Por Malena Buchsbaum, de Equidad para la Infancia*
Gisela Rivas vive con su marido y sus seis hijos en Villa Fiorito, al sur del Gran Buenos Aires. En esa localidad de Lomas de Zamora, muchas casas no tienen agua corriente y las condiciones sanitarias son precarias. Cinco de sus hijos están en edad escolar.
Por la cuarentena, las clases presenciales están suspendidas en todo el país y chicos y chicas deben continuar con su aprendizaje de forma virtual.
A Gisela se le hace difícil acompañar a sus hijos en ese proceso: los más grandes tienen que descargar aplicaciones e imágenes para lo que el internet no siempre alcanza y las tareas tienen una complejidad que ella no siempre puede resolver. “Además, al estar todo el día en casa (los chicos) están más tiempo juntos y se pelean”, cuenta.
Todos Los Santos Dolores Villalobos Vigil vive en la Sierra Tarahumara, en el Estado de Chihuahua, México. Lleva el pelo trenzado en un rodete y un vestido largo color turquesa con bordes naranja brillante. Los colores contrastan con lo que Todos los Santos llama una “situación triste” que se está viviendo a raíz de la pandemia de COVID-19 en la comunidad indígena Rarámuri.
Las mujeres Rarámuri viven de la venta de sus artesanías, pero hoy no hay dónde ofrecerlas. Los mercados están cerrados y las calles deshabitadas. También son agricultoras, aunque los tiempos de la cosecha todavía están lejos.
En Bolivia, Marcela Suárez trabajaba como vendedora ambulante. Todos los días salía a la calle con su carro a vender jugo de quinoa con manzana. Ella es originaria de Beni pero migró en busca de mejores oportunidades laborales a la ciudad de Cochabamba. Es madre soltera de cuatro hijos con los que vive en una habitación en la periferia de la ciudad.
Foto: Francisco Tuiro
En Cucutá, Colombia, Leidy Johana Vera tiene a sus tres hijas en casa por primera vez en tres años. Antes de la pandemia vivían en un hogar mientras ella trabajaba en el aseo de una casa de familia. Las veía los fines de semana. En el hogar contaban con una psicóloga, una trabajadora social y las Hermanas. Mucho cambió desde entonces. A Leidy Johana le preocupa la seguridad de sus hijas en un barrio donde la violencia crece, aunque está feliz de poder pasar más tiempo con ellas.
En un recorrido por el continente, Equidad para la Infancia y A Chance In Life recogen en formato audiovisual los testimonios “En Primera Persona” de mujeres que visibilizan algunas problemáticas comunes. ¿Cómo resuelven los cuidados en contexto de pandemia? ¿Cuál es el rol del Estado en la provisión de servicios sociales?
En América Latina son las familias quienes asumen las tareas de cuidado. Esta condición es una fuente de desigualdades: principalmente de género, porque el cuidado recae sobre todo en mujeres, y también entre quienes pueden pagar para delegar parte de estas tareas en el mercado y quienes no pueden hacerlo.
Es a través del apoyo del Estado con servicios de salud, educación y cuidado infantil que el presente puede ser transformado y así lo han visibilizado -con mucho éxito- colectivos de mujeres a lo largo de los últimos años.
En el marco de la pandemia, la pérdida de espacios como la escuela y la plaza del barrio, el no poder contar con tíos, abuelos o amistades que colaboren, resulta en una sobrefamiliarización en la que el 100% de los cuidados recae sobre las familias, en particular madres y hermanas mayores, sobrecargándolas. Se suma que la falta de estos espacios de socialización y la incertidumbre demandan una contención emocional de los hijos mucho mayor, para la cual las familias reciben poco o ningún apoyo estatal.
Las consecuencias de este problema se recrudecen en aquellos hogares que dependen de un único ingreso, como es el caso de los monoparentales, en su mayoría de jefatura femenina. Aún más si se trata de hogares muy numerosos. Este es el caso de Gloria, en Guatemala. Ella es la única que puede llevar algún ingreso a su casa, donde viven siete personas: sus tres hijos- uno de ellos, bebé-, su marido que está en situación de desempleo y sus padres, adultos mayores considerados población de riesgo.
En los sectores más empobrecidos, las dificultades generadas por la contracción económica se agregan a otras como el déficit habitacional –ya sea por la carencia de servicios esenciales como la electricidad o por la falta de espacio-, la falta de internet y de dispositivos suficientes para conectarse, la necesidad de un acompañamiento docente que internet no alcanza para brindar y los padres no pueden asumir, entre otras cosas, porque el nivel educativo de sus hijos en algunos casos excede al que ellos mismos pudieron acceder. Todo esto compromete el desarrollo de las infancias.
Frente a las dificultades las familias se organizan para garantizar la provisión de alimentos, los cuidados y la escolaridad de niños y niñas. Hogares religiosos se hacen presentes en muchos de los relatos latinoamericanos, así como comedores vecinales y ollas populares organizadas por movimientos sociales. Donaciones, vecinos que comparten su internet, hermanos que comparten celular y se turnan para hacer la tarea, maestros que alcanzan fotocopias a los chicos que no tienen conectividad.
Para la familia Aguilar Córdova, asentada en Nuevo Chimbote, en el desierto de la costa norteña del Perú, como tantas otras afectadas por la falta de trabajo y de servicios como el agua corriente y la electricidad, estas redes de apoyo representan la diferencia entre tener una oportunidad o no tenerla.
Foto: Edward Seaín Di Figlia
En un mundo que parecería tender a ser cada vez más individualista, paradójicamente la pandemia está mostrando toda una red de solidaridades y de estrategias colectivas que se teje en los territorios, las comunidades y las familias en situación de pobreza.
Los Estados nacionales, provinciales y locales deben reconocer ese entramado social e incorporarlo en la generación de políticas diferenciales que contemplen el impacto desigual que la pandemia tiene sobre los sectores más vulnerables.
Es urgente y un desafío que derechos infantiles como el juego, la educación y el crecimiento en un entorno saludable no sean relegados por las medidas de prevención sanitaria y que las políticas públicas se adapten al contexto actual y eviten una sobrecarga mayor para las mujeres, así como la profundización de desigualdades.
La pandemia no sólo reafirmó la necesidad de fortalecer al Estado, sino también la urgencia de promover una ciudadanía basada en la solidaridad y en el cuidado colectivo. Las experiencias de mujeres a lo largo del continente que se recuperan en estos relatos son un aporte fundamental.
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Equidad para la Infancia es el pilar latinoamericano del Programa Equity for Children de la New School University. Tiene como objetivo la producción de conocimientos y espacios de intercambio que garanticen los derechos de las niñas, niños, adolescentes y familias en situación de pobreza. Trabajan con una red de organizaciones en la región generando herramientas y acciones que impactan sobre las políticas públicas y el trabajo en el territorio.
A Chance In Life (Una Oportunidad en la Vida) es una es una organización sin fines de lucro con sede en Nueva York. Desde 1945 promueve el enfoque de autogobierno o empoderamiento en los niños, niñas y jóvenes en riesgo a través de financiamiento a diferentes organizaciones locales en Latinoamérica, África, Asia y Europa.
*Esta nota recoge algunas de las 15 piezas audiovisuales que componen el proyecto audiovisual “En Primera Persona”, producido por Equidad para la Infancia y A Chance in Life.
** Bibliografía de referencia:
Mazzola, Roxana. (junio 2020). Covid-19: Bienestar de infancias, mujeres y familias en riesgo. Equidad para la infancia. Disponible en http://equidadparalainfancia.org/2020/06/covid-19-bienestar-de-infancias-mujeres-y-familias-en-riesgo/