Por Juan Carrá – Cosecha Roja.-
María Marta Landivar quiso defenderse. Pero con la mano no alcanza cuando enfrente hay un tirador que empuña una pistola. La bala le atraviesa la mano, y vuelve a entrar al cuerpo por el pecho, cerca de la clavícula. Fiel a su estilo, el proyectil calibre 22 viborea por dentro. Recorre diez centímetro hasta la aorta. Ahí, la muerte instantánea.
El cuerpo quedó tendido en el piso del living. Así la encontró una de sus amigas más cercanas, poco después de mediodía del domingo 20 de mayo. María Marta no había ido a la cena en la que iban a encontrarse el sábado por la noche, en Valeria del Mar. Tampoco contestaba el teléfono. Entonces fue, llegó al complejo de cuatro dúplex de avenida Del Valle Fértil y De los Langostinos. Caminó por el pasto mezclado con arena, tierra y hojas de eucalipto, que separa la calle de granza de la puerta de la casa. El silencio no la asombró. Es que Pinamar, fuera de la temporada de verano, es un lugar de por sí silencioso. Tocó el timbre. Nadie respondió. La chica dio la vuelta y se asomó por la ventana balcón que da al living comedor. Los postigos de madera barnizada estaban abiertos. También las cortinas blancas. Entonces la vio. María Marta estaba tirada en el piso. Un charco de sangre envolvía su cuerpo.
Se escuchó una discusión. Gritos. De María Marta y de otra persona. Los vecinos no pueden precisar si se trataba de un hombre o de una mujer. Lo cierto es que antes del disparo hubo algo. También una llamada telefónica. En ella, María Marta le avisó a su amiga que llegaría más tarde a la cena prevista. No dijo mucho más. No aclaró el porqué. Al rato vino el ruido seco. Los perros de la vecina ladrando. La mujer que escucha voces dando órdenes provenientes de la casa de María Marta. Después, otra vez el silencio.
María Marta Landivar tenía 37 años. Hacía cuatro que estaba viviendo en Pinamar. Psicóloga de profesión, utilizaba su casa del barrio Golf Chico como consultorio. Había llegado a vivir a la costa en contra de lo que pensaba su padre. A él no le gustaba que María Marta estuviera sola: hubiese preferido que se quedara en Ayacucho. Pero lo cierto es que tampoco su padre podía ir en contra de lo que su hija quería. Entonces la apoyó y mantuvieron la relación familiar intacta a pesar de la distancia. Un par de días después de hallado el cuerpo, el padre de la psicóloga enfrentó a la prensa. Quebrado por el dolor, deslizó que su hija jamás le abriría la puerta a un desconocido.
En la escena del crimen trabajaron decenas de policías. Lo primero que secuestraron fue vaina servida de una bala calibre 22 que estaba en el living de la casa. Por eso se presume que el arma utilizada fue una pistola y que el disparo fue dentro de la casa. Del pequeño cilindro de metal se extrajo una huella dactilar. Y se encontró una huella con sangre en el picaporte de la casa. Los investigadores se llevaron varios objetos: la agenda en la que la mujer tenía anotados los turnos de sus pacientes, sus apuntes de trabajo, la computadora persona y el celular, de donde se extrajeron las últimas llamadas. En el lugar no faltaba nada. Tampoco había signos de violencia en las entradas de la casa. Los investigadores, entonces, descartaron la hipótesis del robo y se inclinaron por la idea de que el asesino entró con el consentimiento de víctima.
María Marta era soltera. Hace un par de meses se había peleado con su novio. El hombre vive en Pinamar. Se habían conocido en el verano durante el recital de David Guetta. Él estaba de novio. Se dice que le prometió a María Marta que se separaría. No lo hizo, entonces la psicóloga terminó con la relación. Si bien la Justicia no lo ha procesado, sí está siendo investigado. En su entorno, se realizaron tres allanamientos: uno en su casa, otro en la casa de su novia y el tercero en la casa de la madre de la chica. En el operativo se secuestraron tres prendas de vestir y un toallón. También una moto y teléfonos celulares. Una vecina de María Marta declaró que el domingo al mediodía, 20 minutos antes de que se descubriera el cuerpo, vio salir del dúplex a una pareja en moto. Lo sospechoso, para la mujer, fue que la chica que acompañaba al conductor, al verla, se cubrió el rostro bajándose la gorra blanca que llevaba puesta. Por estos dichos, los pesquisas investigan si el asesino volvió a la escena del crimen. Un dato más abona esta teoría: una de las cámaras de seguridad de Pinamar registró a una pareja pasar en moto por la zona de la casa de María Marta minutos antes del mediodía. Las imágenes serán analizadas y se tratarán de ampliar para ver si es posible reconocer a alguien.
El comisario Roberto Fernández, con vasta trayectoria en la división de Investigaciones de la Policía Bonaerense, es el hombre elegido por el superintendente Jorge Omar Nasrala para que se sume al a investigación. Con esa orden llegó el jueves a los tribunales de Dolores para ponerse en contacto con el fiscal de Instrucción de Pinamar, Diego Bensi y tomar contacto así con los pormenores del caso. El viernes por la mañana se realizó una nueva inspección ocular a la escena del crimen. Fernández fue contundente. “Acá no hay robo”, dijo, “esto se trata o de un tema de pareja o un problema con los pacientes”. También, Fernández confirmó que aún no se han descartado hipótesis y que es fundamental el trabajo pericial que están realizando los laboratorios.
La resolución del caso parece estar en manos de las pericias. Todo apunta a un crimen vinculado a cuestiones sentimentales, pero no se descarta la posibilidad de problemas con alguno de los pacientes de la terapeuta. La única certeza es que la muerte de María Marta Landivar se ejecutó en el seno de sus relaciones personales. Una vez más, Pinamar, la apacible comarca de la Costa Atlántica, esconde entre sus calles el sino de la tragedia.
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