El día que Belén Grosso y Sebastián Pani fueron a la casa de Maira Maidana, en San Francisco Solano, ella vestía un pullover y un chaleco rojo. Desde que su pareja la prendió fuego, tres años antes, no había vuelto a usar musculosas, remeras mangas cortas ni ropa que permitiera ver las cicatrices de su piel. “Vivía tapada o estaba todo el día metida en mi casa con remera mangas largas y pañuelo al cuello”, recuerda. Ese día Maira se desnudó frente a la mirada de lxs fotógrafxs. Poco a poco fue animándose a salir a la calle sin cubrirse. Unos meses después estaba en una playa de Chapadmalal pidiéndole a la mamá que le saque fotos en bikini.
“No se dan cuenta cómo nos cambiaron la vida”, cuenta Maira en una sala de la Galería Arte x Arte donde esta noche Belén y Sebastián presentarán “Y un día, el fuego”, un trabajo fotográfico y audiovisual realizado entre 2016 y 2017 a partir de entrevistas e imágenes de las sobrevivientes, las mujeres que fueron quemadas por sus parejas y ex parejas y vivieron para contarlo.
Maira tiene 30 años. La primera vez Belén y Sebastián la visitaron en su casa no hicieron fotos. Hablaron durante horas. Maira les contó de su vida, de su hija y su hijo, de cómo el 17 de mayo de 2013 logró apagar las llamas que envolvían su cuerpo tirándose a la pileta de lona que había en el patio, porque después de prenderla fuego su pareja había cerrado la llave del agua para que no pudiera meterse bajo la ducha. Ese día ella llevaba puesto un vestido blanco que en una época había amado y que ahora usaba como camisón. Del vestido, casi reducido a cenizas, solo quedaron unos pocos jirones de tela que rescató la mamá y que hoy ilustran la portada de la publicación.
El día que Maira volvió a su casa -después de pasar dos meses en terapia intensiva y otros tantos en una sala común- juntó toda su ropa y la tiró a la basura. Cuando compraba una prenda que le gustaba le pedía a su mamá -costurera- que le cosiera un volado o le extendiera las mangas para que le taparan las cicatrices que cubren el 45 por ciento de su cuerpo.
“A veces sigo creyendo que estoy adentro del fuego”, dice Fernanda Serna, rosarina, de 50 años, activista feminista. El ardor en la piel, la imagen frente al espejo, el miedo. “Antes vivía bajo el sol, me gustaba estar bronceada para usar colores claros. Ahora no puedo estar al sol ni ir a la pileta como antes”, cuenta.
“Esa es la marca del agresor”, dice Belén.
Que nunca más puedas volver a mostrarte y sentirte bien con tu cuerpo. Que no puedas seguir viviendo como vivías.
A Patricia Hernández y a Fernanda Serna, otras sobrevivientes fotografiadas por Belén y Sebastián, les pasó algo parecido. Después del ataque no querían que nadie las viera. Patricia, de 50 años, madre de cinco hijos, no salía de su casa en Luján. No iba a cumpleaños ni fiestas familiares. “Creía que la culpable era yo, por ser como era”, recuerda.
El día que Sebastián y Belén la visitaron en su casa, Patricia se desnudó frente a la cámara. En las fotos se la ve de espaldas, sentada sobre la cama. Un tatuaje de un corazón decora su omóplato izquierdo. Una cicatriz cubre casi por completo el derecho.
Después de posar frente a la cámara empezó a aceptar su cuerpo. “Si lo que nos pasó nos lo hicieron, ¿por qué tenemos que ocultarnos?”, dice. “Ahora estoy saliendo a la calle con pantalones cortos. Si quieren mirarme que me miren, no me voy sentir culpable”.
El 3 de junio de 2015 Belén y Sebastián hicieron fotos en la primera movilización por Ni Una Menos y empezaron a pensar qué podían hacer desde la fotografía para contar la violencia machista. Ese día conocieron a Karina Abregú. Un año antes su pareja había intentado asesinarla: le dio golpes y patadas, la roció con alcohol y la prendió fuego.
Karina fue una de las primeras sobrevivientes a la que fotografiaron. Después contactaron a Maira, Patricia y Fernanda. Empezaron trabajando en formato analógico. “Después nos dimos de cuenta que no era práctico, era un tiempo de exposición que generaba frialdad”, explicó Belén.
En los primeros encuentros sólo hablaban con ella. A Sebastián ni siquiera lo miraban a los ojos. “No quería saber nada con que un hombre entrara en mi casa”, dice Fernanda. “Lo veía como al hombre que me hizo esto”, recuerda Patricia. Poco a poco él se fue ganando la confianza. Hoy cada vez que se encuentran se abrazan y ríen.
Después de los primeros encuentros se dieron cuenta de que en las fotos se perdían algunas de las historias y empezaron a grabarlas. “Ellas tenían muchas ganas de hablar”, contó Belén.
En 2017 “Y un día, el fuego” ganó la convocatoria No Renunciaremos de TURMA. Gráfica Futura publicó los primeros 300 ejemplares y Nexo Gráfica aportó 3 mil más. En la publicación no sólo hay fotos de las sobrevivientes: también se ve una casa de muñecas, un vestido quemado, una pared rota a piñas por un hombre, una flor. “Teníamos miedo de que el trabajo tome forma de catálogo de mujeres quemadas. No nos interesaba eso. Con las visitas a las casas empezamos a ver detalles que ayudaban a contar la problemática de una forma más poética, sin ser tan explícitos”, explicó Sebastián.
Y un dia, el fuego._SubES from El Fruto on Vimeo.