañeros y compañeras que respeto y sé que saben. Me ayudaron a aproximarme a la raíz de esos temores “irracionales” surgidos con la operación. Creo haber entendido que no solo es machista la asociación fertilidad-virilidad (o sea, la suposición de que la falta de espermatozoides en el semen pueda tener algo que ver con la calidad de este o de la erección). Aún sin ese temor, lo que resulta machista, además, es la idea fetichizada (exacerbada, sobredimensionada) de virilidad.
“La exaltación de los valores masculinos tiene su tenebrosa contrapartida en los miedos y las angustias que suscita la feminidad”, explica Pierre Bourdieu en su libro La dominación masculina, de 1998. Allí desarrolla un cuestionamiento a la virilidad que, “entendida como capacidad reproductora, sexual y social (…), es fundamentalmente una carga” para el varón; la relaciona con los juegos de fuerza masculinos, la competitividad, pero también la violencia como forma de reconocimiento de pertenencia al grupo de los “hombres auténticos” y, yendo más allá, a la violación como reafirmación ante otros hombres, ante el “grupo viril”. Aunque parezca exagerado, creo que resulta necesario poner el tema en cuestión; hay, en ese cuestionamiento, una búsqueda necesaria. Planteada como reaseguro último y temeroso de nuestra masculinidad, la noción de virilidad sí amerita ser problematizada.
Bienvenido entonces que “nos toquen los huevos”, que perdamos temores, que ganemos seguridades más allá de los órganos “viriles” con o sin vasectomizar.
Razonarlo, decirlo, puede ser un buen primer paso para perforar la espesa capa de desconocimientos y desconfianzas que hay sobre el tema. Poner el cuerpo resulta, entonces, el paso que sigue.
Soy consciente que arrastro una formación machista que, sólo con los años y gracias a valiosas y combativas compañeras que tuve el privilegio de tener cerca, pude problematizar, aunque no necesariamente superar. No creo que esto me exima de errores pasados o incluso de la reproducción –más o menos consciente– de privilegios actuales. En el Frente Popular Darío Santillán, organización popular en la que milité en Argentina, las mujeres impusieron un trabajo de género pionero por su claridad, su composición popular y su decisión de interpelarnos a los varones sin medias tintas. Me costó entonces –me reconozco como uno de los que refunfuñó más de lo que ahora me gustaría asumir–, pero con el tiempo desarrollé la más sincera admiración y agradecimiento por las compañeras y por aquellas luchas que (nos) dieron.
La activista trans chilena Lucha Venegas propone entender la vasectomía como “un modo generoso de promover relaciones no machistas y menos sexistas, una política pública económica y promotora de vida, de buena vida, que evita millones de abortos, que no hace peligrar la vida de las mujeres con embarazos no deseados”. Cuenta que en Chile están promoviendo el tema en colegios y en talleres con mujeres y hombres “a quienes enseñamos a realizarse la vasectomía y usar el misoprostol”, como parte de “una política pública feminista de educación sexual que evita abortos y promueve el placer”.
En mi caso, el susto me apareció con los días, aunque no tenía evidencias racionales de que las cosas no estuvieran en su lugar. ¿Y si algo salió mal?, comencé a preguntarme, mientras canalizaba mis miedos pretendiéndome despreocupado, pero abusando del hielo para desinflamar; revisándome con más frecuencia de lo aconsejable con temerosa obsesión; dudando si la juventud del doctor a cargo de la operación, más allá de todo lo que había demostrado saber, no podría ser un factor de riesgo más. Y leyendo historias inverosímiles y desopilantes de vasectomizados arrepentidos en foros online.
– Tengo un granuloma espermático en la sutura del conducto izquierdo- le dije al doctor, cuando fui para la revisión una semana después.
Me preguntó quién me había diagnosticado eso, que por supuesto no tenía. Se enfadó un poco cuando le dije que lo había sacado de internet.