Por Verónica L. Hernández
Cada vez que se debate sobre la participación política de las mujeres en los clubes de fútbol de la primera división, casi como un espasmo irrumpe la invitación a problematizar algunas cuestiones.
Una de ellas es el rol de las mujeres en esos espacios. Otra es la necesidad de establecer un cupo femenino para los órganos de gobierno.
La Ley del Deporte N° 27202, de 2015, establece la obligación de incluir en las listas que se presenten a elecciones un mínimo de 20 por ciento entre mujeres y jóvenes para integrar las comisiones directivas de los clubes en cargos titulares.
Como quien puede lo más puede lo menos, la lucha por más y mejores derechos hizo que esa pretensión se extendiera a los demás órganos de gobierno.
Si bien ese 20 por ciento implica un avance para la realidad actual de los clubes, en términos de promoción y defensa de los derechos humanos, también puede leerse como un pichuleo a la equidad, pero si no removemos los obstáculos para el acceso a cargos de decisión, los obstáculos no se van a ir por arte de magia ni por el paso del tiempo. Entonces, y sólo como puntapié, es preferible establecer pisos de participación. No sólo para las mujeres sino también para las diversidades sexuales.
En el universo de los clubes, parte de esas acciones que tienden a remover obstáculos consisten en que las agrupaciones políticas tengan que incluir entre sus integrantes a más mujeres y disidencias y generar más y mejores condiciones para esa participación. Todo ello no puede quedar en el marco de lo discursivo y la declamación.
Estas acciones tienen que ser vistas como meros pasos. Firmes, pero solo pasos hacia la equidad de género en los clubes de fútbol.
Mientras tanto, nosotres lameremos y morderemos el hueso con placer, pero sabemos que la fiesta se hará cuando esos porcentajes de participación impliquen lugares en las mesas de tomas de decisiones.
¿Todas queremos estar sentadas en la mesa de la toma de decisiones?
En la historia de las mujeres en los clubes, los roles a los que sólo parecíamos destinadas solían ser las tareas de cuidado: desde costura de camisetas, lavado de indumentarias deportivas y dar la merienda a los chicos de las divisiones infantiles a otros asuntos sociales.
Desde hace un tiempo pareciera que el “destino” viró a ocupar las áreas de género (o género y diversidad). Es cierto que esas áreas no sólo tienen que existir, sino que tienen que ser transversales a todas las áreas y políticas de los clubes. Tienen que ser la usina desde donde se diseñen las políticas para erradicar las violencias de género. Porque ¿quiénes más que las mujeres y disidencias conocen en sus cuerpos ese sufrimiento? Tienen que trabajar junto a los cuerpos técnicos de las divisiones formativas y las familias de esos niños y niñas para promocionar el simple derecho a jugar, prevenir abusos de todo tipo, tejer redes para no dejar caer a quienes “no lleguen” y prevenir sobre los riesgos que acarrea que el deporte profesional se transforme en una burbuja deshumanizante.
Pero también hay otros roles que podemos ocupar, aunque haya resistencias: el de negociar los contratos de jugadores y jugadoras, el de presidir federaciones nacionales e internacionales, el de litigar ante los sistemas disciplinarios federativos. Podemos ejercer el poder.
Todas y todes estamos listas para elegir, entre la diversa oferta del menú de roles, lo que a cada una le dé en gana. Sólo resta arremeter en el camino unidireccional hacia la igualdad real de oportunidades.
*Abogada con orientación en derecho penal (UBA) , casi Magíster en Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Prosecretaria Legal en la Mesa Directiva de la Asamblea de Representantes y dirigenta del Departamento de Inclusión e Igualdad del Club Atlético Boca Juniors.