Semana.- Foto: AP Luis Benavides
Cruzar la ‘frontera invisible’ del barrio provocó el horroroso descuartizamiento de dos niños en Medellín. Y en otra comuna, en un abrir y cerrar de ojos, el pánico sacó despavoridos a los estudiantes de 12 colegios. ¿Hasta cuándo este horror?
La guerra de los grupos armados en Medellín mostró su peor cara la semana pasada. Aunque en algunos barrios es frecuente escuchar ráfagas de fusil, el descuartizamiento de dos niños, ocurrido el sábado en la Comuna 13, es un episodio que nadie quiere que se vuelva parte del paisaje. Y como si fuera poco, cuando la ciudad apenas estaba superando el dolor de semejante atrocidad, los niños del barrio Villa Flora tuvieron que salir del colegio antes de terminar la jornada del jueves. Había pánico por la amenaza de una balacera que, afortunadamente, no se desató.
El primero de estos dos aterradores episodios ocurrió en la tarde, cuando tres pequeños de 11 años salieron a jugar en el barrio Nuevos Conquistadores. Se colgaron de un carro que los llevó hasta el barrio vecino, El Corazón, y se quedaron allí. Al rato, llegaron hombres armados y empezaron a golpear a dos de ellos. El otro alcanzó a huir y fue a las casas de sus amigos a contar lo sucedido. Los niños nunca llegaron. Sus familiares denunciaron la desaparición y en la noche siguiente la Policía llegó con la noticia de que estaban muertos. Los encontraron cortados, metidos en costales y enterrados en una fosa en Belén Aguas Frías, un barrio de otra comuna, y una de las zonas con mayores problemas de seguridad hoy en Medellín. Los niños cruzaron lo que se conoce como ‘frontera invisible’. O sea, entraron a un barrio ajeno y eso, en algunas comunas, se paga con la vida. No es la primera vez que ocurre algo así. El año pasado fueron descuartizados dos muchachos en la comuna 8, en el otro lado de la ciudad, por un motivo igual.
El rechazo fue masivo. Los vecinos de los pequeños marcharon por las calles con los féretros, carteles en los que pedían paz y banderas blancas. El comandante de la Policía en Medellín, general José Ángel Suárez, trasladó su oficina a esa comuna y ofreció 30 millones de pesos de recompensa por información sobre los asesinos. Y el viernes, el presidente Juan Manuel Santos encabezó un consejo de seguridad en esa comuna.
Pero la tragedia no parecía detenerse para la familia de los niños muertos. Sus madres fueron amenazadas, según denunció Fernando Quijano, de la ONG Corpades, por los asesinos de sus hijos. Les dijeron que si no se iban del barrio, las mataban a ellas también. En la Alcaldía dicen que se trató de llamadas imprudentes que las asustaron.
El otro episodio que sacudió a la ciudad en la misma semana se presentó en el barrio Villa Flora, en la comuna 7. Este barrio queda unos cientos de metros detrás de la tradicional Escuela de Minas de la Universidad Nacional. A pesar de que son conocidas dos ollas en el sector (la del combo de Jhonpi y la del combo de Los Montunos), los vecinos dicen que se podía vivir en calma. Pero ocurrieron cosas excepcionales. El lunes mataron en una esquina a un hombre que aparentemente se dedicaba al ‘pagadiario’, un método usado en el bajo mundo para prestar dinero a intereses altísimos que muchas veces termina convirtiéndose en extorsión. Durante el resto de la semana se presentaron balaceras, incluso con fusiles. El miércoles, un grupo de muchachos de uno de los combos advirtió a un vecino que las cosas iban a empeorar y que era mejor evitar que los niños fueran al colegio. Le contó que el motivo de las balaceras era que uno de los combos había recibido refuerzos de personal para sacar al otro grupo y quedarse con su olla.
Y el jueves llegó el caos. Los muchachos fueron normalmente a estudiar y antes del mediodía llegó a la portería de un colegio privado una moto con dos hombres. Uno de ellos se bajó y le dijo al portero que había que evacuar porque “la cosa se iba a calentar”. O sea, iba a haber balacera. Al rato, una vecina recibió un papel donde decía de nuevo que era mejor no enviar los muchachos al colegio y que no respondían por el que saliera a la calle después de las 8:00 de la noche. Impusieron un toque de queda. Aunque nadie vio el papel, las advertencias se regaron por las redes sociales y a los colegios empezaron a llegar padres angustiados a recoger sus hijos. “En cuestión de una hora ya habíamos desocupado el colegio”, dijo a SEMANA el empleado de un centro educativo que tiene 1.400 alumnos. “El rumor se expandió de tal manera, que para el mediodía ya habían evacuado ocho colegios públicos y cuatro instituciones privadas”, cuenta el directivo de otro centro educativo. Fue un momento de angustia.
Por fortuna no se presentó ninguna balacera. La Policía llegó pronto y se quedó el resto de la tarde. Después del mediodía había zozobra, pero el comercio siguió funcionando. A las 8:00 de la noche, varios vecinos acataron la orden de no salir. El viernes, la Policía reportó normalidad. Sin embargo, la asistencia de estudiantes en los colegios fue mínima. En una institución que queda al lado de una olla apenas llegó el 20 por ciento de los alumnos. Un reportero de SEMANA recorrió la zona y a plena luz del día vio a hombres parados en las esquinas con actitud vigilante. Impedían el paso de personas extrañas por algunas calles y su sola presencia intimidaba.
La situación para los niños de Medellín que viven en barrios donde hay disputa de grupos armados no es nada fácil. De hecho, desde hace varios años la Alcaldía inventó un programa de rutas seguras para recogerlos en buses del Municipio y llevarlos a los colegios porque a pie no podían pasar por ciertas zonas de sus barrios. Pero lo que ocurrió esta semana fue una dolorosa advertencia de que la pelea por los territorios va de mal en peor.
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